Por Carmen Perilli
La descolonización de la cultura latinoamericana supone la revisión de los múltiples relatos tejidos alrededor de la identidad del continente, identidad entendida como esencia. Desde antes de la Conquista, la letra proyectó una imagen virtual del Nuevo Mundo. La representación estuvo signada por la alteridad del objeto, en relación a un sujeto que lo definía desde fuera.
En el largo discurso que vertebra nuestra cultura continental podemos reconocer distintos ideologemas. Desde el discurso narrativo de la conquista estructurado alrededor de Mirabilia o maravilla, en el sueño del Dorado y de la Fuente de la Eterna Juventud, o utopía en la posibilidad de inaugurar una nueva sociedad, hasta las últimas lecturas que condenan a nuestros pueblos a los márgenes de la sociedad postindustrial ; latinoamericanos frente a los arrogante americanos (del norte).
Los momentos eufóricos o disfóricos del discurso ideológico fueron múltiples. El mestizaje, como señala Cornejo Polar, ha producido tanto visiones pesimistas como de exaltaciones optimistas. Encontramos una fuerte relación entre el mestizaje y el proyecto de la modernidad. José Martí en Nuestra América enuncia la idea de sumatoria: «Éramos una visión con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara con los calzones de Inglaterra, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vuelta alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte a bautizar sus hijos. El negro, oteando, cantaba en la noche…»1
La concepción del espacio americano como conjunción de culturas corresponde a un proyecto cultural de la postguerra. Esta representación es asumida por José Vasconcelos (cultura sinfónica); Ricardo Rojas (Eurindia); Arturo Uslar Pietri (cultura aluvional); José Lezama Lima (protoplasma incorporativo) Alejo Carpentier (lo real maravilloso americano). A través de estos modelos explicativos intentaron dar cuenta de una ontología del continente como mestizo.
En todos los casos se trataba de una resolución con raíces en el nacionalismo vernáculo que enfatizaba etnocéntricamente en la suma y no en el conflicto pecando de reduccionismo al ignorar las diferencias, moviéndose con exclusividad dentro de la cultura central. Reconoce al menos tres matrices étnicas: la negra, la blanca, la indígena. Este discurso soslayaba de la pluralidad y del conflicto, como reducción de las partes al todo en lo que Antonio Candido llamaría «conciencia amena del subdesarrollo». Vemos la euforia en los textos de Carpentier que encubren la ficcionalización del espacio americano- «por la presencia fáustica del indio y del negro, por la Revelación que constituyó su reciente descubrimiento, por los fecundos mestizajes que propició, América está lejos de haber agotado su caudal de mitologías» (1)
La potencia de la palabra mestizaje es innegable. Aún hoy podemos advertir la fuerza de esta imagen autoidentificatoria. Refiriéndose a su empleo indica y coincido plenamente el riesgo de encontrar un locus amoenus que tranquilice a los intelectuales que no abandonan la visión eurocéntrica en la medida que se define lo americano como diferencia (2). Si bien es innegable la «confluencia» de razas y de culturas no lo es menos en otras regiones del planeta.
Los términos mestizaje y transculturación gozan de un mismo origen aunque de diverso prestigio. La noción mestizo nos remite a la idea de mezcla, mezcla profundamente asimétrica. La instancia hace hincapié más en las semejanzas que en las diferencias e inaugura la categoría de Nuevo Mundo, Nuevo Hombre, en la que donde subyace la idea de un continente joven resucitando la utopía de la Patria Grande. Los planteos de José Lezama Lima y Alejo Carpentier están fuertemente influidos por La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler. América es el continente barroco en el que la mezcla es la operación fundamental, mezcla que tiene que ver más con la yuxtaposición que con la oposición, basada en la positividad más que en la negatividad, aunque se sostenga la existencia de la tensión en el arte americano, ésta siempre está atenuada.
