por Patricia Espinosa

PEDAZO A PEDAZO

Valdés ofrece un novela extensa y vehemente sobre uno de los casos más intrincados de la historia policial chilena: el del descuartizado de Quilicura.

A comienzos de 1973, un jardinero encuentra entre unos matorrales un torso humano y, paralelamente, un comerciante del Mercado Persa da con un par de bolsas con restos humanos, iniciándose así una ola de rumores sobre el consumo de carne humana en la ciudad de Santiago. Unos días después es descubierto el cadáver de una mujer en un departamento de la calle Matucana. Se determina que los hallazgos corresponden a dos fallecidos; el español Mariano Salazar y María del Carmen Fernández, casados entre sí y protagonistas de uno de los casos más intrincados de la historia policial chilena. Fragmentos de un crimen, de Max Valdés Avilés se basa en este famoso caso, conocido como, “el descuartizado de Quilicura”.

Lo que primero destaca en esta narración es la acabada investigación del autor para reconstruir lo que se supuso un crimen perfecto. Valdés se sitúa cuarenta años después de los hechos y propone como investigadores a Roman Jacobson, escritor, profesor de castellano de mediana edad, y Clara Gerhaus, su joven novia. Clara estudia derecho y quiere realizar su tesis en los homicidios del matrimonio, aportando con las motivaciones y el nombre del asesino.

Si bien durante dos años la pareja realiza conjuntamente la investigación, el control el relato lo tiene el narrador, Roman, cargando en exceso la historia con fragmentos autobiográficos, fábulas de su padre, sueños y gustos literarios y cinematográficos. Eso deja muy poco espacio a Clara, de quien sabemos tiene gran capacidad intuitiva, pero por sobre todo mucha sensualidad.

La novela incluye múltiples declaraciones de testigos y sospechosos, así como documentos legales como querellas, demandas de abogados y testimonios de cercanos a las víctimas. Este método polifónico no diluye la voz del narrador y permite a la novela alcanzar un alto grado de verosimilitud e incluir al lector en la diversidad de posibles implicados. Todos los cercanos resultan, de una u otra forma, sospechosos, y sus dichos son desconcertantes y muchas veces contradictorios; por tanto, el método de exponer el habla directa de estos personajes resulta certero. Sin embargo, el problema de este método es que la diversidad de voces tiende a repetir información, ayudando poco a resolver el caso.

El segmento final de la novela se vuelve resbaladizo, más bien se le escapa a este diestro escritor de policiales. Sin necesidad, la narración toma un aire cercano a lo fantástico. Además, pierde dramatismo mediante el uso de chistes, como este donde alguien imagina que los muertos se presentan diciendo: “¡Estamos vivos, en el refugio los dos!”. Más encima, deja una pista abierta, una muy importante, nada menos que en el penúltimo párrafo de la novela. Si esta fuera una novela por entregas, podría comprenderse, pero nada indica, ni por la extensión ni por el diseño, que vaya a ser así.

En el terreno extraliterario hay un hecho que incide en este relato. El caso del descuartizado fue reabierto el año 2009 por la PDI, para realizar un examen de ADN a los restos y verificar su identidad. Fragmentos de un crimen se sitúa antes del examen, por lo que elude un hecho capital que debió ser integrado a la ficción. Aun así, pese al exceso de biografía del narrador y de relatos laterales, Max Valdés ha escrito una novela extensa y vehemente, que no se deja abandonar y que permite establecer valiosos cruces entre la historia del país y el género policial.

Viernes 15 de febrero de 2019
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