por Josefina Muñoz Valenzuela
Este 26 de mayo falleció René Sánchez Bascuñán, un ser humano y médico de excepción en el más amplio sentido. Lo conocimos hace varias décadas, muy joven, pero ejerciendo la medicina como lo hizo siempre: con una total entrega no solo a una profesión, sino a un verdadero apostolado que ejerció preferentemente en el servicio público. Un ejemplo de ello son sus más de 30 años en el hospital Doctor Sótero del Río, en la comuna de Puente Alto, una de las más grandes de la Región Metropolitana.
Fue un privilegio haberlo conocido. Si uno hiciera un listado de cómo sería un doctor ideal, él los cumpliría todos, ampliamente. Desde luego, era como los antiguos doctores familiares, que atendían a todas las generaciones como algo natural, más allá de las especialidades que ya existían, sin duda, pero con una mirada totalizadora que veía el cuerpo, el alma, las palabras, los gestos, la vida de una persona real, que merecía ser tratada con atención, dignidad, afecto.
Atendió a mi marido y, a lo largo de los años, a toda la familia, incluida mi madre, a quien visitaba en su casa después de su larga jornada diaria, con interés y cariño. Sorprendentemente, nuestros amigos también lo hicieron su médico y, por esa razón, pasó a ser habitual encontrarnos en su consulta: todos valorábamos sus diagnósticos, sus consejos, sus palabras sabias, siempre claras y, sobre todo, profundamente tranquilizadoras.
Ese logro era fruto de su vocación generosa, su gran experiencia, un fino sentido de observación y empatía que se traducía en una atención puesta en el ser humano que tenía al frente, enfermo, a menudo angustiado y sufriente, con una mirada en que la enfermedad no se transformaba en algo separado o más importante que la persona.
En lo más profundo de mi corazón, siento que le debo la vida al doctor Sánchez, y quiero explicar por qué. Como tantos, tengo FONASA y me corresponde seguir los pasos según mi domicilio: consultorio del sector y Hospital Salvador. Y puedo decir que allí, servicio público, tuve una atención de primera clase para una operación compleja de cáncer gástrico, lo que agradezco hasta hoy día.
Luego de un día de trabajo como todos, leí despreocupadamente el resultado de una endoscopía solicitada por él, hasta que llegué al diagnóstico y todo quedó suspendido; incluso, me quedé muda. Una hora después, lo llamé para leerle el examen. Así, sin que el doctor Sánchez me operara, me indicó un camino, me aseguró que podía caminarlo y me acompañó todos los años posteriores. La serenidad y el afecto de sus palabras, las posibilidades en diferentes escenarios, el consejo firme de que sí debía operarme, me dieron la fuerza para hacer lo que era necesario hacer, porque tenía(mos) plena confianza en sus criterios.
Siglos atrás, su colega Esculapio decía que “Únicamente la conciencia de aliviar males podrá sostenerte en tus fatigas». Sin duda, era la experiencia de este famoso doctor, y también fue la del doctor Sánchez, que no escatimaba esfuerzos, dedicación ni tiempo a sus pacientes. Pienso que no es casual que sea el primer médico que fallece en nuestro país a causa de la pandemia; atendió a sus pacientes hasta el último día que pudo hacerlo, entregado absolutamente al prójimo. Asistí a la misa virtual donde cientos de personas, familia, amigos, colegas, pacientes, lo acompañaron con cariño y dolor. Nunca tan merecidas resonaron las palabras “Todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”.
Hipócrates afirmaba que el médico debía ser “kalós kai agathos”, bello y bueno. Sabias palabras, porque la bondad -uno de los tantos rasgos del doctor- es lo que construye, más que cualquier otra cualidad, una vida humana en todo el sentido de la palabra. Y él la derramó a raudales.
Espero que su ejemplo sea un marco ético y valórico para quienes lo conocieron o se formaron con él, porque cada persona enferma necesita que quien está al frente y nos atenderá cuando estamos enfermos, vea que allí hay un ser humano que no solo necesita “diagnósticos y remedios”, sino también bondad, empatía, afecto, dimensiones fundamentales para sanarse.
Sé que el doctor disfrutaba de la naturaleza. Le deseo que esté donde esté, se hayan abierto para él las puertas de bosques eternos y antiguos, llenos de vida y de infinito; de ilimitadas praderas y aguas calmas; de paisajes radiantes, acogedores, luminosos. Creo que allí estará en compañía de seres queridos, esperando a otros y alumbrando sus caminos.
Seguirá vivo en nuestros recuerdos como el gran sanador de cuerpos y almas que fue durante toda su vida.
Josefina Muñoz Valenzuela, junio de 2020
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…