Nunca podría olvidarme de la escuela N° 59 de Villa Alemana. En este establecimiento cursé mis primeros años de enseñanza básica (preparatoria, como se decía antes) allá por la década del 60. Ni tampoco de mi primer profesor, el Señor Anabalón.
Prefiero hablar poco de mi enseñanza media. Demasiado absorbido por mi rebeldía, ésta fue errática, mediocre a nivel de resultados, pero sobre todo muy indisciplinada. No puedo culpar de ello a mis profesores. Yo no era “un rebelde sin causa”.
Doy un salto en el tiempo. A mediados de los años noventa mi familia franco- chilena y yo residimos en Valparaíso, mi ciudad natal. En estas líneas deseo evocar un poco mi experiencia como apoderado de mis hijas. Mi prole estuvo inscrita en dos colegios municipalizados.
Los recuerdos que guardo de ese periodo, de nuestra vida familiar; son contradictorios. A nivel humano fue una experiencia muy enriquecedora. Pero también muy frustrante a causa del rechazo que nos producía el autoritarismo y la arrogancia, doblada de incompetencia, de algunos profesores. Cuando digo esto me refiero sobre todo al ambiente que, en esa época, reinaba en el Liceo Eduardo de la Barra. Habiendo sido alumno de este establecimiento me indignaba ver como el dictador que usurpaba y deformaba, hasta transformarla en una caricatura, la función de rector se apropiaba indebidamente de su pasado de excelencia.
A inicios de los años 70 los alumnos del Eduardo de la Barra tenían la reputación de ser muy politizados. Este espíritu crítico no era incompatible, al parecer, con una libreta de notas sin “rojos”.
Hoy en día los estudiantes, secundarios y universitarios, mas el tan vilipendiado Colegio de Profesores, tienen en jaque al estado chileno. Por razones de justeza política prefiero no utilizar el término gobierno. ¿Cuántas generaciones han sido necesarias para que haya una concienciación (en los años 70 los chilenos decíamos “concientización”) respecto a la iniquidad del sistema educacional chileno? Varias, en todo caso.
Por mi parte, siempre recordaré las luchas en las que participé; con apoderados y profesores de los colegios donde estudiaron mis hijas. Por ejemplo, en contra de la privatización del colegio Pedro Montt. Y, en el Eduardo de la Barra, en contra del “pago compartido”.
Las semillas de todas las luchas de esa época florecen hoy en día.
Nuestra estadía en Chile duró tres años. Cuando ésta terminó pude medir la falta de ambición, y la mediocridad, de nuestros programas escolares. No obstante lo que vengo de decir yo tengo una deuda con esta enseñanza de mala calidad. Mis hijas lograron, gracias a ella, ser bilingües. Una ventaja inapreciable tanto de un punto de vista académico como profesional. Pero antes que nada, porque el hecho de compartir con niños chilenos creó en ellas un lazo afectivo, probablemente definitivo, con mi país de nacimiento. Y uno suplementario conmigo.
Georges Aguayo. Valparaíso 1956, escritor chileno residente en Francia. En 2011, Ril Editores publicó su obra Cuentos Parisinos.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.