Por Iván Quezada E.

De pronto, Óscar Hahn llega con su libro Todas las cosas se deslizan, que conmemora su Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2011. Pero no se necesitan excusas para conversar con este poeta de la simpleza y los versos musicales, cuya poesía es un viaje a zonas casi de cuentos de hadas de su inconsciente personal y también del colectivo.

Decidí quedarme en Chile de manera parcial: la mitad del año y la otra en USA, aunque entremedio paso algunos meses en España. Soy profesor emérito en la Universidad de Iowa con todos los beneficios, pero no tengo que hacer clases, a menos que quiera. Aún así, me cuesta acostumbrarme acá, es curioso, porque se debe a que no soy de Santiago. Nací en Iquique y viví en Valdivia, Rancagua y desde Arica salí al exilio. Para mí, Santiago es una ciudad extraña. Cuando estudié Literatura estuve de paso durante cinco años, me iba siempre con mis padres a Rancagua. Pero no puedo regresar a la provincia: los vínculos que tenía antes de salir, en 1974, ya no existen. La gente está en otra cosa, o se fueron al exilio y no retornaron… Además, tengo muchas invitaciones al extranjero y me es fácil irme de Santiago.

Todavía no tengo una idea de la vida cultural, nunca fui de hacer mucha, ni pertenecí a grupos. Sin embargo, la patria existe. Aquí estoy en mi patria, y ella es la cultura, la costumbre, el idioma, las comidas, las cosas con que vibra el país. Soy parte de la tribu, sin duda.

Antes, en la cultura veía una torta muy chica y no ha cambiado nada, lo que produce peleas, envidias y deslealtades entre los escritores. Como yo soy un poeta free lance, no dependo de becas, premios o pitutos. Es una selva dura, pero la veo en general. Las protestas sociales pusieron en evidencia lo que todo el mundo sabía, aunque no hablaba, como el lucro, que está en todas partes. Los estudiantes lo explicitaron, poniéndole un nombre; entonces empezó a existir. Y ves lo mismo en la salud, en la sociedad de consumo, que estruja a la gente hasta un grado sumo, con la explotación de plástico de las tarjetas de crédito. En Estados Unidos existe eso, pero acá es peor. Allá hay más oportunidades… o antes de la crisis las había. Tú veías gente de origen popular llegar lejos. Acá el clasismo es peor. Está el caso de Obama, discriminado por su color, con una familia devastada como sucede tanto en Chile. Veo difícil que un mapuche llegue a nuestra presidencia, aunque sea de derecha; la ultra derecha le aplicaría de inmediato el clasismo de raza.

En cuanto a los jurados culturales, acá el medio es pequeño y eventualmente cualquier jurado que nombres tendrá vínculos con alguien: ahora están los de un lado, pero luego llegarán los del otro y siempre favorecerán a los suyos. En Estados Unidos es distinto, porque es un país grande y los grupos de poder están repartidos. La cultura del pituto es común en Latinoamérica. Es la concentración del poder en todos los ámbitos, el religioso, el económico y también el cultural.

Sin embargo, la principal labor del escritor es escribir; ningún grupo de poder puede impedírselo. Luego viene la parte práctica, la publicación. Con todo, uno ve que las editoriales están dispuestas a publicar las buenas obras. El problema es cuando la gente quiere premios; eso ya es otra cosa. Pero los premios no validan el talento. De hecho, muchos Premios Nacionales de Literatura ahora son unos desconocidos. Conmigo los galardones han sido una casualidad. El mismo premio Neruda fue una sorpresa, yo no había postulado. Si los poeta ven los premios como una manera de difundir su trabajo está bien, pero la mayoría postula por el dinero y si no ganan se sienten estafados. Las reglas de ciertos premios obligan a hacer lobby, ya que la gente se dice que si yo no lo hago, otro lo hará.

A veces los poetas me entregan sus libros. Es casi la única manera de conocer las cosas nuevas, porque en las librerías uno no encuentra poesía. Ahora tenemos Internet y se pasó al otro lado, cualquier persona pública y el bosque no deja ver los árboles. En este momento no se me viene ningún nombre para destacar, que no sea de poetas conocidos. No he tenido grandes impresiones. Hay tal cantidad de poetas escribiendo, que es difícil determinar qué está pasando. Pero uno debe convencerse de que los grandes poetas son pocos en la historia de la humanidad. Rilke decía que en ella no había más de 250. Es lo mismo en otras actividades. ¿Cuántos Alexis Sánchez o Eduardo Vargas hay en el fútbol? El problema con los poetas es que somos susceptibles.

Con la poesía se da la facilidad para escribir y mucha gente cree que basta con el papel y el lápiz, algo que ningún músico serio diría. Hay una frivolidad paradójica, con una actividad como la poética que no es frívola. Pero los poetas que se quedan en el camino son muchos. Yo mismo conocí a varios en los años cincuenta, que ahora ya nadie conoce. Al final, parece que el tiempo es el gran «antologador».

En todo caso, nadie puede saber qué pasará sin probar primero. Si con los años se prueba que no resultó está bien.

Mi plan es continuar cultivando mi bajo perfil, fui así cuando empecé y no he cambiado. La única voz que escucho es la que viene desde dentro mío, prefiero ser un buen tribuno político o autor de discursos políticos, a ser un mal poeta que se las da de tribuno. No rechazo la poesía política, ésta debe venir desde dentro del sujeto. En poesía uno no debe ponerse nada como obligación. De hecho, nunca me propongo un número de poemas cuando escribo un libro. Del último creí que serían 39, pero resulta que cuando lo había cerrado y entregado a la editorial me salieron cuatro más, uno tras otro. Cuando llegué al 43 me chanté completamente y tuve la certeza de que había terminado. No me lo postulo ni siquiera como un norte hipotético. Para mí, escribir se asemeja a soñar: no puedes acostarte pensando en que soñarás con el Caribe. Con la poesía es parecido. No te puedes proponer nada de antemano.

(Entrevista aparecida en la edición de enero de 2012 de la revista La Noche.)