La gran fiesta del microcuento II

Segunda Entrega

Juan Armando Epple

Nació en Valdivia, Chile. Profesor de la Universidad de Oregón.

Ha publicado, entre otros: Con tinta sangre, Santiago: Editorial Mosquito, 1999. 2nd edición. Barcelona: Editorial Thule, 2004; De vuelos y permanencias. Poemas, Concepción: Ediciones Trilce, 1998; El Arte de recordar. Ensayos sobre la memoria cultural de Chile. Santiago: Mosquito Editores e Institute for the Study of Ideologies and Literatures, 1994; Actas del cazador en movimiento. Una autobiografía literaria. Con Patricio Manns. Santiago: Mosquito Editores, 1991.

Ha sido antologador de: MicroQuijotes. Barcelona: Thule Ediciones, 2005; Cien microcuentos chilenos: Cuarto Propio, 2002; Brevísima relación. Nueva antología del microcuento hispanoamericano. Santiago: Editorial Mosquito, 1999; Brevísima relación. Antología del micro-cuento hispanoamericano. Santiago: Mosquito Editores, 1990; Para empezar. Cien microcuentos hispanoamericanos. Con Jim Heinrich. Concepción: Editorial LAR, 1990; Brevísima relación del cuento breve de Chile. Concepción: Editorial LAR, 1989.

Para decir adiós

Ayer no más decías que si un día uno decide irse del otro, tú de mí o yo de ti, nuestro único fracaso será sentirnos obligados a vivir de los recuerdos de aquello que no supimos conquistar. Porque el pasado se nos alargará como una deuda impaga y el futuro se empozará en un precario abrevadero de nostalgias.
Por eso quemé las fotos, las cartas, las postales.
También el último informe del partido.

Diario de vida

Martes 26 de abril de 2001
Hoy comienzo una nueva etapa de mi vida: esta mañana nací en la cínica de la Santísima Trinidad, de Pueblo Nuevo. Pesé tres kilo y medio.
Fueron mis padres Avelina Martínez, abogada, Sofía Monterroso, filóloga, y Armando Orellana, dueño de la casa.
Ojalá esta vez me vaya mejor.

Zoofilia

El pingüino emperador, de la Antártida, le declara su amor a la pingüino que ha elegido regalándole una piedrecita. Si ella la acepta, empollan después juntos un huevo. Si ella la rechaza, el pingüino se va a otra isla, a empollar solo su piedra.
Esto lo sé porque también soy del Sur.
Colecciono desde hace años piedrecitas de pingüino.

Textos incluidos en Tinta sangre, Thule Ediciones, España, 2004.

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Andrés Gallardo

Nacido en Santiago en 1941. Professor de castellano (1961), doctor en lingüística (1980).
Ha publicado:Historia de la literatura y otros cuentos, Concepción, 1982;  Cátedras paralelas, Concepción, 1985, La nueva provincia, México-Santiago de Chile, 1987, Obituario, México-Santiago de Chile, 1987, Las estructuras inexorables del parentesco, Concepción, 2000),Tríptico de Cobquecura (novela, 2007).

 La colección 

A propósito de don Quijote, recordamos a don Amancio Garay Barría, natural de Curaco de Vélez, quien siendo casi un niño empezó a juntar ediciones de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha con la esperanza de leer alguna algún día; “algún día estaré preparado para leer este monumento literario”, decía don Amancio, y seguía coleccionando ediciones de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Sólo dejó de coleccionarlas a raiz de su sensible fallecimiento. Resulta inexplicablemente triste anotar que don Amancio Garay Barría falleció sin haberse creído digno de leer ninguna de sus ediciones de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

Parábola de la literatura, la locura, la cordura y la ventura

 Cierto hidalgo cincuentón dio en el más extraño pensamiento en que jamás dio hidalgo alguno en Ñipas, y fue que un día amaneció tan tranquilo diciendo que él era Don Quijote de la Mancha y, en efecto, se puso a hacer y decir cosas que hacía y decía Don Quijote de la Mancha (eso sí que solo, pues parece que Ñipas no daba para Sancho Panza). Pasó el tiempo e inevitablemente llegó la hora de la muerte y la cordura. El hidalgo cayó en un profundo sueño y al despertar dijo “bueno, se acabó, ya no hay Don Quijote; yo soy Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de bueno”, después de lo cual se sumió en otro sueño. Pronto despertó; esta vez dijo “basta de locura, yo soy Ignacio Rodríguez Almonacid y no hay más leña que la que arde” y cayó nuevamente en profundo sopor. Al cabo de unas horas despertó como asombrado, miró alrededor, dijo “después de todo, quién es uno” y ahora sí que cayó en un sueño definitivo, dejando alterado para siempre el concepto de identidad personal en Ñipas.

