Jorge Marchant Lazcano presenta “El amante sin rostro”, su nueva novela.
“La tragedia de Wilde marcó a una generación”.
Por Mili Rodríguez Villouta
Es un turista que se queda en Nueva York, vive seis meses al año en la zona babélica de Queens. Su última novela sucede frente al Central Park, en invierno; esta semana la presenta en Santiago, mientras “Sangre como la mía” (Premio Altazor 2007) se acaba de publicar en España y saldrá en París en un par de meses. Son novelas de un tema todavía incómodo: el mundo homosexual.
Durante el verano santiaguino trabaja como lector fantasma, es un ghost reader, un sénior del área dramática de Televisión Nacional. Un lector de materiales extranjeros que también es de algún modo un extranjero. Y al mismo tiempo un chileno que no puede dejar del todo Chile. El escritor aparece en el umbral de su departamento de la calle Santa Lucía, y su rostro sonriente se superpone por un instante perfecto al de Franz Kafka en una fotografía en blanco y negro, en un librero. Kafka y él se parecen físicamente. «Soy como un pariente sudamericano», se ríe. «El mundo se ha vuelto tan kafkiano, que Kafka cada vez es menos Kafka».
Y el mundo manifiesta cada vez menos ataques de nervios con el tema homosexual. Aunque él no está muy seguro de eso.
Se larga al verano neoyorquino en cuanto se apaga el sol de Santiago, y se queda allá seis meses. Una doble vida que comenzó hace cinco años. Allá vive su compañero, «Pepe. Él es el dueño de casa, yo soy el invasor. En Estados Unidos ¡soy un pelo de la cola! El último del escalafón. Soy un turista que me quedo más tiempo, un paria que disfruta la libertad de escribir».
«‘Sangre como la mía’ afirma es una novela más vivida, ‘El amante sin rostro’ es más imaginada; el gran juego de Matías el narrador es imaginar. Y pasa en un mundo norteamericano rico que no conozco, yo no voy a departamentos en la calle 86 Este».
¿Te has enamorado de NY?
Me gustan ciertos elementos de la vida neoyorquina. La vida norteamericana en general es totalmente distinta, y es bastante pavorosa. Me gusta la libertad de vagar, cosa que los neoyorquinos no se dan. Ellos no salen de sus barrios. Los que viven en el East Side no pasan al West Side, los que viven en el Village no suben al Uptown, y nadie va a Queens, donde yo vivo. El 40% de los residentes de Queens no han nacido en Estados Unidos. Jackson Heights era una zona de clase media blanca en los cincuenta, ahora es un sector absolutamente latino. Tú te bajas del subway en Jackson Heights y te parece que entraste a Guatemala o a Ecuador. Puedes ver a una indígena guatemalteca vendiendo choclos en la calle. Y hay un Little India que es como Bombay. Y Forest Hills, donde aún están las antiguas canchas de tenis.
¿No te sientes solo aquí la mitad del año?
¡Sí…! Y creo que el tema más de fondo es un tema de cobardía, de no haber sido capaz nunca de vivir en un solo lugar.
HABRÍA SIDO PAVOROSO
Su primera novela, «La Beatriz Ovalle», publicada en 1977 en Buenos Aires, tuvo siete ediciones. Marchant tenía 27 años y estaba fascinado con Manuel Puig. «Con el primer Puig», aclara. Al comienzo de los ochenta hubo un intento de llevarla al cine. Raquel Argandoña haría el rol principal: «Felizmente el proyecto no se concretó, habría sido pavoroso.»
Hay lecturas norteamericanas en «El amante sin rostro».
Sí, el referente fundamental es Scott Fitzgerald en «El gran Gatsby». Matías, el protagonista de mi novela, es un observador, él está en un mundo que no le pertenece, como Nick Carraway está frente al mundo de la opulencia de Gatsby. Y Philip Roth es otro referente. «Pastoral americana» es sobre un hombre que descubre que su hija es ¡terrorista! Él siente que esta fiera indígena, que viene a ser su hija, destruye todos sus cimientos.
Era casi una premonición.
Sí, porque fue escrita antes del 11 de septiembre de 2001.
También hay varios guiños a José Donoso. Es una literatura que remite a otras lecturas, muy de nuestra época.
Sin duda. Hay un intento de hacer sentir esas otras lecturas. Esa intertextualidad que te permite dejar entrever las costuras del texto. Las lecturas que pasan delante de ti no las niegas: las integras, es algo muy propio de la literatura posmoderna.
También es propio de Dalí haciendo homenajes al Ángelus.
Es parte de toda una tradición y del arte del siglo XX.
Durante años la televisión te alejó de la literatura, ¿no?
