por Eduardo Contreras Villablanca / Letras de Chile
Como bien indica Alexis Candia Cáceres en la contratapa de la última novela de la serie de Heredia, y a propósito del detective de mayor trayectoria en la narrativa chilena: “A veces […] aparecen personajes que cruzan las fronteras del papel y se instalan en nuestras vidas como si fueran viejos amigos…”
Este es el caso. Compartimos la soledad y las peripecias de Heredia desde 1987, y con el pasar de los años su escepticismo, y luego su nostalgia. Hemos vivido con él investigaciones, en las miasmas de la dictadura, cuando ayudaba a Marcela Rojas, en la época en que los agentes del terrorismo de estado detenían personas para hacerlas desaparecer. Con Santiago de Chile y sus barrios siempre como parte de la sensorialidad del entorno del detective. Aunque a veces lo hemos acompañado a otros parajes, así recorrimos con él Buenos Aires, a inicios de los noventa, para enfrentar a una red de narcotráfico. Pero siempre de vuelta al centro de nuestra capital, dándose de cabezazos contra el poder y su corrupción. Una podredumbre que se manifiesta, por ejemplo, en el tráfico de armas, en una historia que tenía su correlato en la realidad con el contrabando ilegal de armas a Croacia que unidades del Ejército llevaron a cabo bajo el mandato de Pinochet, a quien el país en esas fechas debía seguir soportando como jefe de esa institución castrense.
Fines de los ochenta y mediados de los noventa, son los años en los que los referentes de Heredia eran el policía Dagoberto Solís, el quiosquero Anselmo, y el gato Simenon. Los dos últimos han permanecido a su lado hasta esta última entrega que comentamos más adelante. Dagoberto Solís es asesinado precisamente en aquella novela relativa al tráfico de armas. Un consuelo ante esa pérdida es la relación del detective con Griseta, una mujer decidida en la que Heredia piensa como refugio cuando Solís cae.
Poco después vemos al entrañable Heredia en una de sus escasas investigaciones fuera de Santiago, específicamente en Punta Arenas, donde su amigo Caicheo está recibiendo amenazas de muerte. Un viaje clave en la vida de Heredia, ahí conoce a Yasna. No pretendo hacer un resumen de toda la vida de Heredia, pero traigo el recuerdo de su pasado en esas décadas, porque esas historias remotas han extendido sus redes hasta el presente del detective.
Otros personajes van matizando su soledad a ratos, como el periodista Marcos Campbell y el Escriba. Siempre hay sorpresas en las novelas de Díaz Eterovic, la aparición del Escriba lo fue en su momento, es el alter ego del propio autor interactuando con el personaje. También en los primeros años de este siglo aparece una nueva compañía: Doris Fabra, una llamativa detective del Servicio de Investigaciones de la que a la postre Heredia se enamora. Griseta se había marchado del país, (Yasna nunca se movió de Punta Arenas, y Heredia no la vuelve a ver en dos décadas). También por esos años comienza a colaborar de vez en cuando con el policía Ruperto Chacón.
Luego de enfrentar maleantes de distinto pelaje, incluyendo un asesino en serie, ya en la segunda década de este siglo, y en el marco de delitos medio ambientales de una empresa minera, Heredia debe enfrentar uno de los golpes más duros de su vida, como reza la contratapa de La música de la soledad: “la comisaria Doris Fabra [..] en esta ocasión hará su último esfuerzo por conquistar un lugar definitivo en la vida de Heredia”. La portada de esa novela lo dice todo.
En La cola del diablo, la penúltima entrega de la serie, más de veinte años después de su primer viaje a Punta Arenas, el detective regresa para resolver un caso de corrupción de la iglesia en esa ciudad. Junto con desenmascarar uno de los tantos delitos de los eclesiásticos que por fin este siglo terminaron por hacerse públicos, Heredia se rencuentra con Yasna, y conoce a Goran, que lo ayudará en esa investigación. Para quienes no sepan quien es Goran, sugiero leer La cola del diablo, aunque la novela que hoy comentamos – como todas las de la serie de Heredia – se puede leer de forma independiente.
Y llegamos a Los asuntos del prójimo (buena metáfora de lo que ha sido la vida del personaje). En esta última entrega, lo vemos una vez más junto a Goran, que viaja a Santiago y lo ayuda en este nuevo caso. Tempranamente sabemos por Helena – una mujer que llega a pedir ayuda a su despacho – que ha desaparecido la joven Lorena Morán, estudiante universitaria que comparte el departamento con Helena. Coincido totalmente con el Escriba, que acota al final de la obra: “Me gustan las novelas que empiezan con una mujer apareciendo de la nada”. Un guiño a clásicos del género negro que arrancan así, por mencionar solo uno: El sueño eterno, de Raymond Chandler.
