Juan Carlos Castro:

Yo recuerdo que mi abuela me pide que le lleve el desayuno a mi abuelo: su café y un pan. El viejo escuchaba la radio…

Fue la única vez que lo vi llorar. Nos abrazó y no dijo más nada.

Luis Matte Lira:

Yo a esta hora, después de comer, ese 11 hacía pucheros de pena en mi pieza, porque habían matado a Allende, y en la noche soñé que era mentira.

Guillermo Ocampo:

Yo recuerdo cómo mi viejo nos reunió a los hijos mayores, Hugo y yo, y nos dijo “vienen tiempos muy difíciles”. Horas más tarde, tuvo que presentarse en el Regimiento Sangra, porque fue llamado en el Bando N°1 de la Provincia de Llanquihue. Afortunadamente, en la noche, volvió mi viejo a casa. Cuestión que no vivieron tantas y tantas familias, como nuestros amigos Aguilar de Osorno. Nada ni nadie está olvidado: “Verdad, Justicia y reparación”.

Eduardo Contreras Villablanca:

Ese día mi mamá me despertó temprano y me dijo algo así como:

—Los fascistas mataron a Allende. Tu padre está en Santiago, no hemos podido comunicarnos y no sabemos dónde está, nos tenemos que ir al tiro de la casa, a escondernos donde los tíos Pedro y Elisa.

Creo que no atiné a decir nada. Mi madre se agachó para abrazarme y lloró, pero rápidamente se levantó enjugándose las lágrimas para tomar una maleta, luego caminó hacia la puerta de salida.

Jodida la primera noche en la casa de los tíos. No eran tíos realmente, pero de tan amigos llegaban a parecer hermanos de mis padres. Hubo una balacera en el barrio y tuvimos que pasar la noche tendidos de guata en el suelo. En algunas de esas noches de tiroteo los adultos supieron que los militares estaban allanando las casas de ese barrio, así que nos fuimos a donde el “Rucio” Merino, también amigo de mis padres.

En esos días escondidos, algo me trataron de ocultar los acontecimientos, sin embargo, por retazos de las conversaciones me fui enterando de que habían matado también a Víctor Jara y al amigo de la familia: Ricardo Lagos Reyes, el alcalde socialista que había sucedido a mi padre en la Municipalidad de Chillán; y supe que habían fusilado también a la esposa embarazada del tío Ricardo y a Carlos Eduardo, su hijo de veinte. Nada sabíamos de mi otro “tío” Ricardo: Ricardo Stevens, después supimos que se había salvado.