El personaje de G.

Por Jesús Gómez Gutiérrez

Ahora bien, los bolsillos están para algo: se quita el guante de la mano derecha, rebusca en el abrigo y saca el tesoro que hasta ese día y desde una tarde remota junto a un mar gris, ha caminado con él.

1. El personaje de G. se ha sentado en la cornisa del último piso. No está completamente loco; la cornisa es firme y, por si acaso, mantiene los brazos en el antepecho. Existe un buen motivo para que el personaje de G. suba de vez en cuando hasta aquí, aprovechando un portal que no cierra, y destine su tiempo a despreciar el vacío: hay pocos sitios donde le cuelguen los pies. Por eso se cuela en la casa, sube por la escalera para evitar a los vecinos, cruza la azotea, salta el pretil y se sienta. Queda el asunto del vértigo, pero casi lo agradece.

2. En cierta ocasión, tras ciertos recovecos, alguien propuso entrar en la roja por un muro al que entonces se podía subir con facilidad. El problema no era subir, sino saltar después por las almenas de la muralla con el barranco a un lado y muchos metros al otro. Abandonada la idea por sus padres, el personaje de G. la vio tan sola que esperó a la noche, se encaramó al muro, hizo equilibrismo sobre la muralla y deambuló tranquilamente por el recinto del palacio fortaleza. Al pasar frente el Oratorio, se acercó a las ventanas para contemplar la vista. Minutos más tarde, oyó pasos. El guardia se detuvo, admiró el mismo paisaje que él y siguió su camino. No fue que el personaje de G. se convirtiera en fantasma, invisible contra el resplandor del Albaicín; es que la belleza, en ciertas ocasiones, tras ciertos recovecos, apaga los márgenes.

3. Muy por encima del Eresma y el Clamores, al final de los 156 escalones de la Torre del Homenaje, se abre un paisaje de invierno con todos los campos nevados. El personaje de G. ha llegado de Madrid a media mañana, buscando un sonido que llevaba tiempo sin oír; pero no sopla viento, ni una mala brizna, y el bramido buscado se queda en un rumor de gentes que pasean frente al puente levadizo. Ahora bien, los bolsillos están para algo: se quita el guante de la mano derecha, rebusca en el abrigo y saca el tesoro que hasta ese día y desde una tarde remota junto a un mar gris, ha caminado con él. La ráfaga que sopla a continuación, celosa, completamente imprevista, no se lo habría arrancado de los dedos, pero lo pretende. El personaje de G. mira la caracola, concede el capricho y la lanza al foso.

4. Sudor frío, una habitación a oscuras y enseguida, en el duermevela de treinta y nueve grados y tos, la montaña. Es primavera, mayo, la cumbre de La Salamanca, con Cabeza Líjar a un paso y Cuelgamuros detrás. Por no haber nadie, ni siquiera está él. Gamas de sombras, juegos de luna, un sendero que no pertenece a ese lugar y que sube sospechosamente, demasiado recto, hasta una retama de escoba con flores amarillas. A sus pies, un kilix: la Copa de Aisón, tan vencida hacia un lado que la perspectiva del tondo enfatiza a Atenea, disminuye a Teseo y deja al Minotauro en poco más que una mota. El personaje de G. querría estar allí para cogerla. El reloj en la pared, el edredón medio caído, la luz roja del televisor.

Madrid, noviembre.

En: Malasaña en pruebas, bitácora de Jesús Gómez Gutiérrez.