Presentación de la novela “Nilo” de Marcelo Vizcaíno
Cine El Biógrafo, 29 de junio de 2019
por Bartolomé Leal
Autor Marcelo Vizcaíno
Esa frase “todos somos viciosos de algo” me apareció en la página 199 del libro y se puso a titilar como si perteneciera a la marquesina de una sala de cine. Pues ocurre que soy un vicioso contumaz precisamente del cine. Me declaro sobre todo un escritor de novelas y cuentos policiales, pero mi vicio total es otro: las películas. De todos los tipos y épocas.
Portada Novela “Nilo”
Quisiera decir antes que nada, en especial para los apurados, que este libro me ha llegado muy profundo. Para mí ha sido una zambullida proustiana. Desde esa página 199, número de mi matrícula en el colegio, el “Luis Campino”, ubicado en la Alameda con Lira (donde ahora se halla el Centro de Extensión de la UC) y cercano a mi casa de la época (años 50), en calle Lira junto a la bella Plaza Bogotá. Pues allí había un cine: el Teatro América (ahora una bodega de artículos de ferretería). Allí vi mi primerísima película, acompañado de una de las nanas, que si mal no recuerdo era una cinta española bastante beata. Se titulaba “Marcelino, Pan y Vino”. Yo tenía menos de 5 años y aún no sabía leer. Me fascinó. De allí me quedó un gustillo por las películas con niños atrevidos, como “Los 400 Golpes”, “Los Goonies” o “Cuenta Conmigo”.
Fueron los cines de barrio donde me inicié en la verdadera cinefilia. No por casualidad cinefilia suena a infección o a perversión. Pero mi barrio del cine era otro. Cercano al barrio Yungay, donde se desarrolla una parte de “Nilo”, más precisamente en los cines Minerva y Zig-Zag. Ocurre que mis abuelos vivían en calle Erasmo Escala, cerca de la Plaza Brasil. Cada domingo había almuerzo familiar y las tardes eran de cine, en alguna de las múltiples salas que brotaban en los alrededores. Así, con un tío y alguna tía, iba al Novedades o al Madrid, al Teatro Carrera (en la Alameda), al Alcázar (en Plaza Brasil), al República o al Alameda (en la esquina con calle Maipú, zona prostibularia, casi escribo proustibularia).
Eran cines rotativos de reestreno y los programas, de dos o tres películas, más documental, noticiario, dibujo animado (a veces dos o tres), sinopsis y una que otra publicidad, llevaba mezclado de todo: western, horror, ciencia-ficción, cine sueco, italiano, japonés o ruso, películas de gánsters, comedias musicales, dramones mexicanos, guerra, en fin, lo que viniera. Mi tío y mis tías elegían la sala y para algún lado partíamos. Aunque lloviera o temblara. Esto lo disfruté desde los 7 años y no paré en una década. Después fueron las salas del centro, de Ñuñoa y Providencia, de los balnearios. Con el tiempo conocí muchas, incluidas las llamadas de “cine-arte”, siempre persiguiendo las buenas películas.
El editor, el autor, los presentadores
Pues vi a los combinadores en acción, haciendo el recambio de rollos en sus bicicletas, tal como se cuenta en la novela “Nilo”. Me tocaron atrasos, cortes y equivocaciones, con lo cual se producían chifladeras, sacadas de madre y motines. Pero siempre la cosa se arreglaba. A veces los proyeccionistas improvisaban soluciones desesperadas. En fin. Jolgorio en estado puro. Fui testigo de la inauguración de los cines Nilo y Mayo en una moderna galería en Plaza de Armas, que empezó dando estrenos, pasó a ciclos taquilleros tipo James Bond, karate o Rocky, para caer en los últimos años en exhibir solo cine pornográfico. Es por eso que hace poco el alcalde decidió clausurar ambas salas, prometiendo darles un uso más noble. Espero que entienda lo mismo que los cinéfilos entendemos por noble.
Fui aficionado al cine porno. El vicio lo adquirí en París, donde estudié en la Sorbonne, ese templo del humanismo. Leía a Proust y su “En Busca del Tiempo Perdido”. Iba solo de vez en cuando a las salas porno, eran caras. Recuerdo una en Champs-Elysées, que había pasado del cine más convencional al pornográfico. La misma viejita que atendía a familias, acomodaba ahora a los viciosos. Me causaba risa. Como alguna vez practiqué la crítica de cine, siguiendo a los famosos “Cahiers du Cinéma”, me inventé un sistema para la crítica del cine pornográfico. Inédita por supuesto… Toda esa parte de la novela “Nilo” es soberbia, cuando el joven combinador se transforma en viejo boletero e identifica a cada degenerado habitual, sin necesidad de mirarle la cara.
El autor menciona una película que fue, en el tiempo del libro, un referente del cine erótico: “Y Dios creó a la Mujer”, con Brigitte Bardot. Bien por supuesto. Pero la mía y de mi generación fue otra: “El Trueno entre las Hojas”, con la exuberante, turgentísima y desinhibida actriz argentina Isabel Sarli, fallecida hace poco a sus 80 y tanto. Íbamos en patota colegial, falsificando carnets y haciéndonos los mayores. Había algunos cines que nos dejaban pasar, pero no con uniforme. Había que disimularlo y, entonces, adentro, a disfrutar de lo obscuro.
“Nilo” es una novela en dos dimensiones temporales, como una película de la nueva ola francesa; y está llena de sorpresas que no voy a develar. Es un libro bien contado, bien escrito, bien documentado. Un libro que me hubiera gustado escribir. Federico joven y Federico viejo son personajes convincentes, así como un Santiago alucinante y fantasmal que pena en las ruinas de sus cines.
He navegado por el río Nilo, he visto películas en el cine Nilo, y he leído la novela “Nilo”. Un auténtico giro borgiano que da cuenta del poder del nombre (“todo el Nilo está en la palabra Nilo” verseó el gran maestro ciego). Espero que ustedes lectores puedan disfrutar este libro como lo he disfrutado yo. Gracias…
Público en el cine “El Biógrafo”
Nota: Fotos de Iván Martínez Berríos
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…