A poco andar, Heredia descubre que la joven ha sido asesinada, se lo comunica a Helena y acuerdan que él continúe la investigación. La trama hace que el lector oscile en las sospechas, desde temas relativos a acoso sexual por parte de profesores de la universidad en la que estudiaba Lorena, hasta intrigas relativas a la iglesia evangélica en la que la joven trabajaba como parte de los estudios para su tesis. En este caso, Heredia una vez más colabora con el ya mencionado policía Ruperto Chacón.
Dentro de las sorpresas de este libro, está el regreso de Griseta, que se instala nada menos que de vecina del detective. El pasado regresa en las dos últimas entregas de Díaz Eterovic, como muchas veces ocurre en la realidad, a veces luego de muchos años. Hemos ido envejeciendo junto al personaje, y sus vivencias por eso resultan tan cercanas. La vida tiene pérdidas dolorosas, como las de Dagoberto Solís y Doris Fabra, y gratos rencuentros con el pasado, viejos amores que reaparecen y que morigeran la soledad.
La segunda sorpresa es la aparición del gato pequeño, rescatado por Simenon de los techos del vecindario. El gatito permanece sin nombre casi hasta el final de la novela. Otra compañía para Heredia, de esas que le dan respiro de vez en cuando, y una muy necesaria en este caso considerando que a Simenon ya los años se le comienzan a notar.
En esta novela, como en todas las anteriores, vivimos con Heredia los cambios de la ciudad. Como envejecemos junto al personaje, compartimos con él el asombro y la molestia ante muchas mutaciones de la capital. Lugares patrimoniales que desaparecen ante la voracidad inmobiliaria, la tecnología que nos puede ayudar en muchos aspectos (como bien lo sabe Goran por ser joven), pero que arrasa con actividades tradicionales, como el quiosco de diarios y revistas de Anselmo que languidece – como los restantes quioscos de la capital – ante el sostenido avance de las publicaciones digitales, y la disminución de la lectura que hoy debe competir con la omnipresencia de internet con series y películas, y la diversificación de la oferta televisiva con sus cientos de canales de pago.
Al finalizar el libro, el título Los asuntos del prójimo, queda resonando como una metáfora de lo que ha sido la vida de Heredia. Porfiando contra el poder, tomando casos a cambio de honorarios bajos o incluso sin ellos. Siempre preocupado de restablecer un mínimo de justicia, aunque sea para las personas que a él le ha tocado conocer, en un país a veces despiadado con la mayoría de sus compatriotas. Esa forma de ser, la de Heredia, es algo que también se ha ido perdiendo, junto a parte del patrimonio arquitectónico de Santiago de Chile y del país. Una empatía y preocupación por los demás, que ojalá comencemos a recuperar, como parte del proceso de transformaciones que el país comenzó a vivir desde el año 2019.
Una vez más los diálogos fluyen y son parte fundamental de la estrategia narrativa del autor. Los personajes se nos muestran en buena medida a través de ellos.
Parte de nuestra realidad retratada en la obra, son las olas de migración más recientes, particularmente en este caso, la de los haitianos. Moquete es el conserje del edificio del detective, y le tiende una mano en su investigación sobre el asesinato de Lorena.
En síntesis, nuevamente una gran novela de Heredia, para muchos un compañero en nuestro paso por este mundo. Es lo hermoso del arte, llegar a ser caja de resonancia de la vida de muchos, reflejo de vivencias de parte de la humanidad. En mi caso, me acompaña Heredia tanto como lo hizo Pepe Carvalho, el personaje de Manuel Vásquez Montalbán, las canciones de Silvio Rodríguez y la música de Pink Floyd.
Termino con una cita del personaje en esta obra, que a mi juicio ilustra muy bien la clasificación que se ha hecho de Ramón Díaz Eterovic dentro de lo que se ha llamado el neo policial latinoamericano. Dice Heredia: “La ley, la puta ley que siempre ha ido de la mano de los poderosos. Si robas medio kilo de pan te mandan a la cárcel; si robas millones te envían a un curso de ética. No me interesan las leyes. Me basta con saber la diferencia que hay entre el bien y el mal”. Algo de esto conocemos en Chile, ¿no?
Ramón Diaz Eterovic
Los asuntos del prójimo
LOM. 226 páginas.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…