La incidencia de las vanguardias estéticas como de las vanguardias políticas en el acceso a la modernidad posibilitó la búsqueda de nuevos modelos en los que se intentó la conciliación de lo político y de lo estético. Entre sus resultados estuvieron los socialismos nacionales o nacionalismos populistas que fueron acompañados por una irrupción violenta de la periferia en los centros de poder. La conjunción de modernidad y tradición fue la marca de un discurso literario y cultural que reivindica el derecho de los regionalismos a ser universalizados.
En el vocablo transculturación, surgido en América en los años cuarenta cuando Fernando Ortiz lo propone como modelo explicativo del fenómeno cubano en su libro Contrapunteo Cubano del Tabaco y del Azúcar, exhibiendo el aval de Malinowski, la cultura reaparece como unidad en la diversidad, espacio en el que se reunen las diferentes etnias que llegaron a Cuba:»la verdadera historia de Cuba es la historia de sus intrincadísimas transculturaciones….Todos ellos arrancados de sus núcleos sociales originarios y con sus culturas destrozadas, oprimidas bajo el peso de las culturas aquí imperantes, como las cañas de azúcar son molidas entre las masas de los trapiches…» (3)
También la categoría heterogeneidad es fundamental en la crítica de la cultura que ha incorporado la categoría de alteridad. No es casual su nacimiento en el mundo de la postmodernidad o de la sobremodernidad, en el que la antropología deja de ser antropología del otro. Pero este postulado, nombrado por Cornejo Polar como totalidad contradictoria ofrece las desventajas de las generalizaciones. Hablar de una heterogeneidad literaria refiriéndonos al sistema o a la literatura siempre supone tener en cuenta la heterogeneidad social, cultural y económica: «La posibilidad de articular mediante una red de contradicciones las múltiples literaturas de América Latina parece ser una mejor opción que la de reivindicar el estudio aislado -paralelo al de la literatura culta- de las literaturas marginales» (4).
Esto nos enfrenta a un enorme desafío en lo que se refiere a la relación entre cultura y literatura, homogeneidad y heterogeneidad. Asimismo deben introducirse dos conceptos interrelacionados: sistema y proceso. Las categorías literatura nacional y literatura regional son interdependientes aunque autónomos y fundamentales en la demarcación de las zonas literarias y culturales tanto internas como externamente.
Desde los años setenta se acentúa una lectura que insiste en la ruptura con la homogeneidad privilegiando la diferencia y la pluralidad. cambia la percepción del mundo y del sujeto. El intelectual, especialmente en los 80, cambiará su actitud de escritor a traductor. Se advierte la existencia de otros espacios, impugnando el imperialismo del libro. El concepto de culturas híbridas de García Canclini quiebra la ilusión esencialista: «Hoy concebimos a América Latina como una articulación más compleja de tradiciones y modernidades (diversas, desiguales), un continente heterogéneo formado por países donde, en cada uno, coexisten múltiples lógicas del desarrollo.Su crítica a los relatos omnicomprensivos sobre la historia puede servir para detectar las pretensiones fundamentalistas del tradicionalismo, el etnicismo y el nacionalismo, para entender las desviaciones autoritarias del liberalismo y del socialismo» (5)
La expresión heterogeneidad multitemporal se refiere a los sistemas popular, masivo y culto así como a sus dinámicas relaciones. La posibilidad de concebir a la cultura y a la literatura como un espacio en el que se entrecruzan diferentes sistemas que entran en colisión y , al mismo tiempo, confluyen nos permitiría aprovechar categorías como las planteadas por Raymond Williams quien diferencia entre una cultura hegemónica y otras alternativas y marginales, proveyendo de la útil demarcación entre la estructura de sentimiento y la institucionalización, partiendo siempre de un concepto dinámico e histórico de los términos (6).
