por Edmundo Moure
Luego de su segundo viaje a Galicia, en 1985, el cronista estima que sus propios confines son circulares, en el sentido de la partida y el regreso, como anillo que se despliega en el cosmos de su existencia particular. Por lo tanto, hay para él dos Penélope y un solo sueño transeúnte girando sobre sí mismo.
Esta vez, el periplo comenzó primero en Barcelona, la capital de esa nación llamada Cataluña, que el cronista no había conocido en sus ocho viajes anteriores a la Península que alberga las distintas Españas, y contiene también al saudoso Portugal, hijo de Galicia en su lengua galaico-lusa, según nos recuerda su bardo mayor, Lluis de Camoens.
El cronista y la poeta han recibido la cálida y filial hospitalidad del hijo músico y de la nuera maestra, en su claro piso de Plaza Joanic, corazón del barrio de Gracia, alma bohemia y artística de la Barcelona europea. Las crónicas sobre la patria de Maragall y Companys, ya escritas y publicadas, dan cuenta de la experiencia catalana, que va a cerrarse en el Ateneu Roig, Centro Gallego, el último día de la feliz estancia.
Esta vez, el cronista ha vuelto a Galicia, después de catorce años de ausencia geográfica, merced a una afectuosa invitación de la Asociación Irmáns Suárez Picallo, en Sada, A Coruña, para presentar allí sus Memorias Transeúntes…
En mayo de 2008 conoció la pequeña patria del gran cronista gallego, Ramón Suárez Picallo, con ocasión de presentarse el libro La Feria del Mundo, editado por el Consello da Cultura Galega, recopilación y antología de las crónicas escritas por el ilustre sadense, ex diputado de las Cortes durante la breve Segunda República española, exiliado en Chile, donde permaneciera entre los años 1940 y 1956, para escribir y publicar más de un millar de artículos en La Nación, La Época, La Hora y La Opinión.
Recuerda el cronista que en aquella memorable ocasión tuvo la fortuna de compartir con ilustres personajes de la cultura gallega, como Isaac Díaz Pardo, director de Sargadelos; Avelino Pousa Antelo, presidente de la Fundación Castelao; y Xosé Neira Vilas, escritor que viviera el largo exilio franquista en Cuba. Ellos le firmaron el primer ejemplar de La Feria del Mundo, libro que el cronista conserva entre sus modestos tesoros literarios.
También recuerda las ceremonias, las charlas proferidas en el Instituto Díaz Pardo, los sencillos agasajos con los entrañables amigos de la Mariña de Sada: Paco, Abel, Marisa, Regina, Amable, Valdi, Xulio, Lito, Manuel, José Luis… envueltos en ese rumor único de la lengua gallega, hablada por los paisanos en una prosodia única y siempre añorada.
Al desembarcar en el aeropuerto de A Coruña, esperan al cronista y a los suyos, Paco el Maestro y Abel, el ex Alcalde de Sada. En el trayecto, al pasar por la localidad de Cambre, Abel señala el lugar donde se yergue el Obradoiro de Gaitas Seivane, que preside Álvaro, artesano y afamado luthier de gaitas. José María manifiesta su interés de conocer ese templo instrumental, en alguna ocasión. Abel decide llevarlo de inmediato. Paco, Marisol y el cronista les siguen.
José María se interesa por adquirir una gaita. Hablamos de mil quinientos a dos mil euros, una profesional. Inalcanzable. Le muestra al patriarca Seivane la suya, obsequio de Fernando Amarelo de Castro en 1999. El luthier le ofrece la posibilidad de mejorarla, por quinientos euros. Antes del acuerdo, Álvaro pide a José María que toque; es, al parecer una prueba para ver los puntos que calza el intérprete y el instrumento que amerita su talento.
El cronista está sorprendido del asombro reflejado en el rostro de Álvaro Seivane. El maestro aplauda la interpretación que José María hace de “Runrún se fue pal Norte”, de Violeta Parra; luego, de una muiñeira. Dice: -Home, esa gaita lle va pequeña para o seu folgo”… Transcurrida una hora, la gaita del joven músico suena como los dioses. Si fuera creyente, el cronista agradecería los dones recibidos de Galicia al Apóstol Santiago, pero se lo impide su agnosticismo y calla la vieja inquietud votiva.
