Nicasio Tangol, adelantado de Chiloé

Por Josefina Muñoz Valenzuela

Recordando la obra de escritores chilenos que, en general, no aparecen en los actuales panoramas lectores, seleccioné a Nicasio Tangol (1906-1981), nacido en Añihué, una de las islas del Archipiélago de Chiloé, profesor, constructor civil y escritor.

Sin duda, la literatura está edificada sobre la obra de quienes escribieron antes y, desde luego, a partir de nuestras particulares comprensiones, imaginaciones e interpretaciones lectoras; también, nuestros gustos personales. Cada obra, cada autor, expresan una historia particular que da cuenta de un contexto de cambios y permanencias, reales e imaginarios. Estos versos de Keats me parecen reveladores de una esencia presente en toda creación: “He esparcido mis sueños bajo tus pies / pisa suavemente porque pisas sobre mis sueños”. Se juntan aquí un reconocimiento de lo colectivo con la generosidad de entregar algo muy propio para que otros utilicen esas palabras que levantarán otros escenarios.

Tangol nació en Chiloé y caminó sobre los mágicos sueños isleños, haciéndolos parte de su escritura, cuando aún ese mundo no estaba tan presente en el imaginario nacional ni era tan valorado como ahora. Desde esa gran riqueza imaginativa que conforma un folclore regional asombroso, capaz de empapar la vida de sus habitantes hasta hacer indistinguibles los límites entre realidad y fantasía, fue construyendo un conjunto de cuentos y relatos que aportan de manera importante al conocimiento de nuestro país.

Reconoció y admiró tempranamente la riqueza cultural y social de las etnias del sur del país, fueguina, ona, yámana, incorporándolos en un diálogo inclusivo, igualitario, que los reconoce como parte de nuestro ser social, habitantes primigenios de esa geografía donde el mar y la tierra parecen ser uno y la vida se realiza en ambos espacios. La actividad gremial estuvo muy presente en su vida, especialmente desde la Asociación Chilena de Escritores de la cual fue presidente en varios períodos. De muestra un botón: durante el gobierno del presidente Salvador Allende, la Asociación presentó un proyecto de pensión para los escritores que se calcularía según el número de libros publicados, entendiendo así que escribir era un trabajo como cualquier otro.

Mario Ferrero, escritor y crítico, afirmó en un artículo: “1944 está signado por dos novelas de la más alta trascendencia: “Norte Grande” de Andrés Sabella y “Huipampa, tierra de sonámbulos” de Nicasio Tangol, su primera novela. Ambas obras reflejan dos mundos que son parte vertebral del país y del ser humano que habita en ellos.

“Huipampa…” es una palabra de la lengua mapuche que significa mareo y remite a un juego infantil en que los niños giran sobre sí mismos mientras repiten dicha palabra hasta marearse completamente. Fue publicada por la notable editorial Cultura, bajo la dirección de Nicomedes Guzmán.

Entre los personajes de la novela encontramos pequeños propietarios, el infaltable profesor, peones, machis, mujeres acostumbradas a vivir en duras condiciones. Siembran, cosechan, esperan las lluvias, alimentan el ganado, se enamoran y desenamoran, les llega la muerte. Sus vidas transcurren en íntima relación con seres como la Voladora, que va y viene sobre sus cabezas en misiones de hechicería; los ceremoniales del machi para sanar a los enfermos; el acecho incansable del Trauco a las mujeres que se aventuran a caminar por lugares solitarios. Los habitantes del lugar saben de manera profunda que, cuando los enfermos no sanan, es porque hay fuerzas más poderosas que el machi y que si llueve con sol, es porque el diablo está peleando con su mujer, porque ¿qué otra cosa podría ser? Todo tiene una explicación y eso hace que la vida sea más fácil de entender y aceptar. Finalmente, ahí están lo real y lo maravilloso, indistinguibles uno de otro, alimentando sus pensamientos y sus vidas.

