Por Rolando Rojo Redolés

Me gustan los libros amables. Los que se dejan leer sin apremios. Aquellos ejemplares que hojeamos en la cama, en el sillón favorito o en la playa. Libros manipulables que leemos en los trenes, en los buses, en el metro. Libros de letras medianas. Ni muy chicas ni tan grandes.

Con buena impresión y mejor encuadernación, que no se desarman como moños de viejas, que no nos quedamos con cuadernillos despegados en las manos, que no se pegan las páginas y obligan a mojar el dedo en saliva. Pero, sobre todo, me gustan los libros con  márgenes amplios  de izquierda y derecha, de arriba y de abajo. Libros de formato mediano y tapas sin muchos colores. Con  grandes títulos y el nombre del autor  destacado. Me gustan los ejemplares modestos, sencillos, que se sienten  avergonzados en grandes anaqueles, en compañía de volúmenes prepotentes, de   portadas duras, aquellos ejemplares forrados en cuero y letras doradas que proclaman, desde una vitrina, su importancia. En definitiva, me gusta el libro que acaricio, que huelo, y que, una vez concluida la lectura, deja en mis manos y en mi espíritu, la sensación agradable de una hermosa amistad.

 

No me gustan, en cambio, los libros estrechos, de formatos largos y duros, escritos casi sin márgenes (¿para ahorrar papel?) Esos libros que hay que forzarlos para leer las primeras letras del margen izquierdo y las que se escapan por el margen derecho. Libros que debemos abrir a presión como las piernas de una mujer violada. Libros que se resisten a  ser leídos en un vehículo en marcha, que nos obligan a diversos cabeceos para descubrir las letras perdidas entre los pliegues. Libros de tapas duras, donde el título y el nombre del autor se pierden en una maraña de colores y  gráficas ostentosas. Libros mal compaginados y pésimamente encuadernados. No me gustan los libros con profusión de citas, muchas de ellas más extensas que el asunto central. No me gustan los libros de ediciones de lujo y numeradas. No me gustan los libros de homenajes. No me gustan los libros adornados con fotografías del autor y su familia. No me gustan los libros que, para darse importancia, para dejar establecida su condición académica, interesante e, incluso, científica se  interrumpen constantemente para entregarnos galeradas bibliograficas. No me gustan los libros con subtítulos, con lenguajes crípticos,  con profusión de neologismos, libros de frases enrevesadas, llenos de obviedades encubiertas, de tecnicismos y jerigonzas, libros que hablan de los actantes en vez de personajes, de bifocalidad, de cronotopos, de homodiegético y hererodiegético, etcétera. No me gustan los libros pretenciosos y me espantan los libros voluminosos que con prepotencia acaparan los escaparates de las librerías lujosas. En definitiva, no me gustan los libros que concluida la lectura me dejan más confundido que antes de leerlos.