Por Elena Losada Soler
La palabra rigurosa… La obra de Clarice Lispector es una constante reflexión sobre el lenguaje y sobre todo, sobre los límites de la palabra. Volveremos repetidas veces sobre este tema pero vayamos ahora al concepto de rigor. La palabra de Clarice Lispector es rigurosa porque debe traducir con un medio limitado algo que es mucho más grande que el lenguaje. Debe traducir el misterio y lo que carece de nombre, debe expresar con términos racionales lo que la mirada percibió más allá, debe ser capaz de fijar el instante y el acto ínfimo que está en el origen de todo. Tenemos ya aquí algunos de los motivos recurrentes de su obra: la mirada, a la vez visionaria e implacable, la consagración del instante y la importancia de lo aparentemente banal. La propia Clarice expresó claramente este límite de la palabra y lo que tras él se encuentra: «La palabra tiene su terrible limite. Más allá de ese límite está el caos orgánico. Después del final de la palabra empieza el gran alarido eterno.» 1 Ese gran alarido eterno es el que asoma entre sus páginas capturado por un lenguaje que ella quiso…«escuálido y estructural como el resultado de escuadras, compases y agudos ángulos de estrecho enigmático triángulo.» 2
Ahora bien, aunque hablar de Clarice Lispector es hablar del lenguaje, no pretendo hacer una disección crítica de su prosa, porque ella no lo quiso nunca. Nada más lejos de Clarice que la pedantería académica. De hecho siempre desconfió de los especialistas: «No entiendo de qué hablan, pero siento ese falso vanguardismo, lleno de modismos, frío, calculador, poco humano. La mejor crítica es la que entra en contacto con la obra del autor casi telepáticamente.» 3 No pretendo tampoco afirmar que yo he entrado en ese contacto telepático con su obra, pero sí quisiera poder transmitir algo de mi apasionada fascinación por Clarice Lispector.
No puedo exponer ahora de forma mínimamente completa lo que ha sido la literatura brasileña de nuestro siglo, pero unas referencias necesariamente breves nos permitirán comprender mejor la originalidad de Clarice Lispector en ese conjunto.
La literatura moderna en Brasil arranca de la Semana de Arte Moderno de São Paulo que en 1922 abrió las puertas a los movimientos de vanguardia. Ahora bien, la vanguardia brasileña no es mimética de la europea, es, como ellos mismos dicen «ANTROPÓFAGA», es decir, devora ritualmente las vanguardias europeas para interiorizarlas y mezclarlas con lo más profundamente autóctono del país.
Esta tendencia a potenciar lo diferencialmente brasileño, pero no la revolución del lenguaje literario, se extendió al amplísimo abanico de la narrativa regionalista y al realismo social que surgió durante el Estado Novo. Ambas corrientes, narrativa regionalista y narrativa social se desarrollaron durante los años 30 con un claro predominio del tema sobre la forma, valorizando con las técnicas realistas los diversos registros del habla cotidiana. En esta línea pueden encuadrarse los grandes nombres de la literatura brasileña de la época: José Lins do Rego, Graciliano Ramos y Jorge Amado, entre otros. En casi todos los casos -con la notable excepción de Rachel de Queiroz- se trata de una narrativa masculina y tropical en la que el clima, la naturaleza excesiva, las relaciones sociales en las fábricas y las plantaciones, el mosaico étnico y cultural del Brasil se constituyen en motivos esenciales. Durante un largo tiempo la narrativa, por otra parte magnífica, parece convertirse en la expresión literaria del gran clásico de la antropología brasileña, Casa Grande & Senzala, de Gilberto Freyre. Los intentos de renovación narrativa y lingüística de los vanguardistas Mário de Andrade y Oswald de Andrade en los años 20 parecían no tener continuación.
En 1943 y 1946, sin embargo, se rompe esta tendencia. En 1946 aparece Sagarana, de João Guimarães Rosa, una colección de cuentos que preludia brillantemente una de las obras más importantes de la literatura del siglo XX: Gran Sertón : Veredas (1956), actualización de la narrativa regionalista a través de la invención de un nuevo lenguaje. De nuevo la forma era fundamental para hacer que el texto no sea una mera copia de la realidad sino una nueva realidad transubstanciada por la palabra. Pero ya tres años antes una jovencísima Clarice Lispector había publicado Cerca del corazón salvaje, una novela insólita desde su título, tomado del Retrato de un artista adolescente de Joyce. Era un texto insólito porque era una novela psicológica, femenina y urbana, construída sobre el monólogo interior y de la que había prácticamente desaparecido la trama.
