Por Diego Muñoz Valenzuela

Antecedentes sobre el microcuento

El microcuento es un género literario que ha cobrado vigor desde los años 80 en adelante, si bien su historia parte con los inicios mismos de la creación literaria. Recibe muchas denominaciones en la actualidad, dependiendo del país donde nos situemos: microcuento (que es la denominación dominante en Chile), microrrelato (que se impone en España y se traslada a otros países también), minificción o microficción, cuento brevísimo, minicuentos. En lengua inglesa se habla de sudden fiction o flash fiction.

No existe aún consenso en las definiciones académicas y hay diferencias entre los significados de las denominaciones anteriores. Respecto a la extensión, hay quienes la definen en cantidad de palabras, como el profesor mexicano Lauro Zavala, quien establece el límite máximo en 150. Otros hablan de una cuartilla o una página como máximo (por ejemplo, una hoja tamaño carta doble espacio, Arial 12). Y también hay quienes afirman que la característica principal es la concisión por sobre la brevedad. Ya hablaremos de esto.

No obstante, una condición sobre la que no surge duda alguna, es la narratividad, es decir, debe contarse una historia, con inicio, desarrollo y desenlace, cualesquiera sea la extensión, más o menos breve. Esto implica la existencia de los elementos centrales de una narración: personaje (s), acción y espacio-tiempo. Por cierto, no hay mucho espacio para muchos personajes. En verdad no hay mucho espacio lingüístico para nada, ese es justamente el desafío del microcuento.

Ana María Shua, destacada microcuentista argentina, ha dicho que el microcuento limita al Norte con el Poema en Prosa, al Sur con el Chiste o la Ironía, al Este con el Cuento Corto, y al Oeste con el Aforismo. Esta es una manera de decir que es un género fronterizo, que sale de los bordes y los cánones desafiándolos. Está en el margen. Al centro de lo híbrido.

El microcuento en América Latina

Este género ha tenido un fuerte desarrollo en países de habla hispana como Guatemala (Augusto Monterroso), México (Juan José Arreola, René Avilés Fabila, Julio Torri), Venezuela (Gabriel Jiménez Emán, Luis Britto García), Argentina (Luisa Valenzuela, Ana María Shua, Raúl Brasca, Orlando Romano, Ildiko Nassr, Eduardo Berti, Juan Romagnoli y Fabián Vique), Colombia (Guillermo Bustamante Zamudio) y Chile.

En Chile para el microcuento hay antecedentes ubicados a mediados del siglo pasado, con autores como Vicente Huidobro y Alfonso Alcalde. Posteriormente otros autores tomaron esta tradición, por ejemplo, Virginia Vidal, Jaime Valdivieso y Andrés Gallardo. Se manifestó un desarrollo importante en la década de los 70 -en plena dictadura- con los trabajos experimentales, de mucha fuerza expresiva, de la generación del 80. En la actualidad hay un importante grupo de narradores que cultiva el género de forma continua, como Lilian Elphick, Pía Barros, Carlos Iturra, Pedro Guillermo Jara, Max Valdés, Diego Muñoz Valenzuela. Chile es un centro de producción fuerte, con muchos autores prolíficos, pero aún débil en cuanto al estudio en la academia, con excepción del notable trabajo -reconocido a nivel mundial- del profesor Juan Armando Epple en la Universidad de Oregon (USA) y algunas investigaciones pioneras de profesores como José Luis Fernández (U. Silva Henríquez), Isabel Larrea (U. Austral) y algunos otros.

El microcuento y el fomento de la lectura

El reconocimiento del género está determinado por los lectores, sobre todo los jóvenes, que buscan los microcuentos en páginas web y blogs. La brevedad se aviene muy bien con los medios tecnológicos propios del mundo de Internet –un campo fundamental para los jóvenes de hoy. Hay que reconocer el importante rol que la microficción desempeña en redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram. De otra parte, la escasez de tiempo producto de la acelerada vida contemporánea, si bien atenta contra la lectura reposada de una novela o extensiones narrativas mayores, el microcuento permite una ingestión rápida y gozosa.

La academia lo ha ido aceptando gradualmente como género, si bien ya se ha impuesto con energía su presencia en la forma de congresos, encuentros, seminarios nacionales e internacionales. A modo ilustrativo, el más reciente, X Congreso Internacional de Minificción se realizó en 2018 en Suiza (el número 11 de la serie iba a ser en Lima, 2020, pero fue postergado por la pandemia a 2022). Se ha efectuado cada dos años en México, España, Chile, Suiza, Argentina, Colombia, Alemania, Argentina (Neuquén, 2016), Suiza (San Gallen, 2018).

El microcuento ha sido exitoso en atraer lectores, debido a que con pocas palabras construye un mundo narrativo eficaz y pleno de significado. El mundo Internet se ha poblado de microcuentos y existe una gran multiplicidad de páginas web y blogs que se consagran a su difusión. En Chile destaca la página www.letrasdechile.cl donde podrán encontrarse otros vínculos relevantes a páginas de autores chilenos y otras de estudio y difusión.

