Enzo Farías Molina (Santiago de Chile, 1980)

Escritor, compositor y productor musical. Actualmente radicado en el puerto de Coquimbo. Dentro de sus trabajos literarios se encuentra el poemario «Libro Negro: Textos y Narraciones Apócrifas (Episodios I y II)», compilación de poemas y ejercicios literarios publicados a través de La Página de los Cuentos entre los años 2008 y 2009; «¿Cómo llegamos con vida a este lugar?» (2014) y «Episodios: Libro Tercero» (2017). En 2022 su cuento «El hombre que incendió el mundo» obtuvo el segundo lugar en el III Concurso de Textos Breves Beatriz «Tati» Allende Bussi, organizado por la Plataforma Socialista de Chile. Posteriormente, los poemas «Del valle hacia el interior» (2023) y «Las aguas» (2024) fueron reconocidos en las versiones consecutivas 8 y 9 del Concurso de Poesía Lucila Godoy Alcayaga: Campesina Nuestra organizado por la Ilustre Municipalidad de Coquimbo y Casa de las Artes Rural. Durante el año 2024 participó en el Taller Kenningar de la Fundación Pablo Neruda. Algunos de sus trabajos han sido publicados en medios digitales a nivel nacional e internacional.

SÁBADO

Y de pronto es sábado.
Hora de partir.
Los pasos son cortos, fríos,
como la ceniza que no supo renacer.

El viento me sospecha,
quedo en evidencia.
Una suerte de autosabotaje,
la manzana oxidada,
y el hormiguero revolucionado de abajo hacia arriba.

Júpiter nos mira
escondido tras sus lunas,
y reflejando su miseria en mí, Calisto.

Hace un rato que ya no vendo mi sombra en tus orillas parpadeantes.
Hace un rato que ya no muero a manos del tiempo.

Tibieza ancestral,
ruptura milenaria sobre Europa,
la desconsolada brisa de un amanecer rojo y distante,
estremecido de ida y de vuelta,
con la rítmica de las mareas;
las nubes avanzan frágiles, tranquilas y mudas.

Y de pronto es sábado.
Ganímedes lo sabe.
El tenue y fugaz misterio de un espectro
que pierde el equilibrio y su lugar en la carta astral.

Ramificado en la espera, no hay rescate que valga.
Mis precipitaciones estiran el vacío.
Lleno la mitad del vaso que falta.
Probablemente, a la tarde lluevan eclipses.

La tierra, el fuego, el agua,
y un cierto magnetismo lunar
le permiten, por un breve lapso, a Ío
reflejar su oscura visión en tu ventana
que, abierta de par en par,
no pierde el tiempo,
incitándome a pasar.

PIANITO BARROCO

Una copa de vino a medio vaciar,
quién sabe cuánto tiempo lleva acá;
la botella, en tanto, volteada bajo la mesa
no alcanzó a derramar toda su sangre en la alfombra.
Dos moscas se cortejan a toda velocidad
repartiendo su afán sobre el mantel manchado.
Verduras y frutas descompuestas
se revuelcan en una canasta, coreográficamente,
desfilando sus nuevos trajes fúngicos.
Un poco de sopa desahuciada, descansa en armonía,
insospechada tras la tapa de una olla.
«Ojalá nadie me descubra», piensa,
mientras sus manitos cavan en la trinchera correcta.

Un bosque austral de ropa tirada por el suelo.
Zapatos que enmudecieron con el pasar de los días
abren paso a inoportunos cordones montañosos,
cumbres espesas y molestas que lastiman la mirada.
La cama expuesta como un lienzo, no es mero pretexto,
es pretérito imperfecto en todo su esplendor,
con toda la magia y con todas sus letras.
Pero cuidado, hay que irse con calma,
pues su arte es despiadado, insurrecto,
como aquella última vez en que el amor, todo insolente,
pasó por acá, repartiendo espasmos.

Una canción bitlera y afrancesada
brota a toda prisa por una radio destartalada,
lleva largas temporadas aguantando las ganas;
y justo ahora, solo pienso en paradojas,
la cabeza gira a 33 1/3 RPM;
las ideas vuelan raudas y rasantes,
como tú y esta madrugada.

La pared ventila los secretos que empolvó por siglos.

Fotografías disparan, descifran rostros añejos,
obsoletos para este y todos los tiempos;
festinan las andanzas, y las tardes de verano,
los paisajes suculentos, los laureles,
los sauces, el llanto y sus sombras,
la noche intacta, muda entre la arboleda;
chiquillos consumidos por el paso del tiempo.
La luz y la vida—tanta vida que entibió las venas—
miran, enjuician y escupen al unísono,
sufren por las malas decisiones que, todavía,
siguen amontonadas detrás de cristales y uniformes.

Un bostezo—o quizá una brisa de aire fresco—
entra liviana por la ventana de la cocina.
Viene improvisando, a la antigua,
con los acordes diáfanos de un pianito barroco;
me toca el alma, su color es tan familiar.