Ya desde su primera novela Clarice Lispector marcaba así lo que iba a ser el territorio de su originalidad en ese mundo masculino, rural y de naturaleza desmesurada dominada por un sol de justicia. Ella aportaría percepciones, no hechos, una mirada de mujer, una mirada urbana y una mirada contemporánea, o quizá mejor sin tiempo, puesta bajo el signo de la luna.
Una mirada de mujer, quizá también una escritura de mujer. Clarice Lispector hincó en el mundo su mirada de mujer inteligente -esta es una precisión necesaria- capaz de captar las mínimas sensaciones, los mínimos detalles y de saber que nada, por pequeño o banal que parezca, carece de importancia. El mundo de lo cotidiano, de lo sin historia, que ha sido durante siglos el mundo de la mujer, puede proporcionar innumerables sorpresas, basta con saber mirar y entender esos signos de una realidad subyacente. Las mujeres de Clarice pueden hablar en tono mayor, alcanzar el fondo de todos los pozos, pero van a la compra, componen fruteros, llaman al fontanero y dominan también todos los resortes del tono menor. Ellas son hermeneutas de una divinidad nocturna y lunar: «Pero de la luna no tenía miedo, porque era más lunar que solar y veía con los ojos bien abiertos en las madrugadas tan oscuras la luna siniestra en el cielo. Entonces se bañaba toda ella en los rayos lunares, así como había quienes tomaban baños de sol. Y quedaba profundamente límpida.» 4
Olga Borelli cuenta una anécdota de Clarice Lispector con la que creo que todas las mujeres podemos identificarnos. Clarice se ocupaba de su casa habitualmente pero cuando la presión de la cotidianidad, de esos mil y un pequeños trabajos y distracciones era demasiado grande desaparecía y se encerraba tres o cuatro días en un hotel. Pero para esa fuga es preciso ser libre, es decir estar sola, como la protagonista de La pasión según G.H. : «Quién sabe quizá esa actitud o falta de actitud proceda de que yo, al no haber tenido nunca marido ni hijos, no he necesitado mantener ni romper grilletes: yo era continuamente libre. Ser continuamente libre también era ayudado por mi naturaleza que es fácil: como, bebo y duermo fácilmente. Y también, naturalmente, mi libertad venía de que era económicamente independiente.» 5
¿Hay alguna relación espiritual o literaria entre Virginia Woolf y Clarice Lispector? Entre muchas otras posibles esa capacidad para hacer que un acontecimiento exterior trivial desencadene ideas y sensaciones que abandonan rápidamente lo inmediato. En la obra de Clarice Lispector la conciencia desdichada aflora en sus personajes a partir de un incidente anodino. A partir de entonces el que ha sido iluminado vivirá su drama existencial. El instante actúa como desencadenante del descubrimiento del absurdo. Es el punto de partida, como veremos, de La Pasión según G.H. y también de muchas otras obras, como el cuento «Desesperación y desenlace a las tres de la tarde» en que el señor J.B. -llamo la atención entre paréntesis para el uso de las iniciales como despersonalización en toda la narrativa de Clarice Lispector- un frío y correcto burgués que nada pedía y nada daba 6 vivirá la agonía de sus propias convicciones y de su propio orgullo al recorrer un vía crucis de humillaciones iniciado por un «acontecimiento» muy simple: se marea en el autobús a las tres de la tarde y acabará innoblemente, vomitando en un bar y perdiendo su carné de identidad, o quizá su misma identidad, en su propio vómito. Sólo después de esta absoluta humilación social podrá empezar a construir un nuevo yo libre.
La introspección a partir de la conciencia de la propia soledad es constante en estos textos. La conciencia humana -conciencia de infelicidad- encontrará su contrapunto en la sólida plenitud de los objetos y de los animales. Recordemos de pasada la importancia de éstos en la obra de Clarice Lispector, las gallinas y caballos de sus cuentos, los conejos y peces de sus libros infantiles, la cucaracha de La Pasión según G.H., etc.
A lo largo de toda su obra encontramos el análisis de esos momentos interiores que acaban poniendo en crisis la subjetividad. Pero la obra de Clarice Lispector, con la excepción de su primera novela, no es – o no lo es únicamente- literatura psicológica : La ‘psicología’ nunca me ha interesado. La mirada psicológica me impacientaba y me impacienta, es un instrumento que sólo traspasa. 7. Con el tiempo se producirá un cambio fundamental: el salto de lo psicológico a lo metafísico, del análisis del mecanismo mental -tarea de relojero- al análisis de la razón metafísica de la existencia de ese yo.
