Expediciones Domésticas de Cristóbal Acevedo

por Jorge Navarrete

No sabía muy bien cómo abordar esto. Quizás por donde es más fácil y difícil a la vez… por las emociones.

Partamos por la sorpresa. No me extrañó recibir hace un mes la llamada de un amigo; aunque sí, confieso un poco, el que me invitara a comentar un libro que había escrito, pues Cristóbal hace rato había dejado la política contingente. Pero lo que nunca pude imaginar, es que se trataba de una recopilación de cuentos.

Sigamos con el pudor. Por razones que no son pertinentes de explicar aquí, mi afán por la lectura hace mucho tiempo se concentró en los ensayos, en desmedro de la novela, la poesía o los cuentos. Todos estos últimos géneros literarios, donde sólo daría para calificarme como un entusiasta ignorante.

Pero el pudor no sólo era personal, sino también ajeno. Son demasiados los personajes públicos -léase políticos, economistas o conocidos por otras profesiones u oficios- que han devenido en repentinos escritores, con un resultado tan mediocre como deplorable. Con Cristóbal nos conocemos hace muchos años, y bien sabe, como también sé yo, que no soy una persona de halago fácil, por lo que esta invitación tenía riesgos para mí, pero sobre todo para él.

Respiré con algo de alivio, especialmente al leer lo prologado por Diego, quien sí es un avezado experto en estas materias; aunque, en su calidad de profesor, cuando no mentor de Cristóbal, todavía era posible presumir cierta benevolencia a la hora de plasmar su crítica.

Pues bien, y sin más antecedentes o excusas, acompañado de quienes son los íconos de la concentración y la dicha -me refiero a mis cigarrillos y una piscola- me dispuse a leer.

No tengo una palabra precisa para describir lo que sentí al terminar “La casa ceniza”, el primer cuento con que abre este libro. Pero lo primero que se me vino a la cabeza -y disculpen el francés- fue: “mierda, esta huevá va en serio”.

Y de ahí fue todo un torbellino de emociones hasta que, con una ansiedad que pensaba me había abandonado en la lectura, me devoré por completo estas Expediciones Domésticas. “Hormigas” y “Lámparas” confirmaban que menos es más, como ya Diego lo había anticipado en las primeras páginas. Admiración y algo de envidia sentí al ver cómo se puede decir tanto con tan poco texto. La genialidad de “Hamacas” sólo podía ser superada por la emoción que me provocó “La caja envuelta”, un cuento precioso y cuya sensibilidad era coronada por el uso exacto y preciso de cada palabra. De ahí la genialidad para imaginar y relatar “La cocina en la pouerta”, en lo que no es nada menos que un brevísimo thriller que en sus últimas frases pone los pelos de punta. Lo absurdo llega con “Patio partido”, en una exaltación del sarcasmo, el que sin embargo nos remite a imágenes y símbolos que tocan especialmente el momento al que estamos sobreviviendo. Cuentos que se podrían leer el revés, como “La guerra entre vecinos”. Y cuando ingenuamente pensaba yo que ya había detectado el modus operandi del autor, y confiando en mi aparente hallazgo intentaba adivinar cómo terminaría el próximo cuento, “Gárgolas en la lluvia” me volvía a tumbar con un final inesperado.

De hecho, y como no hay nada que aparentar aquí, debo reconocer que un par de cuentos me quedaron grandes, como fue el caso de “Juegos de mesa” y la “Taza de café”. Pero ya me sentaré en privado con el autor, y mi amigo, para que me ilustre por esas finezas que seguramente no advertí. “Encontrada” es el relato con que termina la primera parte, y lo hace con un tema que -como en cada cuento en específico de Cristóbal- resume lo que pasó y adelanta lo que viene: me refiero a un mínimo común denominador de todo este libro, donde son centrales la fragilidad y la muerte.

Y así partimos el viaje nuevamente “Como en los viejos tiempos”, con un bello relato que homenajea la amistad y la pérdida, para después volver a zamarrearnos con la exquisitez de esos finales inesperados, como sucede con “Un abrir y cerrar de ojos”. Pero no todo podía ser perfecto y, al menos para no defraudar mi fama de impenitente odioso, digamos que fue una completa exageración, cuando no un tremendo abuso de la ficción, el haber sostenido en “Sueños cruzados” que Néstor Gorosito ha sido el centro delantero más eximio que haya pisado canchas chilenas. Y quizás este desliz del autor, el que, motivado por la pasión, pero que no pudo haber pasado inadvertido por su propia razón, lo llevó a rápidamente compensar con “La herencia de Napoleón”, un relato formidable que aparentemente desencaja el tono de este libro, conectando dos mundos -el de la realidad y la ficción- aunque ya Diego nos había alertado en el prólogo de que desconfiaba de tan tajantes categorías y separaciones. “3:26” y “El último cigarro” son dos relatos tan breves como íntimos, personales para el autor y para quien humildemente comenta: aunque sospecho que más el primero para Cristóbal, como también más el segundo para el suscrito. Y el libro no podía terminar de otra forma, con la ambigüedad del humor y la tragedia, de la satisfacción y el gusto a poco, haciendo explícita y absurda la muerte y el rito que la acompaña.

Decirte Cristóbal, que me sedujo la prosa y el buen uso de las palabras. La elegancia y simplicidad del lenguaje, lo magistral de cómo remataba cada cuento, algo que es tan difícil de hacer y lo digo como un modesto columnista por ya casi dos décadas. La última frase de cada párrafo, el último párrafo de cada cuento, como el último cuento de este libro, es aquello que te mantiene cautivo, ansioso y expectante. Y por lo mismo, de verdad espero que este no sea entonces el último libro.

En el intertanto, he querido llenar ese vacío recomendado efusivamente la lectura de este libro. Lo hice en la radio, ya se lo pasé a mi mujer, después seguirán mis hijas, como también mis padres, sus amigos y los nuestros. Porque estos son cuentos que habitan en lo universal y lo cotidiano, en la pequeña familia y en la gran comunidad, transformándose simultáneamente en un íntimo refugio y en una esperanza colectiva. Digo todo esto, porque conocí a Cristóbal como compañero de ruta en una actividad a la cual le entregamos los mejores años de nuestras vidas. Las esperanzas y expectativas que pusimos en ella, sólo tienen la envergadura del cansancio que sufrimos y las decepciones que padecimos. Hoy, aquí, más que felicitarte, quiero agradecerte. Darte las gracias por haberte atrevido; darte las gracias por lo que has parido; darte las gracias porque vemos cómo esta pasión les ha devuelto el brillo a tus ojos. Y, sobre todo, darte las gracias porque la lectura de este libro y sus maravillosos cuentos, nos han devuelto el brillo en los nuestros.