“Caracolas”, Juan Romagnoli

Macedonia Ediciones, Buenos Aires, Argentina, 2017, 112 pp.

Por Diego Muñoz Valenzuela

Juan Romagnoli es un microficcionista nato y como tal ha publicado, además del presente volumen, Universos ínfimos (Tres Fronteras Ediciones, Murcia, España, 2009), reeditado por Macedonia en 2011, y #elsueñodelamariposa, twiteratura (Macedonia, 2013), maravilloso delirio de concisión máxima, Narrar es humano (Macedonia, 2015) y Antología personal (Ed. Micrópolis, Perú, 2016).

Las características que definen el trabajo de Juan Romagnoli en el género de la narrativa brevísima se concentran en una visión de mundo desde un cristal de corte filosófico, profundo, inevitablemente crítico, que pone acento en las relaciones entre los seres humanos, así como en la sociedad completa y desde allí hacia la misma existencia del universo que presuntamente habitamos.

Su manejo del lenguaje resulta siempre eficaz -adecuado al objetivo de lo que se quiere narrar-, preciso, no breve necesariamente, incitante para generar una reflexión posterior a la lectura. Romagnoli nos deja pensando, con tarea pendiente, pero no se siente ninguna intención pedagógica; es cuestión nuestra, el autor sólo ha gatillado un proceso con su historia. Como todo buen escritor (de cualquier género) ha construido su propia fórmula, pero la va modificando en el tiempo, cuestionándose a sí mismo, sometiéndose a la necesidad de cambiar y desafiar mayores exigencias.

El primer texto de esta muestra aborda la abrumadora soledad que impera en nuestra sociedad, por sobre cualquier intento de superarla, como es el caso de la vida en pareja. Palabras muy medidas, lenguaje sencillo y directo, en esencia descriptivo, despojado de juicios valóricos y de mínima empatía entre personajes. La escena es pesada, con el peso del hielo, igual que las reflexiones que derivan de ella.

Una tarde más

Estoy solo. Entro al departamento y dejo mis co­sas sobre la mesa. Me cambio y acomodo la ropa que me quité. Voy a la cocina, me sirvo un vaso de licor y regreso a la sala de estar. Me siento en el sofá a beber en silencio. Estoy solo.

Ella llega casi media hora después. Me saluda con un remedo de sonrisa. Sé que irá a la cocina a servirse algo en un vaso. Se dirige a la cocina. De regreso y tras algunos suspiros de cansancio, viene y me da un beso como al pasar. Todo es silencio. Luego se dirige al baño y cierra la puerta. La oigo abrir la ducha. Es un sonido lejano, como de lluvia. Estoy solo.

Las relaciones amorosas, el amor (de cuya existencia real siempre dudamos), es uno de los temas preferidos de Romagnoli. Vuelve una y otra vez a tejerlo y destejerlo, como Penélope, y de cada vuelta surgimos inquietos, vacilantes o desolados. Y con seguridad, asombrados, sorprendidos. Como en esta segunda minificción.

Éxito

Pedro debió hacer un supremo y tenaz esfuerzo por olvidarla. Ella había sido el gran amor de su vida. Finalmente, lo logró: pasados varios años, se cruzó con ella una mañana sin reconocerla.

Se enamoró a primera vista

Otra de las pasiones de Romagnoli se relaciona con la existencia (nuestra personal, de nuestra sociedad, o hasta del mismo universo). En el caso de la siguiente microficción, somos introducidos al ámbito de la astrofísica desde una situación de lo más cotidiana. No es fácil darse cuenta cómo el texto nos va introduciendo no sólo en la historia misma, sino en sus complejas derivaciones y asuntos paralelos. Ahí reside la maestría del escritor.

El agujero

a mi abuelo Ernesto

Recuerdo cierta vez en que mi abuelo estaba perforando una madera. Yo lo observaba con toda la atención de mis escasos cinco años. En un momento se detuvo, con gesto de sorpresa, y me dijo que se le había caído el orificio, mientras me mostraba un extremo intacto de la tabla. Permanecimos varios minutos revolviendo todo, revisando paredes y piso. Yo lo ayudé sin entender bien qué estábamos buscando. Según me dijo, era muy peligroso que ese agujero se perdiera, y que de estar hambriento podría comerse la casa, y crecer y crecer, hasta devorarse el mundo con todos sus habitantes, y seguir creciendo. Me quedé preocupado, hasta que me distrajo algún otro juego.

Con los años olvidé completamente el episodio. Mi abuelo murió durante mi adolescencia. La vida adulta me fue absorbiendo, con su lógica implacable.

Hace unos años leí un artículo científico en el cual un grupo de astrónomos afirmaba haber descubierto un agujero negro masivo, en el centro de la galaxia. Semejante portento de la naturaleza cósmica se estaría comiendo, caníbalmente, a las estrellas más viejas del centro de la vía láctea, decía.

Bella metáfora del amor que resulta efímero para las pretensiones del ultrasensible protagonista, que lo da todo por la amada, sin lograr conmoverla. Romagnoli, una vez más, con plena libertad de nuestra parte, nos arrastra a la reconstrucción de una vivencia presente en cualquier historia personal: reflexión amarga, lluvia de tristeza que cae sobre la pureza del sentimiento. Eso leerá usted en la siguiente minificción.

Pañuelo

Nos besamos largamente. Nos fuimos deshaciendo poco a poco. Te asustaste y solo me miraste, asombrada de que me fuera licuando frente a tus ojos hasta ser un pequeño charco de agua cristalina a tus pies. Te agachaste a tocarme, como si no te convencieras, y te llevaste los dedos a la boca, para beberme. Entonces, por un instante, fui tus lágrimas. Luego, te secaste con un pañuelo (recuerdo que era mío) y te marchaste, solitaria.

En esta última minificción realidad e imaginación entran en fértil contrapunto, donde ambas se confunden en una amalgama que resulta imposible separar. Desde el mismo título se señala la ambigüedad que lo estructura, donde la narración fluye libremente para que el lector se deje llevar por el encanto estético.

A veces me confundo

Ayer te esperé hasta tarde, con la cena lista. Pero resultó que llegaste temprano. Comimos. Hicimos eI amor. Luego tomamos café y hablamos largo rato. Hasta que me cansé de esperarte.

A Juan Romagnoli hay que ubicarlo en la primera fila de los narradores que cultivan en idioma español el género narrativo brevísimo. Su trabajo es muy significativo y renovador, sugerente, profundo, muchas veces provocador. No es fácil la tarea de escribir buena literatura en un territorio donde es posible caer en la tentación del facilismo y aplicar fórmulas repetitivas. Es un autor de aquellos que cada vez que pone la pluma sobre el papel, se empeña en dejar un rastro bello y significante.