Este análisis es, como decíamos, inseparable de la reflexión sobre el lenguaje. Escribir es una forma de salvación y también una condena: «Yo escribo y así me libro de mí y puedo entonces descansar.» 8 Porque escribir es peligroso, es entrar en contacto con otra realidad y ser su vehículo -recordemos los «caballos de los dioses», los posesos de las reuniones de macumba-: «Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto – y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que colocarme en el vacío.» 9 Colocarse en el vacío a partir de la intuición. Escribir no es un proceso intelectual para Clarice Lispector aunque el resultado sea una prosa altamente intelectualizada.
Y siempre la lucha entre la necesidad de expresión y la tentación del silencio, tan fuerte en todas sus obras. Sabemos muy bien que la mística es inefable, pero también el lenguaje, después de un cierto límite, entra en el reino de lo sin nombre. La escritura es una vivencia religiosa, una pasión casi sacrílega como la «comunión» de G.H., porque intenta retener lo fugitivo, fijar lo inaprensible. Las palabras deben ser capaces de congelar aquel instante al que se pueda decir -como en el deseo de Fausto- «¡Detente, eres tan bello!». Para llegar a esto es prescindible un rigor extremo: «Y si tengo que usar palabras, tienen que tener un sentido casi corpóreo (…) palabras hechas de los instantes-ya (…) Quiero como poder coger con la mano la palabra.«10
Es preciso, pues, crear una escritura que pueda fundir en palabras la iluminación del instante, una escritura fragmentaria, en que ninguna metáfora-cliché puede sobrevivir, porque sólo la imagen virgen, la asociación más insólita, la palabra que ha sido vaciada de todo su sentido anterior, de su servidumbre de la realidad aparente, puede alcanzar la consagración del instante. Pero no es posible inventar lo que no existe. El trabajo debe ser hecho con el lenguaje que tenemos, Clarice Lispector no crea palabras nuevas, retuerce las ya existentes hasta el límite de sus posibilidades: «Hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas: las que existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido.» 11
Este debate sobre los límites de la palabra evoluciona en las últimas obras de Clarice Lispector –La hora de la estrella y Un soplo de vida -pulsaciones– hacia un debate sobre el fracaso del lenguaje. En Aprendizaje, novela de 1969 aún leemos una consideración optimista: «Nosotros los que escribimos, apresamos en la palabra humana, escrita o hablada, un gran misterio que no quiero revelar con mi raciocinio porque es frío.» 12. En 1977, el año de su muerte, escribe en Un soplo de vida: «Yo quisiera escribir un libro ¿Pero dónde están las palabras? Se han agotado los significados. Como sordos y mudos nos comunicamos con las manos.» 13 y en La hora de la estrella -también 1977- el pesimismo es aún mayor: «Estoy absolutamente cansado de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad.» 14
Pero ¿quién fue esta mujer que sostuvo tan dura lucha con las palabras? Clarice Lispector, hija de judíos rusos, nació en Tchetchelnik (Ucrania), en 1925, cuando sus padres ya habían decidido emigrar. Con dos meses llegó a Alagoas y jamás admitió otra patria que el Brasil. Poco tiempo después la familia se transladó a Recife y a partir de 1937 siguió estudiando en Río. En 1943, durante sus estudios de derecho, se casó con el diplomático Maury Gurgel Valente, tuvo dos hijos y se separó en 1959. Entre 1944 y 1960 vivió largas temporadas en el extranjero, Nápoles, Berna y E.E.U.U. Durante toda su vida mantuvo su contacto con la prensa iniciado en 1941 en la Agencia Nacional. Un cáncer terminó con su vida en 1977, tenía 52 años.
