La forma de los hechosPor Antonio Rojas Gómez

“La forma de los hechos”, novela, Fernando Jerez

Simplemente Editores, 192 páginas

Esta novela está edificada sobre veintiún lingotes de oro: no puede ser más valiosa. El oro lo encuentran dos detectives, enterrado en una cabaña abandonada, bajo el colchón donde reposa una calavera y algunos huesos antiguos que no alcanzan a conformar el esqueleto completo. Los lingotes tienen que repartirlos con el jefe, de modo que les corresponden siete a cada uno, más que suficiente para financiar los sueños que arrastran desde la infancia, y que se han hecho trizas al estrellarse contra la vida que conducen los poderosos. En esa vida, ellos no han sido más que peones en el tablero donde juegan sus piezas los propietarios del gran dinero. Ahora, los tres se convertirán en propietarios. Sin embargo, el plan tropieza con los escrúpulos de uno de ellos, Balbino Crespi, quien piensa que el oro le corresponde al fisco y deben entregárselo.

Balbino Crespi, viejo y enfermo, próximo a jubilar, quien se yergue como moralista irreprochable, es el mismo que cuarenta años antes, cuando despuntaba su juventud, participó en un complot fraguado por el gerente inglés de un banco británico para apropiarse de las propiedades de un anciano cliente próximo a la muerte. Aquel episodio, que no alcanzó el éxito esperado, obligó a Crespi a huir a un pueblo olvidado donde se refugiaban perseguidos de toda índole. Y en ese lugar, conoce a Laura y descubre el amor, y cambia su percepción de los hechos importantes de la vida. Lo que explica su actitud, incomprensible para sus dos socios.

La historia, como se ve, es más que una historia, son dos, separadas por una buena parcela de tiempo. Y el tratamiento del tiempo es un logro fantástico en la novela. Pasamos, en capítulos breves e intensos, de la juventud de los protagonistas, en la época de entreguerras, a su madurez ya decadente, durante la asonada popular contra el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, en los años cincuenta del siglo pasado. Y a través de esas dos épocas pretéritas es posible descubrir el país de hoy, con idénticas gentes, similares problemas y una forma de ser, de vivir y de enfrentar el hoy, el ayer y el mañana, que poco o nada ha cambiado de un siglo a otro.

“La forma de los hechos” nos muestra un panorama amplio en lo social, en lo político, en lo económico y, sobre todo, en lo humano. La profunda humanidad de los personajes, sus pequeñeces, sus anhelos, sus frustraciones, sus mínimas grandezas, la capacidad de disfrutar de las minucias del día a día, como beber un bíter batido, o guardar un mechón de cabellos en un antiguo libro de un soñador de justicias sociales esquivas. La vida palpita fuerte, sólida, emotiva en estas páginas que conforman una obra de arte literario mayor, como se encuentran pocas.

El trabajo de Fernando Jerez se extrema en detalles que pudieran entenderse irrelevantes, pero le dan sustancia y calidez al relato. Por ejemplo, la marca de los suspensores que usa el joven Crespi, los réclames de distintos productos de los años veinte, la música que se escuchaba, las viejas victrolas que eran un lujo al alcance de pocos. Para que hablar de los tranvías y de las primeras góndolas que les disputaban los pasajeros, y los escasos automóviles que venían a reemplazar a los coches de sangre de los ricachones.

“Resplandecía en su memoria el Studebaker 50 HP. Un día, sentado en los faldeos del San Cristóbal, presenció el admirable esfuerzo de aquella máquina por ascender hasta la cumbre del cerro. Rugió como una fiera hambrienta durante las siete sacrificadas horas que demoró en alcanzar la meta. Al cabo, se hizo la noche y el heroico conductor debió quedarse a dormir a los pies de la imagen imponente de la Inmaculada Concepción que desde lo alto del cerro vigilaba la ciudad. Los diarios no se cansaron de aplaudir la hazaña”.   (Págs. 86, 87).

En esta novela, cada detalle ha sido pulido con calidad de orfebre. La precisión y elegancia de la prosa, las descripciones exactas, los diálogos precisos. Nada sobra, nada falta. Estamos en presencia de una auténtica obra de arte, de valor enorme. Como que fue construida sobre veintiún lingotes de oro…

¿Y qué pasa con el oro? ¿Se lo reparten los tres detectives? ¿Se lo entregan al fisco?  ¡Bueno, eso lo sabrán cuando lleguen a la última página del libro!

Publicado en Revista Occidente N°461, mayo 2016