Crónica literaria de Eddie Morales Piña
La acción de pedalear significa andar en bicicleta. Este es un ejercicio que aprendimos desde niños, aunque a algunos se nos olvidó. Pedalear es saludable, aunque sea en una bicicleta inmóvil en un gimnasio. Muchas personas hoy pedalean, incluso rumbo a su trabajo. El verbo intransitivo, sin duda, que tiene una connotación positiva. El adjetivo con que se acompaña el pedaleo le da una significación especial. Lo nocturno convoca situaciones ominosas.
Pedalear de noche por las calles de una ciudad nos hace entrar en un espacio que podría ser peligroso. El libro de cuentos de Diego Rojas (Valparaíso, 1987) titulado Pedaleo nocturno, nos ingresa como lectores/as a mundos en que la serie donde se inserta el texto se denomina de terror.
Efectivamente, los doce relatos de este volumen de Rojas están categorizados en el formato escriturario de cuentos de terror. De por sí la palabra nos induce a entrar a un plano de la realidad donde se conjugan elementos de esta inmediata con otros que la quiebran o resquebrajan, ingresando a situaciones que escapan a la lógica racional -valga la redundancia-y dejan al lector/a en una situación anómala dentro del juego discursivo. La literatura en general lo es, pero en relatos de esta naturaleza -o del horror u otros especímenes aledaños-, la percepción que se tiene en el acto de lectura es que estamos en historias, tramas, asuntos, personajes, asuntos, espacios, atmósferas desconcertantes. El horizonte de expectativas en este tipo de relatos requiere de un lector/a que entre en este entramado lúdico del misterio o de lo inaudito. En este sentido, Diego Rojas, lo logra de forma airosa. La literatura de terror -y también del horror- tiene una prosapia bastante sobresaliente en el tiempo, acotándolo desde Edgar Allan Poe hasta Stephen King, por ejemplo, pasando por Howard Phillips Lovecraft, o el hispanoamericano Horacio Quiroga, y otros más recientes en el espectro de la narrativa chilena. Todo lo anterior amerita que el libro de Diego Rojas no les va en zaga. Respecto de esta clase escrituraria se han escrito múltiples estudios y reflexiones, incluidas las opiniones de algunos de los nombrados.
La lectura de la obra de Rojas es atrayente y atrapante. Este es el primer atributo que posee Pedaleo nocturno. El cuento como categoría genérica debe poseer esta cualidad: ganar al lector/a de forma inmediata. Rojas lo logra. Inmediatamente, los cuentos del autor nos llevan a que la localización de las historias está situada en unos espacios que se nos transforma en un lugar con características góticas. Lo gótico nos remite a una de las formas del romanticismo literario donde lo siniestro y lo sorprendente en la realidad contingente se hace presente alterando dicha normalidad. En este sentido, el terror y el horror se acercan dialógicamente. El espacio tematizado en más de uno de los relatos de Diego Rojas es por todos conocidos. Es una ciudad puerto. Valparaíso se transforma en el espacio gótico. Este es, sin duda, un tópico recurrente en quienes cultivan esta forma escrituraria. Valparaíso ya no es el puerto de nostalgia – Salvador Reyes, dixit– sino que se transforma en un locus ominoso.
Los relatos tienen un sujeto narrador en primera persona quien se ve envuelto en las historias que muestra al lector/a. La trama de las experiencias vividas lleva a la incertidumbre de quien lee. La inmersión del lector en lo narrado hace que experimente lo que es consubstancial a este tipo de relatos. El temor, el miedo, el terror, el misterio, lo incógnito, son los motivos recurrentes de los cuentos. La presencia de lo ominoso. Contar la urdimbre narrativa de los textos sería inoficioso, porque le restaría al lector sentir el miedo, la angustia o el miedo. En esto está la clave de la narrativa del terror. El narrador que se desenvuelve en los relatos parece ser un enunciante conocedor de los códigos de lo siniestro o lo ignominioso. Hay varios niveles de intertextualidad, como en Sueño N° 7. Interesante resulta cómo logra aunar dentro de estos códigos situaciones de la vida histórica de hace algunas décadas atrás o el relato tradicional del hombre del saco que está en el imaginario colectivo cómo símbolo de alguien a quien temer. Si quisiéramos destacar un relato podría ser La última jornada que cuenta la historia de un joven profesor enfrentado a un curso problemático donde lo que ocurre será para el protagonista una liberación. O también, El movimiento final donde se entrecruzan diversas voces narrativas para dejar al lector en vilo con el hombre del saco. Chorizos asados es un relato esperpéntico -cualidad que posee más de uno de los doce relatos.
En definitiva, el lector/a que ingrese a esta textualidad del horror porteño de Diego Rojas podrá experimentar en la experiencia lectora lo sobrenatural a través de unas historias de un solvente narrador.
(Diego Rojas. Pedaleo nocturno. Valparaíso: Puerto de Escape. 2023. 125 pág.)
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.