¿Cómo era Clarice Lispector?, «una mujer tímida y altiva, más solitaria que independiente» afirma Benedito Nunes 15. En todo caso una mujer que no vivió en ninguna torre de marfil ni perdió nunca contacto con la realidad. Olga Borelli recoge el siguiente programa de vida de Clarice: «Nací para amar a los demás, nací para escribir y para criar a mis hijos. Amar a los demás es tan vasto que incluye incluso perdón para mí misma, con lo que sobra. Amar a los demás es la única salvación individual que conozco: nadie estará perdido si da amor y a veces recibe amor a cambio» 16. Posiblemente ahí esté el núcleo, aunque una inteligencia pudorosa pudo frenar su exteriorización. Sin embargo yo iría a buscar a Clarice Lispector en la plegaria de Lori, la protagonista de Aprendizaje: «Alivia mi alma, haz que sienta que Tu mano está cogida de la mía, haz que sienta que la muerte no existe porque ya estamos en verdad en la eternidad, haz que sienta que amar no es morir, que la entrega de sí mismo no significa la muerte, haz que sienta una alegría modesta y diaria, haz que no te indague demasiado, porque la respuesta sería tan misteriosa como la pregunta (…) bendíceme para que viva con alegría el pan que como, el sueño que duermo, haz que tenga caridad hacia mí misma pues si no, no podré sentir que Dios me amó, haz que pierda el pudor de desear que en la hora de mi muerte haya una mano humana para apretar la mía (…)» 17
Pasemos ya en el último tramo de esta exposición con el comentario de algunas de sus obras. De entre la vasta producción de Clarice Lispector -crónicas periodísticas, novelas, cuentos, literatura infantil- seleccionaré tres novelas: La pasión según G.H. (1964), Aprendizaje o el libro de los placeres (1969) y La hora de la estrella (1977), las tres traducidas al castellano. Soy evidentemente consciente de que dejo por el camino los magníficos cuentos de Lazos de familia (1960) y ¿Dónde estuviste de noche? (1974), las 13 historias eróticas de Via Crucis del cuerpo (1974) o novelas como La manzana en lo oscuro, junto con tantas otras páginas importantes.
La pasión según G.H., publicada en 1964 tras un largo silencio de su autora, fue una verdadera sacudida espiritual en el contexto de la literatura brasileña. Novela abierta, sin etapas, sin más argumento que el acto ínfimo en torno al cual se opera la educación existencial del personaje, La pasión… es un entrecortado y jadeante monólogo interior.
G.H. la protagonista (una vez más reencontramos el anonimato de la inicial ¿no les recuerda la agrupación de letras en una agenda GH – IJ etc.?) es una mujer independiente, escultora amateur, que frecuenta los círculos artísticos de la ciudad y vive sola en un ático «de semilujo». Al inicio del libro encontramos seis guiones y una expresión de angustia «Estoy procurando, estoy procurando, estoy intentando entender» 18. Lo que debe ser entendido es su experiencia del día anterior: Ayer perdí durante horas y horas el montaje humano» 19.
La narración en primera persona alternará con un tú, interlocutor imaginario encargado de sostener su mano durante el proceso de la narración de este descenso a los infiernos. Como hemos visto antes, dar la mano es un gesto esencial para Clarice Lispector. Es el gesto de lo humano, de la solidaridad ante el vacío (Dar la mano a alguien siempre fue lo que esperé de la alegría) 20. Cogida de una mano humana, G.H. rememora su vía iluminativa, pues se trata en el fondo de una experiencia mística.
Esta mujer social, acomodada, tiene un día la idea de ir al cuarto de la criada, que se despidió poco antes, para comprobar que todo está en orden y prepararlo para la próxima empleada. Al fondo del corredor, ya en otra realidad, G.H. descubre la existencia en su casa de un espacio que no le pertenece. Sin plantas, sin la dulce penumbra que ella cultiva, el cuarto de la criada es un desierto batido por el sol que ha resecado el colchón y las maderas. Como en toda experiencia ascético-mística se repetirán las alusiones a lo yermo, al desierto como expresión física del despojamiento. Y entonces SUCEDE: de la puerta entreabierta del armario surge una enorme cucaracha. Ante ella el horror se apodera de esta mujer civilizada que no está acostumbrada a enfrentarse a las formas más primarias y resistentes de vida. La reacción es inmediata, cierra violentamente la puerta del armario, pero no mata del todo al animal, sino que la cucaracha sigue viva pero con medio cuerpo aprisionado por la puerta. Entonces empezará la mirada. Durante horas el insecto preso y la mujer hipnotizada por él se mirarán en silencio. Otra vez la mirada y lo que tras ella se esconde como motivo de la obra de Clarice Lispector: «Santa María, madre de Dios, ofrezco mi vida a cambio de que no sea verdad aquel momento de ayer. La cucaracha con la materia blanca me miraba. No sé si me veía. No sé lo que ve una cucaracha. Pero ella y yo nos mirábamos y tampoco sé lo que una mujer ve. Pero si sus ojos no me veían su existencia me existía – en el mundo primario donde yo había entrado, los seres existen a los otros como forma de verse. Y en ese mundo que yo estaba conociendo, hay varias formas que significan ver: uno mira al otro sin verlo, uno posee al otro, uno come al otro, uno está sólo en un rincón y el otro está allí también: todo eso también significa ver. La cucaracha no me miraba con los ojos sino con el cuerpo.» 21