La cultura latinoamericana puede ser trabajada como un polisistema dentro del cual interactúan más belicosa que armónicamente diferentes sistemas y sub-sistemas. En el origen del sistema hegemónico está la violenta colonización cultural del imaginario que acompañó la Conquista de América. La necesidad de autonomía produjo un curioso efecto como lo señala Ángel Rama : «El esfuerzo de independencia ha sido tan tenaz que consiguió desarrollar en un continente donde la marca cultural más profunda y perdurable lo religa estrechamente a España y Portugal , una literatura cuya autonomía respecto a las peninsulares es flagrante, más que por tratarse de una invención insólita sin fuentes conocidas, por haberse emparentado con varias literaturas occidentales, en un grado no cumplido por las literaturas-madres» (7)
La transculturación es un fenómeno que se produce especialmente dentro del sistema hegemónico pero no deja de afectar al resto de los sistemas. Me parece muy fecunda la propuesta de Itamar Even Zohar (8) que propone el concepto de polisistema y de policultura. En un polisistema no debe pensarse en términos de un centro y una periferia sino en términos de múltiples centros y de migraciones de uno a otro espacio, hay múltiples concesiones de sistema a sistema así como conflictos. Así como existen sistemas abiertos y sistemas cerrados. Muchos de los sistemas marginados asumen una postura de autodefensa que los dota de rigidez. También habría que pensar en términos de múltiples tiempos. Es imposible prescindir del sistema cultural al buscar el eje organizador del discurso literario como sistema. Una zona literaria y cultural es una unidad orgánica de relaciones, distorsiones , movimientos, intercambios, cuya base se sitúa en una historia de parámetros comunes.
Se ha avanzado en la práctica de construcción de discursos de la pluralidad y de heterogeneidad. Hemos incorporado grandes zonas de nuestra cultura: los discursos coloniales, las literaturas indígenas, los testimonios, la escritura femenina, la escritura chicana, los grupos multiculturales. Muchos son los interrogantes y los vacíos, entre ellos el que se refiere al trabajo interdisciplinario y a la dificultad de construir una tradición en América donde la continuidad de las ciencias sociales está siempre amenazada.
En ese sentido no podemos los estudiosos de la literatura y la cultura avanzar en el trabajo historiográfico y crítico si no contamos con la ayuda de los antropólogos, de los historiadores, de los lingüistas. Sino la propuesta de Cornejo supondría, como me señalaba un amigo venezolano, una especie de Pico de la Mirándola a fines del siglo XXI.
La revisión de las categorías de la crítica cultural debe permitirnos continuar los pasos de quienes señalaron la importancia de construir sistemas de pensamiento y categorías de lectura. La dispersión, la atomización de nuestros equipos conspira contra ellos, las estructuras de nuestras cátedras también. Nadie define mejor las tensiones de ese territorio que es la cultura latinoamericana que Eduardo Galeano: «Espacio de contradicción y encuentro, América Latina ofrece un campo de batalla entre las culturas del miedo y las culturas de la libertad, entre las que nos niegan y las que nos nace. Ese marco común, ese espacio común, ese común campo de batalla, es histórico. Proviene del pasado, se alimenta del presente y se proyecta como necesidad y esperanza hacia los tiempos por venir, Porfiadamente ha sobrevivido, aunque haya sido varias veces lastimado o roto por los mismos intereses que subrayan nuestras diferencias para ocultar nuestras identidades» (9)
Estamos convocados a ayudar a construir una cultura de la contraconquista como le gustaba decir a José Lezama Lima que nos permita trabajar la pluralidad y luchar contra la homogeneización que desde el poder- que hoy cuenta con un poderoso aliado en los medios de comunicación y en la falta de prestigio simbólico de la escuela -se intenta instaurar como imagen de nuestro continente, esta geografía en la que la belleza parece estar unida a la tristeza para siempre.
La lectura de la cultura latinoamericana está indefectiblemente unida al reconocimiento de la condición oprimida de nuestros pueblos marcados a fuego por el colonialismo salvaje así como a la existencia de grandes mayorías silenciadas que no tienen acceso a la letra ni al poder. Sin embargo durante siglos han elaborado respuestas de resistencia y nosotros estamos obligados a oírlas.