Estos textos están incluidos en Microquijotes; selección y prólogo de Juan Armando Epple, Thule Ediciones, España, 2005.

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Carlos Iturra

Nació en Santiago. Ha publicado Otros cuentos, 1989; Paisaje masculino, 1999; ¿La convicción o la duda?, 1998; Por arte de magia, (novela), 1997. 

Novela en tres tomos

I. El abuelo fue ladrón

II. Para que el hijo fuera banquero

III. Para que el nieto fuera poeta.

El Dino

Cuando despertó, alguien lo había violado.

Mártir

Un hombre que muere de hambre, encerrado junto a un animalito, sin comérselo.

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Diego Muñoz González

Nació en 1977. Es licenciado en literatura inglesa de la Universidad Católica y ha realizado múltiples talleres literarios, incluyendo el de Diego Muñoz Valenzuela, donde se inició en la minificción. Actualmente trabaja como guionista de televisión y crítico de cine.

Micro llena

Todos apretados, adormilados, cabezas contra los cristales empañados, abrigos, parkas, cotelé y lana contra nosotros, mochilas gordas, manos heladas envolviendo fierros gélidos, nos movemos, avancemos atrás por el pasillo, nos detenemos, golpes de zapato contra el piso, ya pues, pifias, nos movemos de nuevo, lomo de toro, ring, ya pues la puerta, la puerta hombre, las puertas no se abren pero sí­ nos detenemos, no podemos salir, hemos estado así­ desde siempre, una eternidad mirando la ciudad cambiar allá afuera sin poder salir, así­ es, estamos atascados, para siempre, desde el accidente, ese accidente en una micro llena.

Zapping

Una pelí­cula calentona, unos monos animados, un cadáver en un sofá un programa de concursos en italiano, un videoclip de una canción que le carga, una carta de ajuste, un programa médico, el cadáver ladea la cabeza, otra película calentona, una sesión del senado, monos animados japoneses, otro videoclip, el cadáver se mueve, un partido de fútbol, una pelí­cula de terror, otra carta de ajuste, el cadáver reacciona, la señal toda en negro que le devuelve el reflejo, sentado en el sofá, con el control remoto en la mano inerte, el cadáver apaga la tele y se va a dormir.

Niebla

Me mira tras su niebla sin moverse. Me sabe perdedor y no lo engaño. No quiero mirarlo, pero él no se mueve. Es mucha la verguenza, con la niebla y todo. Me odia, y con razón. Estira una mano, limpia el vapor del espejo y yo ya no tengo dónde esconderme.

 

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Diego Muñoz Valenzuela

Nació en Constitución, Chile. Es cuentista y novelista. Es presidente de la Corporación Letras de Chile. Ha publicado, entre otros: “Nada ha Terminado” (cuentos) 1984; “Todo el Amor en sus ojos” (Novela) 1990; “Lugares Secretos” (Cuentos) 1993; “Ángeles y Verdugos” (microcuentos) 2002; “De monstruos y Bellezas”(microcuentos) 2007.

 Mentiras verdaderas

Le dije que la amaba; le mentí. Con los ojos de lágrimas y voz entrecortada, ella declaró que no podía vivir sin mí; mintió descaradamente. Respondí a su engaño con un apasionado beso, aunque con los ojos cerrados no pensara en ella. Ella simuló una pasión arrobadora y logró conmoverme. Me dejé conducir por su timo y le declaré amor sempiterno, indestructible, a sabiendas de la falsedad de mi promesa. El abrazo se traspasó de intensas emociones causadas por la ráfaga de mentiras mutuas. La cuestión es que nos hemos tragado esta quimera. Hemos vivido por décadas hablando falacias, imaginando ímpetus que no existen y configurando un idilio tan embustero como inquebrantable. Otras parejas nos califican como ejemplo a seguir. Reímos cuando lo señalan; nos tomamos las manos y sonreímos satisfechos por la perfección de nuestra farsa.

Ciudadano ejemplar

 Yo descuartizo criminales, atormento torturadores, timo estafadores, envicio a los traficantes, violo pederastas, despojo a los ladrones, ¿qué más se me puede exigir?