G.H. se enfrentará a la materia prima de la vida -a lo neutro vivo- y descubrirá en ella su propia esencia más allá del disfraz humano: «Lo que yo veía era la vida mirándome. Cómo llamar de otro modo a aquello horrible y crudo, materia prima y plasma seco, que estaba allí, mientras yo retrocedía hacia dentro de mí en naúsea seca, yo cayendo siglos y siglos en el lodo -era lodo y ni siquiera lodo ya seco sino lodo aún húmedo y aún vivo, era un lodo donde se movían con lentitud insoportable las raíces de mi identidad» 22. En un paroxismo de la introspección que no tiene nada que ver con la mirada psicológica y sí con la angustia metafísica G.H. perderá el espacio y el tiempo -incluso el lenguaje- y en un crescendo lleno de referencias bíblicas y místicas se adentrará en la nada de no ser humano para ser simplemente vida cruda. Llegará así a la máxima expiación, a la comunión con esta esencia vital, cuando, al comer la cucaracha, el yo individual se funda en el todo. Según señala Alfredo Bosi de la misma forma que Ágape, el amor-caridad cristiano se eleva a la comprensión al tocar lo humilde, el objeto-naúsea, G.H., hasta entonces educada en el Eros que sólo ama lo bello, debe bajar a la sima de lo repugnante para saber que no hay un Yo opuesto al Mundo sino un Ser único al que todos pertenecen.23
En 1969 Clarice Lispector escribe otra novela muy distinta: Aprendizaje o El libro de los placeres. Esta vez se trata de una historia de amor, de un aprendizaje de la alegría de la vida a través del cual los protagonistas llegarán a hacerse dignos uno del otro. Sólo así Lori y Ulises (no puedo detenerme en ello, pero tampoco pasar por alto la onomástica simbólica: Lorelei, la sirena, Ulises el navegante, y la transgresión de los roles clásicos en esta novela) podrán alcanzar un amor que roce lo esencial, que no esté sujeto a los miedos y autodefensas: «Yo podría tenerte con mi cuerpo y con mi alma. Esperaré aunque sea años a que tú también tengas cuerpo-alma para amar (…) Mira a todos a tu alrededor y ve lo que hemos hecho de nosotros y de eso considerado como victoria nuestra de cada día. No hemos amado por encima de todas las cosas. No hemos aceptado lo que no se entiende porque no queremos pasar por tontos (…) No tenemos ninguna alegría que no haya sido catalogada (…) Hemos tratado de salvarnos, pero sin usar la palabra salvación para no avergonzarnos de ser inocentes (…) Hemos disfrazado con el pequeño miedo el gran miedo mayor y por eso nunca hablamos de lo que realmente importa (…) Hemos sonreído en público de lo que no sonreiríamos cuando nos quedásemos solos (…) Nos hemos temido el uno al otro, por encima de todo. (…) Pero yo escapé de eso, Lori, escapé con la ferocidad con que se escapa de la peste, Lori, y esperaré hasta que tú estés más preparada.» 24
Tenemos esta vez -frente al yo de G.H.- un texto en tercera persona, experimental desde el abrupto comienzo : , estando tan ocupada, había vuelto de hacer la compra (…), hasta el abrupto final: «-Pienso -interrumpió el hombre- y su voz era lenta y sofocada porque estaba sufriendo de vida y de amor-, pienso lo siguiente:» El lenguaje de Clarice alcanza ahora su máxima nitidez. Alterna elementos perfectamente prosaicos: «había hecho varias llamadas de teléfono haciendo algunos recados, incluso una dificilísima para llamar al fontanero» 25, con pequeños trucos de la tradición femenina: «Dio un salto fuera de la cama, pero femeninamente dejó como siempre sonar el teléfono algunas veces más para no demostrar avidez, en el caso de que fuera Ulises.» 26, con frases como sentencias que cortan el aliento: «…un día será el mundo con su impersonalidad soberbia contra mi extrema individualidad de persona, pero seremos uno solo.» 27. – «Conmigo hablará toda tu alma, aún en silencio» 28 y con momentos de extrema depuración lírica, como la descripción del baño de Lori a las cinco de la mañana, en la playa, en busca de sí misma y del valor: «Avanzando, abre las aguas del mundo por la mitad. Ya no necesita coraje, ahora ya es vieja en el ritual recuperado que había abandonado hacía milenios. Baja la cabeza dentro del brillo del mar, y retira una cabellera que sale toda goteando sobre los ojos salados que arden, juega con la mano en el agua, pausada, los cabellos al sol se están casi inmediatamente endureciendo con la sal (…) Se zambulle nuevamente, nuevamente bebe más agua, ahora sin avidez pues ya conoce y ya tiene un ritmo de vida en el mar. Es la amante que no teme pues sabe que lo tendrá todo nuevamente.» 29