Los personajes cobran una vida de gran presencia, con una intensidad que hace que salgan del papel para instalarse junto a nosotros y seguir contando sus tragedias. Hay imágenes conmovedoras, inolvidables, como la de un caballo atrapado en el pantano, sin ninguna posibilidad de salvación; el agua sube y su dueño, Epifanio, lo acompaña y le levanta la cabeza con ternura, pero el final es inevitable. Luego, un cuervo se para sobre la cabeza del caballo, vigilando el merecido festín que lo aguarda y que le permitirá seguir viviendo.

Tangol escribió también para el mundo infantil y su novela “La tenquita de Cantarranas” es un bello ejemplo que pocas personas conocen o recuerdan. En su momento, él mismo la calificó como una novela folclórica, remarcando la importancia que otorgó siempre a este aspecto, como componente fundante del ser chileno y no como algo accesorio. Sin duda, sería una excelente candidata para la reedición y la lectura de niñas y niños.

“Mayachka” (1965) reúne un conjunto de cuentos cuyos personajes pertenecen a las etnias de Tierra del Fuego. El relato que da nombre al volumen, nos muestra la vida de Mayachka, niña abandonada por los háus y recogida por un grupo yagan. No tiene cercanía con quienes la recogieron, pero sí la tiene con un lobo marino, con el que llega a una relación amorosa de asombrosa ternura. No hay finales felices y siempre se impone la tragedia y el sufrimiento.

“Carbón y orquídeas” (1950), dos palabras tan alejadas que se juntan para dar nombre a una novela que muestra las grandes injusticias sociales que sufrían los mineros del carbón, sus vidas sin futuro, a pesar de los ímpetus, de los anhelos, de las luchas sociales y políticas, pero que también alguna vez se iluminaban con el resplandor de pétalos imaginarios o reales. Posteriormente a la muerte de Nicasio, el FCE publicó “Leyendas de Karukinká” (1982), que despliega y elabora temas de la cultura ona, rica en leyendas.

La editorial Nascimento publicó en 1976 su “Diccionario etimológico chilote”, que reúne más de mil quinientos vocablos, además de aspectos de la toponimia y mitos y leyendas de la zona, lo que lo convierte en un muy buen libro de consulta.

La inolvidable Empresa Editora Nacional Quimantú Ltda., al alero de la colección Nosotros los chilenos publicó en 1972 “Chiloé, archipiélago mágico” y “Chiloé, archipiélago mágico. Mitos y leyendas”, con un tiraje de al menos 30.000 ejemplares, algo que hoy parece increíble, pero así se llegó a leer en esos años.

De manera resumida, destaco una de las costumbres descritas: el ‘quegnún’, una visita especial entre compadres, donde quien visita puede llevar el número de personas que quiera, siempre que paguen una cuota acordada previamente:

“La comitiva va provista de guitarras, flautas y fusiles para las salvas. Cuando esta se aproxima al predio, el anfitrión cierra las puertas y las ventanas de su casa. La comitiva anuncia su llegada iniciando el esquinazo. Y al compás de las guitarras, el compadre visitante recita en voz alta:

 

¡Qué bonita está esta casa
que tiene tanta ventana
para yo ver mi comadre
como una rosa en la sala!

Abre tu puerta, compadre,
haz que suene la tranquilla,
para que entre mi gente
a bailar la seguidilla.

Desde adentro replica el compadre:

Mandaré yo mis criados
que me prendan el candil,
para lavarte los pies
con agua de toronjil.

Con esta no canto más
ni tengo más que hablar,
si yo le canto más versos
mucho tendrán que esperar.

 

Aquí resuenan con fuerza los ecos del cancionero español, de la poesía juglaresca; bellas palabras antiguas, como tranquilla y candil; el propio lenguaje característico de la zona chilota, manifestaciones culturales que son resultado de una realidad histórica, ya que Chiloé fue el lugar donde perduró el dominio español varios años después de la independencia de Chile, con una población que se mantuvo leal a la corona.

Sin duda, la obra de Nicasio Tangol recupera raíces, memoria histórica, identidad mestiza, un folclore que es parte constituyente de nuestro ser, y que se ha ido conformando a partir de la llegada de sus primeros habitantes, hace más de 12.000 años, y luego de diversos grupos a lo largo y ancho del país que fueron anclándose en lo que sería este “Chile o una loca geografía”, en palabras de otro gran escritor, Benjamín Subercaseaux.