Trece años después de “La Feria del Mundo”, el cronista ha sido objeto de un homenaje en el Consello de Sada, encabezado por Benito Portela, el Alcalde, donde se le entregó la distinción de “Socio honorario de la Asociación Irmáns Suárez Picallo” y una preciosa estatuilla de Alfonso Castelao, en cerámica de Sargadelos. Habló el cronista de su memorioso libro, testimonio de más de medio siglo en los ámbitos de la literatura, chilena, gallega, española y extranjera; experiencias vitales llevadas a la letra impresa, en las que el espíritu de la vieja Galicia late como expresión de fidelidad, anímica y cultural; leyó algunos párrafos, luego que Xulio, el Poeta, hiciera un certero comentario de la obra. Saludó a los amigos, entre ellos, al querido mestre Xesús Domínguez Dono, Suso.
El cronista estaba emocionado; lo está ahora que esto escribe… Más aún cuando José María, hijo músico, interpretara melodías con su gaita, renovada y vibrante, y luego cantara, para deleite del público, algunas de sus composiciones. Al finalizar la hermosa ceremonia, con el sesgo protocolar galaico, de vieja usanza, fuimos invitados a una cena donde Ángel y Beatriz, en cuya mesa se desplegaron los incomparables mariscos de las rías y otros manjares de la cocina gallega.
También siente el cronista -preciso es decirlo- que, superada la línea de los ochenta, algo le suena a despedida, como si al cerrar la puerta de este noveno viaje, se hiciese improbable volver a abrirla… Cosas que se le ocurren al cabo de los años y que pueden ser simples aprensiones de un viejo que se resiste a serlo.
Al día siguiente, en un salón del Hotel Alba Mariña de Sada, Marisol, la Poeta, dio un recital de su libro Del Error y de la Luz, que fue muy celebrado por todos los concurrentes, especialmente por el Poeta Xulio, por Paco Anfitrión y por Xosé María Periodista.
Durante esos días, el cronista profirió tres charlas en dos colegios de Sada, para alumnos de Bachillerato y Segundo Ciclo. Fueron solicitadas en lengua gallega, y aunque ésta no es, como bien sabemos, su lengua social y de cultura, salió bien parado de la encomienda. Les habló a los jóvenes del proceso de la emigración gallega hacia América, en la primera mitad del siglo XX, de la huella cultural de Ramón Suárez Picallo en la diáspora gallega de Chile y de Argentina.
Resaltó el cronista la enorme diferencia entre aquellas migraciones hispanas y las de este siglo XXI, teniendo en cuenta que aquellas mujeres, esos hombres y niños que se embarcaban en destartalados paquebotes, salían de su tierra sin la remota esperanza de un regreso; la emigración era una partida sin vuelta atrás y las comunicaciones se tornaban muy difíciles, solo con el lentísimo expediente de la carta, que podía tardar meses en llegar a sus destinatarios, si es que no se extraviaba en su impredecible vuelo de “blanca paloma con las alas plegadas y la dirección en medio”, según metáfora de Miguel Hernández.
Al cronista no deja de acuciarle un prurito poético de renovadas nostalgias. Así, ha vuelto a contar esa historia de su padre emigrante, que es el resumen de un desasosiego sin solución posible, cuando, después de la sobremesa del domingo o del sábado, luego de la habitual lectura que Madre nos ofrecía como sólido postre, él se levantaba de la mesa, dirigiéndose a la ventana del salón que daba a la Gran Avenida, con el ademán de alguien que aguardara una invitación deseada y jamás cumplida…
-Sí, muchachos -y a punto estuvo de quebrársele la voz al cronista-. Sí, mi padre esperaba por el barco que le llevaría de regreso al casal de A Touza.
La perenne morriña logra mitigarse en la casa de comidas de Ángel, un albaceteño que atrae a sus clientes con los primores de la cocina que regala Beatriz, su compañera. Allí nos cobijamos, como ya anticipáramos, esa memorable noche del 29 de septiembre, Marisol, José María músico, Francisca maestra, los amigos Paco, Estevo, Xosé María, Xulio poeta, la diligente amiga Marisa, comimos y brindamos hasta la hora del cierre. Olvidamos la pandemia y otras miserias de la vida, reímos con las anécdotas desaforadas de Xosé María… El cronista parecía no caber en su piel, al tiempo que le embargaba el dulce cansancio de la felicidad, sintiendo sobre su rostro la caricia persistente del orballo nocturno.
Algo le decía al cronista, en ese viejo acento femenino que le regalara, hace mucho tiempo, la voz de la abuela gallega: “Sempre se pode voltar, aínda que sexa no barco da memoria”.
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Edmundo Moure
Octubre 16,2021
Durísimo cuento. Atento a las obras de este autor valdiviano.