Y dominando todo el texto, el tema capital de Clarice Lispector, el silencio, misterio puro que el hombre habita lleno de miedo intentando llenarlo con ruidos para no tener que oír el propio yo. Pero hay quien ama ese silencio como una religión: «Hay una masonería del silencio que consiste en no hablar de él y adorarlo sin palabras.» 30 Hay unas páginas prodigiosas sobre el silencio en Aprendizaje. Después Clarice las convirtió en un breve cuento llamado «Silencio»: «(…) Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aún el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento. Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio. (…)» 31
Y ya para terminar, La hora de la estrella, publicada en 1977, pocos meses antes de la muerte de Clarice Lispector. Esta última novela es un libro muy sorprendente. Para empezar es una narración con inicio y fin, para continuar es pura literatura de cordel, un verdadero folletín, y para terminar no es una sino tres historias. Veamos, primera historia, la de la nordestina que es su protagonista. Segunda historia, la del dolor de muelas y progresiva implicación en la historia de Rodrigo S. M., el narrador, máscara masculina de Clarice, justificado así por la autora:»Otro escritor sí, pero tendría que ser hombre, porque una mujer escritora puede lagrimear tonterías» 32. Tercera historia, la del propio proceso narrativo. Pero por encima de todo la presencia de Clarice, de Clarice ya enferma -la muerte sobrevuela sin aspavientos todo el libro- la autora indiscutible del texto y sobre todo de la dedicatoria, una pequeña obra maestra en sí misma que me recuerda los poemas de Los Conjurados cuando también Borges sabía que se acercaba su muerte.
Nos encontramos con la historia de una vida insignificante, la de Macabea, una campesina nordestina reciclada en oficinista en Río. En la vida mísera de Macabea sólo un gran suceso: una adivina le vaticina que al salir de la consulta su vida cambiará por completo, conocerá a un extranjero rubio y rico (todos los extranjeros son rubios y ricos en el imaginario popular del Brasil) llamado Hans para mayor precisión, que se casará con ella y la tratará como a una reina. ¡Eso es un destino feliz y no el de la chica que salió antes, que iba a ser atropellada por un coche! «ahora ve a encontrarte con tu maravilloso destino» 33 le dice la adivina. Cuando sale es atropellada por un impresionante Mercedes amarillo que ni siquiera se detiene y Macabea muere después de pronunciar una última frase que nadie comprende: «En cuanto al futuro» 34
Un tremendo folletín, pues, que sería la base ideal para una novela llena de lágrimas sobre las injusticias del destino. Pero lo fascinante es que Clarice Lispector construye sobre esta base un libro riguroso y frío en que los sentimientos -de tan congelados- provocan quemaduras: «Ya he avisado que era literatura de cordel aunque me niegue a mostrar la menor piedad» 35, nos advierte.
Efectivamente, no hay la forma común de piedad, hay mucho más. Encontramos de nuevo uno de los motivos nucleares de la obra de Clarice Lispector: el absurdo existencial que sólo es rescatado por los pequeños placeres que todos los seres, incluso esta Macabea -tan vegetal, tan raíz- intentan procurarse para pactar con el vacío.
Veamos un poco la historia de Macabea hasta que su destino se cruzó con el de Mercedes. Esta historia hubiera podido tener otros doce títulos, que serían a su vez doce formas de leer el texto: «La culpa es mía .- Que ella se apañe .- El derecho al grito .- En cuanto al futuro .- Lamento de un blue .- Ella no sabe gritar.- Una sensación de pérdida .- Silbido en el viento oscuro .- Yo no puedo hacer nada .- Registro de los hechos precedentes .- Historia lacrimógena de cordel .- Salida discreta por la puerta del fondo.«
Personalmente elijo Ella no sabe gritar. Porque Macabea no sabe siquiera que puede gritar, no sabe que tiene derechos, no sabe que la Convención decretó en 1792 que el ciudadano tiene derecho a la felicidad. Como Macabea no sabe gritar, gritará por ella el narrador : «Es mi deber, aunque sea de arte menor, revelar su vida. Porque tiene derecho al grito. Entonces yo grito.» 36. Pero no nos engañemos, Macabea no tiene cualidades de heroína, es vulgar, fea, inculta, incompetente para la vida: La persona de quien voy a hablar es tan tonta que a veces sonríe a los demás en la calle. Nadie responde a su sonrisa porque ni la miran.» 37 Macabea es, efectivamente, incompetente para la vida social porque la vida de Macabea es la vida de lo neutro vivo. Macabea es insignificante, especialmente anónima. Repetidamente Clarice-Rodrigo insiste en la invisibilidad de Macabea. En una ocasión con una metáfora fascinante: «Nadie la miraba en la calle, ella era café frío» 38 Para un brasileño esta es la imagen de lo que nadie quiere. Lo prosaico es en Clarice Lispector un arma poderosa.