Hay editoriales que han realizado un trabajo pionero en el género; tal es el caso en Chile de Mosquito Comunicaciones –que publicó los primeros volúmenes de microrrelatos- Asterión, Sherezade y Simplemente Editores. En otros países como España, Argentina, Venezuela, Colombia, Perú, se da un fenómeno similar: surgen editoriales alternativas cuya vocación es descubrir lo nuevo, la literatura de los márgenes.

Las cualidades principales del microcuento lo llevan a un sitial importante como herramienta para el fomento de la lectura: brevedad, concisión, hibridez, rupturismo y transgresión, carácter lúdico y experimental, evolución constante, diversidad, capacidad para asimilar otros géneros.

De otra parte, también muestra una característica democrática: cualquier persona puede sentirse tentada a escribir un microcuento. Así lo demuestra la masividad del concurso Santiago en 100 palabras, que tiene además sus réplicas en otros ámbitos.

Claves para la creación de microcuentos

El microrrelato es un camino que trae sorpresas. Es un terreno experimental, desafiante, en permanente cambio. Algo muy atractivo para quien gusta salirse de norma. Una forma de rebelión creativa que nunca termina. No planeo salirme del sendero. Todo lo contrario. Lo paso muy bien, recordando el valor de cada palabra, ejerciendo intensamente la economía de lenguaje y buscando la máxima expresividad para un lector activo.

Mis recomendaciones (en forma de un decálogo) para escribir un microrrelato -que es la denominación a la cual he adherido para mi propia producción-, más allá de la mera brevedad, que es condición necesaria y podríamos anotar como obvia:

  • Cumplir con la narratividad: lo fundamental es contar una historia
  • Entender que solo es posible abordar una situación narrativa única.
  • No puede haber gran profusión de personajes
  • Privilegiar la concisión: la densidad de significado debe estar por sobre la brevedad. La magia narrativa debe confinarse en un espacio mínimo
  • Logrado lo anterior, desprenderse de palabras y hechos superfluos
  • El tratamiento del lenguaje debe ser cuidadoso: cada palabra debe agregar un valor tangible en cuanto a significado o belleza.
  • La intención debe ser predominantemente estética; debe haber intensidad expresiva
  • La rapidez de la narración se da por la agilidad del pensamiento del lector, no por la velocidad del consumo. Es deseable, en consecuencia, ojalá gozosa, la relectura.
  • Si el autor entiende a plenitud el significado de lo que va a escribir, mejor que suspenda su trabajo. Lo subterráneo, aquello que escapa a las explicaciones, es la materia esencial del microcuento.
  • No hay temas prohibidos para el nuevo género. El Pulgarcito de la narrativa está llamado a invadir todos los espacios.

Conclusiones: lectura por placer o lectura por obligación

La lectura debe asociarse al placer antes que a la obligación. Es un viaje entretenido a otros mundos, otros tiempos, otras posibilidades de existencia. Por cierto que el placer no es contradictorio con la reflexión y con el aprendizaje: justamente hay que tratar de conciliar estas dimensiones.

No hay literatura buena por sí misma. Nuestro deber como lectores es descubrir aquello que nos interesa y nos gusta de entre la enorme masa de libros disponibles. Aquí no hay recetas: hay que salir de cacería. Para ello podemos recibir consejos, leer recomendaciones o simplemente intentar la lectura y ver si la historia nos atrapa.

La lectura literaria conlleva como resultado un mejor manejo del lenguaje, que es la principal herramienta humana, el gran vehículo del desarrollo. El lenguaje es el medio que permite la comunicación. Mientras más rico es nuestro lenguaje, mayores son las posibilidades de aprendizaje, conceptualización y comunicación.

El microcuento es un excelente medio para ingresar al mundo de la literatura. La menor extensión de un microrrelato no implica que la interpretación del texto, su asimilación por el lector, sea menos exigente que en un cuento tradicional o una novela, por ejemplo. Al revés, es posible que un microcuento exija de su lector una fuerte actitud activa para completar aquello que no está dicho, sino solo sugerido.

Hay microcuentos que abarcan temáticas tan diversas como el horror, al amor, la ciencia ficción, el humor, el crimen, la reflexión, la crítica social, la sátira. Esta gran flexibilidad permite al lector disponer de un amplio mazo de cartas donde explorar para buscar el legítimo disfrute de la creación literaria.

DIEGO MUÑOZ VALENZUELA (Constitución, Chile, 1956).

Ha publicado catorce volúmenes de cuentos y microcuentos y seis novelas. Se distingue como cultor de la ciencia ficción y del microrrelato. Ha abordado el periodo de la dictadura militar en diversos libros. Sus libros de microrrelatos son: Ángeles y verdugos (2002, 2016 Argentina), De monstruos y bellezas (2007), Las nuevas hadas (2011), Breviario Mínimo (2011), Microsauri, (Italia, 2014), Demonios vagos (2015), Largo viaje, libro ilustrado (2016), Amor cibernauta (Perú, 2018), Venta de Ilusiones (China, 2019). Compiló la antología Microcuento Fantástico Chileno (Santiago, 2019) Libros suyos han sido publicados en España, Croacia, Italia, Argentina, Perú y China. Sus relatos han sido traducidos a diez idiomas. Premio Mejores Obras Literarias en 1994 y 1996.