Por si acaso alguien no se da cuenta

«Posiblemente Sangre mía, de Eduardo Trabucco, es la obra más ambiciosa, más seria y más rigurosa que el autor ha concebido hasta la fecha».

Por Camilo Marks

Posiblemente Sangre mía, de Eduardo Trabucco, es la obra más ambiciosa, más seria y más rigurosa que el autor ha concebido hasta la fecha. Como suele suceder con ficciones presididas por un plan un tanto espectacular, donde se mezclan sin cesar los discursos verbales y donde confluyen muchos géneros y subgéneros narrativos, la novela inevitablemente falla al abarcar tanto y, cada cierto tiempo, desparramarse en historias secundarias, laterales, casi adyacentes, que pueden fácilmente perder al lector de hoy, quien, sobre todo, prefiere la entretención a la información, la facilidad a la dificultad, en fin, ese consumidor de bienes culturales que lo único que espera de un texto libresco es pasarlo bien, sin complicarse la vida. Por descontado, nadie con dos dedos de frente se cansará frente a este trabajo, por lo que Trabucco hace bien al ignorar la pereza y los pésimos hábitos de nuestro público, de modo que hay que agradecerle que nos demande una atención infrecuente en los tiempos que corren y que sea más exigente de lo que ha sido con sus títulos previos.

El protagonista, Leonardo Pizarro, se entera en el primer capítulo de Sangre mía , que es padre de un hijo al que nunca ha conocido y nunca ha visto. Quien le proporciona tal noticia es su hija Alejandra cuando Leonardo ya ha cumplido 60 años, lo que deja descolocado al héroe, pero, pasada ya la sorpresa inicial, lo lleva a una profunda indagación en torno a lo que ha sido su biografía y, de paso, nos conduce al pasado relativamente remoto de la revolución y la guerra civil de 1891 y nos vuelve a transportar al presente, casi siempre sin solución de continuidad. La primera persona a la que Leonardo acude para conocer la verdad es a su tío Francisco, político, artista y militar, enfermo crónico que pasa sus días en una antigua casona de San Bernardo junto a su esposa Inés y a la empleada doméstica Mailen Lincolao, al comienzo un carácter secundario y en lo sucesivo, alguien que irá cobrando creciente importancia a medida que el relato evoluciona. Sin embargo, esta mera introducción es apenas el inicio de un tejido narrativo que se complejiza más y más y que conduce a Leonardo a escenarios que, como dijimos, cubren un vasto período histórico y que también lo llevan a investigar en el lugar más obvio donde se investiga en Chile, esto es, la Biblioteca Nacional, sin perjuicio de que el hilo conductor de la trama -si es que puede hablarse de algo parecido a un eje argumental- sean las reiteradas conversaciones que Leonardo mantiene con Francisco, con Inés y con Mailen.

La acción de Sangre mía , como corresponde a un texto con altas aspiraciones, es provinciana y a la vez muy cosmopolita y transcurre en Valparaíso, Santiago, París, Buenos Aires, Antofagasta y otros lugares; sin embargo, Trabucco tiene la prudencia y la inteligencia de introducirnos recordatorios o ayuda memorias, retomar pasajes que habían quedado en suspenso, resucitar a actores que creíamos olvidados, en suma, volver al comienzo, tal vez deliberadamente para que no nos perdamos en la espesa maraña interpersonal y tan miscelánea de Sangre mía , tal vez porque ese era el plan estructural que se trazó, el cual, si así fuese el caso, lo cumple a cabalidad. Desde luego, Trabucco rompe el esquema cronológico lineal, salta de una época a la otra, se atrasa y se adelanta, se detiene morosamente en aventuras que pudieron haber sido más simples o se va por las ramas, perjudicando un tanto la claridad de esta ficción, si bien, afortunadamente, ello ocurre con poca frecuencia. Aparte de la vasta cantidad de años que cubre Sangre mía, hay una innumerable cantidad de gente que entra y que sale, que desaparece y reaparece, que irrumpe sin preparación previa, lo que podría contribuir a cierta confusión que genera una narración más bien breve para los estándares del presente, si bien demasiado colmada de nombres y sucesos algo atiborrados. Es inevitable, por cierto, que haya episodios que posean más vigor que otros y resulta ineludible que sintamos más curiosidad ante algunas aventuras que ya forman parte del inconsciente colectivo de Chile (por ejemplo, la famosa desaparición del teniente Bello).

Como ya es habitual en la literatura del presente, Leonardo, al enfrentarse a una serie de manuscritos y testimonios impresos, seguramente archivados para una posteridad indiferente, va adquiriendo un conocimiento abrumador de su pasado que, en parte, es común a todos nosotros y en parte solo le concierne a él mismo. Aunque ya sea un lugar común lindante con lo doméstico decirlo, hay que decirlo: nada hay como los libros para conducirnos a otros libros, a otros libros más, nuevos y viejos volúmenes que desvelan por qué somos lo que somos, por qué la gente se comporta de tal o cual manera, por qué hemos llegado al punto en el que ahora nos encontramos. Así, lo que se inició como una pesquisa de tipo familiar deviene en la búsqueda de algo que aunque ocurre en el hoy, se repetirá en el futuro y de alguna manera no explicitada, nos servirá para conocernos mejor.

Sangre mía es además un artificio muy literario, quizá incluso culterano. La «Oda al aire» de Neruda encabeza numerosos capítulos del tomo y, tratándose de uno de los poemas más populares del vate, aquí adquiere una forma casi ritual, especialmente cuando algunos versos de la extraordinaria poesía son casi machacados, casi gritados, por si acaso hubiese alguien que no se diera cuenta de lo que le están hablando.

En El Mercurio, Cuerpo Artes y Letras

Domingo 21 de enero de 2018