 

Amores insectiles

El hombre araña perseguía a la mujer mosca con evidentes malas intenciones. Por fin la acorraló en un callejón solitario y oscuro. Se aproximó rápidamente corriendo por la muralla con sus precisos movimientos de arácnido. Detuvo su marcha ante ella y extendió sus extremidades para envolverla en su abrazo de seda. Notó que sobre la trompa de su víctima había otra artificial, que terminaba en sendos filtros. Entonces ella extrajo de su bolso el insecticida, lo roció sobre el rostro de su enemigo, y se sentó a esperar las consecuencias.

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Andrés Reveco

Andrés Reveco Arias, tuvo la ocurrencia de venir al mundo una noche de Junio del ’74 (dicen que los cabernet de ese año son muy buenos). Hoy carga 34 años y una residencia en Santiago después de haber pasado por el norte y sur de nuestro país. Desde hace dos años participa en el taller literario de Lilian Elphick, y desde mayo del 2008 es parte de la Corporación Letras de Chile. Su especialidad es el microcuento y el relato breve.

Burdo

Siento cómo se rasga mi piel, la hoja corta profundo, en la mesa veo el reflejo del Bar mientras me derrumbo sobre ella. Mi rostro choca contra la fría superficie rebotando ligeramente, quedo quieto, como si de esa forma fuese a sanar todo en un instante, renegando del líquido cálido y viscoso que comienza a salir de mi costado. Quiero incorporarme, saltar sobre mi agresor, pero no puedo. Siempre imaginé que sería mi primera reacción si me sucedía algo así. En cambio ahora, en esta situación, me doy cuenta de que no soy capaz de levantar mi cabeza desde el cristal.

La calidez en mi costado continúa y el bar se congela, nadie se mueve, nadie pregunta, pero todos observan. Yo, lánguido, extendido mi cuerpo en una prolongación de la silla sobre la mesa, siendo los tres sólo uno, y todos sangrando.  Siento que el reloj avanza pero sigue todo quieto, inmutable, como si la vida no se me fuera por un corte que pincho mi corazón, ya siento los latidos fuera de mi cuerpo, van a ensordecer a los demás, siento retumbar este sonido en las paredes, perforando mis tímpanos, ya ajenos a la privacidad de mi interior, el volumen sube cada vez más hasta que casi me enloquece. Entonces, despierto y te veo en mi cama, a mi lado, y con la tijera clavada.

Albor

Te acabo de ver parir un nuevo hijo, lo veo erguirse con sus doce pisos de estatura, orgulloso, mirando en derredor esas pequeñas casitas que lo rodean. Siento cómo observa desafiante, cómo, inquieto, se levanta y comienza a sentirse habitado, cerrando  sus ojitos de cortinas, comenzando a vivir intimidades ajenas y lentamente llenándose de vida,  tratando de abarcar con su mirada de mosca todo lo que está a su alrededor. Dándose cuenta poco a poco de que no es hijo único, si no que vive en un orfanato.

Jardín

Repto, me deslizo lentamente en mi hábitat tibio, dejo un túnel tras de mí; me retuerzo avanzando poco a poco hasta donde la tierra esta más blanda, recién removida.  Continúo hasta descubrir que ha llegado algo nuevo. Me acerco hasta chocar con una superficie rígida, sólida. Acurrucado contra ella, tratando de saber qué contiene esta nueva caja de Pandora. Estoy en su costado unos días esperando que la superficie se ablande, rasgo y muerdo hasta que penetro en la madera, atravieso restos de tela y acolchado, acercándome poco a poco al salino premio; lo toco y es suave, a pesar de la rigidez. Me acurruco a su lado, presiono contra él y logro que lentamente abrace mi compañía,  comienzo a fluir su interior, frío y, a la vez, cálido en el abrazo.  El recorrido por estos músculos inertes se hace enorme  hasta encontrar una vena que será mi carretera en esta noche eterna…, y comienzo a circular. Corro por estas autopistas vacías, quebradas, interminables, son kilómetros y kilómetros, hasta llegar a la fuente, llegar donde todos los caminos confluyen, donde en algún momento refrescaban su líquido para retomar fuerzas.  Me acerco al motor que hoy no anda. Lo observo muerto, partido, seco, no lo resisto, lo pruebo. Succiono y muerdo lentamente hastiándome de su sabor ácido, cuando de pronto siento el dolor, me contraigo, me retuerzo como caracol frente a la sal, y entonces descubro el engaño, la trampa. Me envenenaron, a éste lo enviaron para eliminarme, para que  no vuelva a comer de este jardín de los muertos.