Por aquí la vida pasó hace años,
parece un siglo, un siglo en el abandono;
y los besos cálidos que, en otra época,
pintaron tan felizmente, en tonos radiantes las escaleras,
se fueron enfriando con la misma rapidez que,
justamente ahora, nos cambia el curso del viento.

LAS AGUAS

Agua,
ahora simplemente soy de agua;
un viaje imperecedero
que, de la noche a la mañana,
como torrente ancestral
cruza por orillas imprudentes,
encumbrado diáfano
para amanecer rendido,
siendo aquella llovizna
que lava tus pies.

¿Qué va a ser de nosotros esa penosa madrugada,
cuando ya no vengas a saludar?

Puede que pasemos al olvido,
con los extremos descoloridos
y cansados de buscar
aquellos causes milenarios
con los que tantas veces
nos apaciguaste la sed;
esos por donde solías transitar,
libre, calmado, colmado,
con el alma al viento,
chorreando la vida
por llanuras, valles y humedales.

Puede que seamos sombra
en las alturas del tiempo,
consumiendo el aire
mientras intentamos
recordar cuándo y dónde
solía residir aquella inmensidad
que alguna vez se llamó
simplemente mar;
con los ojos alargados
y las ideas malgastadas,
trazaremos líneas inexactas,
colorearemos contornos imaginarios
con tonos que ya no existirán,
porque será muy tarde,
y no recordaremos
absolutamente nada.

¿Qué va a ser de nosotros esa oscura tarde,
cuando ya no pases por este lugar?

¿Quién irá a saber,
dónde encontrarán refugio
aquellas bocas lascivas,
tan entregadas, tan cómplices
y que arrimadas
al secreto de tus orillas confidentes
de río volcánico,
de mar desbocado,
de lluvia sin argumentos,
sobrevivieron mil veces
aturdidas por tanto amor?

¿Dónde encontrarán cobijo
tantas criaturas huérfanas
que descansan en tus años,
en tus confines, en tus posadas,
y todo cuanto fluye bajo tu manto?

¿Acaso hay alguna forma
de dar la vuelta atrás?
Es necesario, es imperioso
que me cuentes tu secreto.
Porque no siempre voy a estar,
y soy poco más que perecedero,
me agoto con la rapidez de la sal,
y quiero tener la certeza
de que vas a estar bien.
Necesito irme en paz,
sabiendo que pese a todo
algo estamos haciendo bien.

El futuro esplendor,
las lluvias del sur,
los fiordos australes
y la furia de los ventisqueros
abren su caótico cause
a través de estas venas,
y siento que estoy más vivo que ayer,
porque hoy, ya soy agua.
Porque ahora,
simplemente soy de agua.

CAMPOS DE HIELO

Poderosos pasos de fuego y trueno
incendian mis campos de hielo.
A mitad de esta vida el tiempo parece entero,
muerde las palabras, arde y se precipita,
esconde sus laberintos,
quiere guardarlos para más adelante.
Palpitante, friccionado, te quiere muerto en vida.
Este domingo demoró tanto en llegar.
Cuando amanecí seguía dormido,
mirando nubes por la ventana,
estelas difusas, dibujadas por alguna sonda espacial.

Los momentos desaparecen, pero se cargan en la espalda.
Toda una aventura de relámpagos y lucecitas,
deleites azuzados con la bondad mal entendida y la suspicacia a flor de piel.

El blanco en el blanco,
y yo a nada de volarme la cabeza,
ruedo por las planicies de un tiempo seguro,
pero que no es lo que esperaba.

Cuando vine, ya todo estaba lejos,
tal y como imaginamos ese día.
Las fonéticas se repiten incansables, nadie respira cerca.
Parece que hoy no habrá sombras para perseguir.

Peces desenfocados cobijan mis desvelos,
los huesos talados desde la raíz, la masa ausente;
algo ruge, inconveniente, propenso,
como si un final duro de comprender
lanzase cien imágenes por minuto,
las desembarcara en la tibieza de los arrullos,
las soportase en los hombros de un péndulo:
a medio camino entre efemérides y vaho,
entre tormentas elementales y mi carne, que no consigue escapar.

Temprano ha caído la noche.
Muchos ni se enteran, sometidos a una melodía sucedánea
—apenas se puede escuchar—;
muchos ni se enteran de que venían muertos desde antes.
Los enfermos despegan hacia el espacio sideral.

El sol corrige su posición.
Yo, en tanto, liberado del sosiego,
ordeno las barajas abandonadas, mal repartidas y sin jugar.
Demasiado frío en la noche, en la boca y en los roces.
El astro embiste, retrocede los días a su favor,
juega las cartas —ocultas bajo su manga— y se devora mi alma.
Me quedo abierto, rebanado a lo largo:
partido en dos, luego en cuatro,
en ocho, en dieciséis, en treinta y dos;
disperso por el aire, repartido a los cuatro vientos.
Ahora faltan demasiadas piezas.
El rompecabezas no se puede rearmar.

Quisiera haberme ahogado aquel día,
cuando las olas estaban tan calmadas y yo tan perdido.