En nuestras universidades americanas deben cobijarse las «Palabras de corazón caliente» de los náhuatl al lado de los soberbios sermones del Lunarejo; los silenciosos colores de los quipus junto con el grito dolorido de Delmira y de Juana y de Alfonsina y de Marta, los clamores del cronista soldado y los fabulosos mundos de Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez , José Donoso; la palabra luminosa de los mbyá y el Libro de la biblioteca de Borges; los desgarrados testimonios de Rigoberta y Domitila, palabra musitada en la letra de otras, así como los oros de Darío y los tambores de Nicolás Guillén; a Vicente Huidobro intentando crear la rosa en el poema y a César Vallejo que busca apresar aquello que Diego Rojas, el compañero escribe con el dedo grande en el aire.
Cuánta riqueza de la pobreza, como me decía Noé Jitrik. Cómo afrontar este desafío, cómo salir a desfacer entuertos como Don Quijote que junto con Sancho también se lanzó a andar por los inmensos territorios del continente vacío aunque no dejarán viajar a Cervantes. Cómo enfrentarnos a ella sin caer aturdidos en esa orgía perpetua que es la literatura pero dejándonos envolver en ella.
La crítica es una actividad pero también es un ejercicio de libertad. El acto crítico supone un combate por la vida desarmando los autoritarismos, construyendo discursos contrahegemónicos, aceptando el disenso, la palabra del otro, polemizando con ella. Este ejercicio se transforma en una tarea indispensable en un fin de siglo ganado por los escepticismos en el que debemos recuperar las utopías en este nuestro reino de pesadumbre. Aceptemos el desafío de ser intelectuales hoy y aquí donde nuestra función es más importante que nunca. Un cantar mexicano de mucho antes de la conquista decía que los sabios eran aquellos que nos ayudaban a encontrar nuestro propio rostro:
«El sabio: una luz, una tea,
una gruesa tea que no ahuma.
Un espejo horadado,
un espejo agujereado por los ambos lados.
…………………………………………………….
Hace sabio los rostros ajenos,
hace a los otros tomar una cara» (10)
Tomar una cara, ése debe ser nuestro objetivo. La cultura sirve para esto fundamentalmente, para buscarnos, para encontrarnos. En esa búsqueda, quizá encontremos más preguntas que respuestas. No es fácil trabajar desde un lugar como el nuestro, desde un tiempo como el nuestro. Pero puede ser hermoso. Y muchos nos han precedido, debemos aprender a escucharlos. Hace muchos años el maestro de Simón Bolívar, otro Simón al que muchos creían loco porque proclamaba que para ser libres había que enseñar a pensar antes que a leer decía : «O Inventamos o erramos» .
NOTAS _____________
1. Carpentier, Alejo, Prólogo a El reino de este mundo, Chile: Universitaria, 1967.
2. Leer propuesta de Antonio Cornejo Polar,. documento de trabajo de las JALLA, Tucumán, 1995.
3. Ortiz Fernado, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, La Habana, Ed.Ciencias Sociales, 1.983, pág. 87-
4. Cornejo Polar, Antonio,»Las literaturas marginales y la crítica» en Saúl Sosnowski., Augusto Roa Bastos y la producción cultural americana, Bs.As, La Flor, 1984, pág. 96.
5. García Canclini, Néstor, Culturas Híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, México: Grijalbo, 1989. pág. 23.
6. Raymond Williams, Marxismo y Literatura, Barcelona: Provenzal, 1984.
7. Rama, Angel, Transculturación narrativa en América Latina, México: Siglo XXI, 1985, pág. 12.
8. Itamar Even Zohar, Teoría del polisistema, mimeo.
9. Galeano , Eduardo, El descubrimiento de América que no fue, Barcelona: Laia, 1986,pág, 37.
10. Leóm Portilla, Miguel, Los antiguos mexicanos, México: Fondo de Cultura Económica, 1961,pág.125
En: Crítica.cl
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