Y no tenía tiempo para llorar. Pero me hicieron sentir que iba perdiendo terreno y eso me daba angustia. Una vez al año se decía en algún medio escrito: «¿Qué fue de Jorge Marchant?». «¿Y dónde está Jorge Marchant?», «Ojo, Jorge Marchant, todavía hay un lugar en la banqueta», me acuerdo que dijo Marco Antonio de la Parra. Qué diablos, había que seguir adelante, ya se sabe que los escritores en Chile nunca hemos podido vivir de la literatura.
«ES UNA NOVELA QUE YO ME DEBÍA»
Y ahora estás publicando en España y Francia.
«Sangre como la mía» era una novela que yo me debía, que tenía que escribir alguna vez. Estaba esperando una etapa de madurez para enfrentarla con seriedad y con una capacidad completa. Lograr esquivar los miedos de entrar en una temática homosexual, y eso significó años de lucha conmigo mismo para librarme del temor. La novela me liberó mucho, y bueno, tuvo el Premio Altazor. Al poco tiempo, Alfaguara, que era mi casa editorial, insiste en no sacar mis libros de Chile, y una editorial española la toma. E inmediatamente la contrata una editorial francesa. La puerta se abrió.
¿Sientes que el tema homosexual ha dejado de ser tabú?
En principio, pero igual la gente lee con cierta aprensión, con cierto recelo. Es un tema que no está del todo asumido en nuestra sociedad. En «El amante sin rostro» hay un sacerdote homosexual. Es un tributo a Augusto D’Halmar y su cura Deusto. El personaje mío, planteado 60-80 años después, nuevamente está encerrado y obligado a desaparecer, es una muerte en vida. Es un personaje eliminado del mundo cultural.
¿Cómo has vivido, en lo personal, el tema de la exclusión?
Yo he tenido una vida familiar bastante noble, tengo hermanos con los que nos queremos mucho, pero aunque exista mucho afecto, siento que soy como el eslabón que se desencadena del círculo. Después de muchos sobrinos, uno de mis hermanos me nombró padrino de una de sus hijas. Eso muestra el lugar que ocupas en la familia. Ahora, ellos están muy orgullosos de mi trabajo literario, y de alguna manera se han puesto al lado mío en una forma de batalla. Se lo agradezco especialmente a mi mamá. Para una mujer, a los 80 años, no es fácil enfrentarse a un texto como mi última novela. Ahí yo sentí su amor.
¿Hay un efecto generacional? Porque a Donoso le tocó el silencio absoluto.
Donoso es un caso emblemático. Y está el caso de Somerset Maugham, en los años posteriores a la tragedia de Wilde. El tipo tiene tanto miedo que nunca escribe ¡nada! que tenga que ver con la homosexualidad, siendo él homosexual. La tragedia de Wilde marcó a toda una generación.
¿En definitiva, tú no sientes que hayas sido marginado?
No. Sería llorar algo que no corresponde. Tal vez cuando adolescente, en el colegio. A fines de los años sesenta, parece mentira, la posibilidad de que un chico tuviera atisbos de homosexualidad era absolutamente aterrador. Y yo tengo dudas de cuánto haya cambiado, creo que hay una homofobia encubierta fuerte, fuerte. La homofobia está ligada a la ignorancia y al miedo. Un miedo ancestral.
Una frase de tu novela dice «toda esta gente arrogante que desprecia a los que no son arrogantes».
Habla de un mundo de clase media alta chilena donde se descalifica tanto. Hay cosas sobre las que no se habla: el lesbianismo, por ejemplo. Para una chica lesbiana, vivir en Chile hoy debe ser… como haber sido homosexual ¡en los años cincuenta!
-¿Para ti ser homosexual fue un secreto?
-Nunca tanto. Pero en los años ochenta estaba el miedo, cada vez que me entrevistaban era una sensación de miedo tremendo, un intento de pasar inadvertido. Por mucho tiempo tuve la sensación de estar en el lugar equivocado, y lo transmitía. Alguien escribió que daba la sensación de que yo estaba en un terreno en el que no me sentía cómodo. Como que la popularidad que en algún momento pude haber tenido no me quedaba bien, porque yo no sabía manejarla. Eso influyó en mi falta de protagonismo, quedé en un segundo plano, donde me sentía relativamente bien.
Ahora, a pocos días de la última corrección de «El amante sin rostro», Marchant confiesa con un aspecto radiante que se ha quedado «en un vacío tremendo». «Y no es un lugar común, ni una siutiquería. Hay una sensación de ¿qué hago ahora? Como un signo de interrogación en la cabeza».
En: La Nación
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…