Un día Macabea conoce a un hombre, nordestino como ella, y él pasa a ocupar en la jerarquía de sus placeres el lugar anteriormente otorgado al dulce de guayaba con queso. La primera conversación marcará el tono de su amor: «
-Disculpe, señorita ¿puedo invitarla a pasear?
-Sí -respondió atolondrada, deprisa, antes de que él cambiara de idea.
-Si me permite, ¿cuál es su nombre?
-Macabea
-Maca ¿qué?
-Bea -se vio obligada a completar
-Disculpe pero parece el nombre de una enfermedad, de una enfermedad -de la piel.
(…)
Los dos ignoraban cómo se pasea. Caminaron bajo la lluvia densa y se detuvieron delante del escaparate de una ferretería donde había expuestos caños, latas, tornillos grandes y clavos.
Macabea , temerosa de que el silencio ya significase una ruptura, dijo al recién-enamorado:
-A mí me gustan mucho los tornillos y los clavos, ¿y a usted?» 39La relación continúa durante un tiempo al son de conversaciones como la siguiente: Él: -Pues sí.
Ella: -¿Pues sí, qué?
Él: -¡Yo dije pues sí!
Ella: -¿Pero «pues sí» qué?
Él: -Mejor cambiemos de conversación, porque tú no me entiendes.
Ella: -¿Entender qué?
Él -¡Virgen santa! ¡Macabea, vamos a cambiar de tema ahora mismo!
Ella: -¿Y de qué hablamos?
Él : -De ti, por ejemplo.
Ella: -¡¿De mí?!
Él: -¿Por qué tanto susto? ¿Tú no eres gente? La gente habla de la gente.
Ella: Disculpa, pero no me parece que yo sea muy gente.
Él: -¡Pero si todo el mundo es gente, Dios mío!
Ella: -Yo no me he habituado.
Él: – ¿No te has habituado a qué?
Ella: -Ah, no sé explicarme.
Él: – ¿Entonces?
Ella: -¿Entonces qué?
Él : -Oye, yo me largo, porque tú eres imposible.
Ella: -Es que sólo sé ser imposible, no sé otra cosa. ¿Qué puedo hacer para lograr ser posible?
Él: – ¡Deja de hablar, que sólo dices estupideces! Di lo que quieras.
(…) 40
El diálogo llega al surrealismo por la mezcla de la exagerada vulgaridad y de la trascendencia involuntaria. Macabea es incómoda porque pregunta como un niño, pregunta aquello que no se debe preguntar porque carece de respuesta, pregunta el sentido de las expresiones hechas, de las fórmulas banales que los adultos hemos convenido para disfrazar la soledad. Macabea no tiene piedad para con el pobre edificio del yo metalúrgico de Olímpico, por eso él la dejará por Gloria, su compañera de oficina, tras consolarla con una frase sublime: «Ante la cara un poco demasiado inexpresiva de Macabea, él hasta procuró decirle alguna gentileza que suavizara la hora del adiós para siempre. al despedirse le dijo:
-Tú, Macabea, eres un pelo en la sopa. no te dan ganas de comer. Discúlpame si te he ofendido, pero soy sincero ¿Estás ofendida? » 41
Sólo Rodrigo S.M, su cronista, ama a Macabea, muy a pesar suyo:
«Sí, estoy enamorado de Macabea, mi querida Maca, enamorado de su fealdad y de su anonimato total, pues ella no existe para nadie (…) Yo quisiera que ella abriese la boca para decir:
– Estoy sola en el mundo y no creo en nadie, todos mienten, a veces hasta en la hora del amor, yo no veo que una persona hable con otra, la verdad sólo me llega cuando estoy sola.» 42
¿Le llegó la verdad a Macabea cuando fue a la adivina tan contenta porque «por primera vez iba a tener un destino«? 43 ¿Estaría la verdad en ese En cuanto al futuro que nadie entendió? Rodrigo S.M. tiene su opinión: «¿Cuál fue la verdad de mi Maca? Basta descubrir la verdad para que ya no exista: pasó el momento. Pregunto ¿qué existe? Respuesta; no existe.» 44
Una vez más la consagración del instante y una vez más la reflexión sobre el lenguaje y sobre el proceso de creación: «No, no es fácil escribir. Es duro como partir rocas. Pero saltan chispas y astillas como aceros pulidos«. 45 Así son las palabras, las imágenes de Clarice Lispector, astillas de acero pulido, de firme contorno e insondable profundidad. Palabras rigurosas, porque el adorno destruiría el poder de convocar el misterio, de congelar el instante: «Escribo muy simple y muy desnudo. Por eso hiere.» 46. Tras esto sólo el silencio.
