Por Eddie Morales P.
Si el cuento puede ser definido como un artefacto verbal breve, y la brevedad en este caso cae dentro de la subjetividad de cómo la entendemos, el microrrelato, por su parte, ahonda, profundiza, en dicha cualidad. La brevedad exigida a su máxima potencialidad es como la cualidad intrínseca.
Los teóricos han fijado el límite de la extensión de un microrrelato en la página, para ser leído de un tirón o un solo vistazo, ya que su hiperbrevedad nos permite empezar y terminar de leerlo en cualquier parte, a la espera del autobús o del verdugo. En su transitar como forma discursiva en la búsqueda de su delimitación, definición e historia, el relato breve ha sido denominado minicuento, microcuento, minificción, cuento ultracorto, cuento brevísimo, cuento en miniatura, relato hiperbreve.
La literatura chilena reciente o del último siglo, como diría José Promis, ciertamente que ha adquirido carta de ciudadanía como una categoría textual que comienza a hacerse notar por estos lares a partir de los sesenta, a pesar de los textos primigenios de Vicente Huidobro en el contexto de las vanguardias hispanoamericanas. Según Juan Armando Epple, el microrrelato habiendo partido como un simple ejercicio de ingenio o de creatividad menor, paulatinamente se fue posicionando en los escritores/as chilenos del programa narrativo de la desacralización, que es posible advertir en el devenir de la literatura chilena contemporánea, esto es, en quienes escriben a partir de la fractura histórico-cultura del 73. De alguna manera, las características retóricas que Promis adjudica fundamentalmente a la novela de autores tales como Poli Délano, Antonio Skármeta, Isabel Allende, es decir, rasgos formales como la ley estructural que rige dichos discursos, la oposición dominadores/dominados, el motivo recurrente del dolor en un espacio de pesadilla o la búsqueda de estrategias de disimulo como la inversión del referente histórico, se hacen presente en los autores que han cultivado el relato breve en nuestro país, con la salvedad de que estos rasgos retóricos se expanden hacia autores de más reciente data como Pía Barros o en poetas como Omar Lara. En otras palabras, estoy diciendo que a raíz del quiebre institucional esta categoría discursiva se connotó con rasgos que aluden a la situación sociopolítica del país, tal como acontece en un magistral relato de José Leandro Urbina titulado “Padre Nuestro que estás en los cielos”, en donde la oposición o la dualidad y la referencialidad discursiva están patentes. Esto último, no quiere decir, que el microrrelato no transite por otras variantes temáticas, por cuanto la forma discursiva se abre a insospechas textualidades por su carácter transtextual y proteico; en definitiva, podemos leerlo como palimpsesto por su dimensión paródica.
El relato breve en Chile, disperso la mayor de las veces en revistas o formando parte de antologías de cuentos, ha encontrado en Juan Armando Epple su principal difusor y estudioso. Su Cien microcuentos chilenos (2002) que reactualiza y amplía su Brevísima relación del cuento breve en Chile (1989), es una muestra que partiendo por Huidobro llega a autores recientes como Carolina Rivas, pasando por Braulio Arenas, Fernando Alegría, Jaime Hagel, Adolfo Couve, Jaime Valdivieso, Alejandro Jodorovsky, Poli Délano, Mauricio Wacquez, Jorge Díaz, Antonio Skármeta, Marco Antonio de la Parra, Pía Barros, Virginia Vidal y Diego Muñoz Valenzuela, entre otros que conforman una muestra bastante significativa, y que recogen y semantizan en cuanto relatos los más significativos de los rasgos discursivos del microrrelato y que entregan al lector diversas expectativas de lectura. A la antología de Epple, creo que habría que agregar también al escritor chileno de origen árabe Walter Warib, quien en su obra El hombre del rostro prestado (y otros cuentos) nos entrega algunos interesantes microrrelatos que lo signan como uno de los autores importantes de considerar al momento de hablar de la minificción en Chile. Sin embargo, sus microrrelatos se encuentran insertos o compartiendo su textualidad con los cuentos, en tanto que por si mismos exigen su propio lugar discursivo; aunque es habitual que los autores/as que incursionan en esta modalidad cuentística suelen combinar los largos y los cortos en un mismo volumen.A continuación para los lectores, un hiperbreve de Muñoz Valenzuela, titulado “Drácula”:
El conde Drácula no soporta más el dolor de muelas y decide ir a tratarse con un especialista. Consulta la guía telefónica y disca un número tras otro, hasta ubicar un odontólogo noctámbulo. Establece una cita para la noche siguiente. Asiste. Porta gafas oscuras para ocultar sus ojos hipnóticos, inyectados en sangre. El dentista también usa lentes oscuros. Lo examina, mueve la cabeza negativamente. Anuncia que el tratamiento va a ser doloroso, que es conveniente usar anestesia. El vampiro acepta, se deja inyectar, siente un sopor agradable, va hundiéndose en el sueño y escucha el lejano zumbido de un taladro.
“Despierta. Ve su imagen en un espejo de agua, sonríe, pero su risa se transforma en una mueca grotesca, porque en el lugar donde debieran estar sus colmillos hay dos espacios sangrientos. A su lado, el odontólogo –que es el doctor Van Helsing- lo observa divertido mientras juguetea con los larguísimos colmillos, arrojándolos una y otra vez al aire, como si fuese un malabarista. (Microrrelato de Diego Muñoz Valenzuela).
Eddie Morales
Nació en Casablanca, en la región de Valparaíso (Chile), en 1953. Profesor Titular de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Playa Ancha en Valparaíso (UPLA), dictando la cátedra de Literatura Hispanoamericana y Chilena Colonial, además de la de Hispanística Medieval. Ha escrito múltiples artículos y reseñas de su especialidad en revistas chilenas y extranjeras. Es autor de libros como “De Literatura y Religiosidad” (1999), o “Mito y antimito en García Márquez” (2002).
En: El porta(l) voz
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