Y el alma libre busca un canto para acomodarse. Soy un yo que anuncia. No sé de qué estoy hablando. Yo soy nada. Después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre.Es allí adonde voy.
CITAS:
- Olga BORELLI: «Liminar», en : Clarice Lispector, A Paixão segundo G. H. (Ed. crítica, Coord. Benedito Nunes), Coleção Arquivos, Editora de Univ. de Florianópolis, 1988, p. XXIII
- Clarice LISPECTOR: «Un soplo de vida-Pulsaciones» (fragmento), EL PASEANTE nº 11, Siruela, Madrid, 1988, p. 48
- Olga BORELLI: op. cit. , p.XXIII
- Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres, Siruela, Madrid, 1989, p.31
- Clarice LISPECTOR: A Paixão segundo G.H. (op. cit.) p. 20
- Clarice LISPECTOR: Desespero e desenlace às três da tarde, COLÓQUIO-LETRAS nº 25, Maio 1975, Lisboa, p.50
- Clarice LISPECTOR: A Paixão segundo G.H. (op. cit.) p. 18
- Clarice LISPECTOR: «Un soplo de vida -Pulsaciones» (op. cit.) p.50
- Ibidem, p. 47
- Citado por Álvaro Manuel Machado en «Clarice Lispector» (Temas portugueses e brasileiros) Instituto de Cultura e Língua Portuguesa, Lisboa, 1992, p. 187
- Clarice LISPECTOR: Água Viva, Editora Nova Fronteira, Rio de Janeiro, 1979 10, p.29
- Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres (op. cit.), p. 83
- Clarice LISPECTOR: «Un soplo de vida-Pulsaciones» (op. cit.), p. 47
- Clarice LISPECTOR: La hora de la estrella, Siruela, Madrid, 1989, p. 66
- Benedito NUNES: «Clarice Lispector ou o naufrágio da introspecção», COLÓQUIO-LETRAS, nº 70, Lisboa, Nov. 1982, p.13
- Olga BORELLI: op. cit., p. XXII
- Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres (op. cit), p.50
- Clarice LISPECTOR: A Paixão segundo G.H. (op. cit.) p.9
- Ibidem, p. 10
- Ibidem, p. 13
- Ibidem, p. 50
- Ibidem, p. 38
- Alfredo BOSI: História concisa da literatura brasileira, Cultrix, São Paulo, 1982, p. 480
- Clarice LISPECTOR: Aprendizaje o El libro de los placeres (op. cit.) p.42/43
- Ibidem, p. 11
- Ibidem, p. 91
- Ibidem, p. 65
- Ibidem, p. 81
- Ibidem, p. 70/71
- Ibidem, p. 33
- Clarice LISPECTOR: Silencio, Grijalbo, Barcelona, 1988, p.135
- Clarice LISPECTOR: La hora de la estrella (op. cit.) p. 13
- Ibidem, p. 74
- Ibidem, p. 79
- Ibidem, p. 33
- Ibidem, p.15
- Ibidem, p. 17
- Ibidem, p. 27
- Ibidem, p. 42/43
- Ibidem, p. 46/47
- Ibidem, p. 58
- Ibidem, p. 65
- Ibidem, p. 71
- Ibidem, p. 80
- Ibidem, p. 20
- Clarice LISPECTOR: Un soplo de vida-Pulsaciones (op. cit.) p.48
Este texto está publicado en: Mujeres y Literatura [Àngels Carabí y Marta Segarra Eds.], PPU, Barcelona, 1994, pp. 123-136.
En: Especulo
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…