A riesgo de quedarnos en el mismo lugar “habremos de morir”

Por Claudia Vila Molina

Penetrar en este libro implica un viaje hacia diferentes impresiones. Cruza el texto una sensación profunda de abandono, frente a acontecimientos desoladores que nos dejan aislados en un territorio dónde solo somos espectadores: “Ráfagas de asombro descascaran el muro recién encendido” (La sed), “los sueños ven parajes invisibles dibujándose en la herida” ( Partida) y lo único posible es manifestar un diálogo o palabra contra la cual somos de algún modo indestructibles: “prisionero en un pozo husmea su propia sangre” (De vez en cuando), “ectoplasma acurrucado entre las sabanas corta y transfiere de un cuajo los sollozos” ( Partida).    Aunque, el hablante intenta rescatar algo de aquello que se destruye y que queda atrás para siempre, no obstante, coloca distancia e indistintamente ese dolor es traspasado con fuerza hacia los lectores que caemos fulminados en un intento que se impone contra el olvido.

Es así como su poética trata de salvar imágenes translúcidas que se van descomponiendo al ritmo de su voz contra todo gesto inútil: “La ruta dice bienvenida aunque sé que no es a mí a mí no es”, “Ni una sola cordillera para amparar los ojos” (Viaje para una despedida) o “Los ojos de quien busca más allá de los sueños/ ven parajes indivisibles amparándose en la herida” (Partida).  La sensación de dolor es recurrente en el libro y habla de un sufrimiento que no logra derrumbar al hablante, sino que lo coloca en una posición de perpetua observación ante estos hechos que son ajenos a todo intento de cambio y por esta razón nos es imposible acceder a la salvación.

Inevitablemente, estos poemas son uno que se disuelve frente a sí mismo y es que la imagen de ellos tortura su propia imagen y estéticamente bellos y humanos liberan sus herencias para desgajar algo de las mismas imágenes que nos quieren recorrer.  Sin embargo, se reproducen hasta el exilio y son unos u otros quienes transcurren en la mente del lector como una delicada mano que da vuelta una página en la soledad de un dormitorio. 

Suceden así las ondulaciones entre los despliegues de la mente que intenta avasallar su forma y contenido. La primera es tan exacta y deliberadamente precisa que siempre ilumina con sus reflejos, aún más allá de la primera lectura y respecto a lo segundo, se aprecia una voz que impone sus esbozos a perpetuidad y enajena a un ser indefenso que no participa de los actos, si bien está afectado intrínsecamente por ellos: “Prisionero de un pozo husmea su propia sangre” (De vez en cuando), “contra la muerte batallo”, “Bach me arrebata la garganta pienso en ti” (Contra la muerte). 

También se impone con fuerza la idea de una “otredad” femenina que recorre el libro desde principio a fin, esta se aparece con más énfasis en algunas ocasiones, pero nunca desparece del todo: “Ella corre con colores propios”, “le arranco la ropa para sujetarla, pero ella no se arrepiente” (Ella).  Esto manifiesta un constante acercamiento hacia ese otro yo o alter ego que se impone y en cierta forma intenta dominar la figura del hablante, es una constante lucha de una contra la otra para contrarrestar esa sublevación que predomina y que intenta hablar otro idioma: “pero ella no se arrepiente y me mira como si me odiara” (Ella).  Un lenguaje contestatario que justamente prepondera sobre el dolor de situaciones caóticas o fuera de control, como lo constituyen las realidades dolorosas como la partida o el término de un ciclo para reencontrar el nuevo modo de sobrevivir frente al derrumbe (que significa dejar cosas atrás) y es que este hablante lírico continuamente se despide de seres, lugares, actos o situaciones que marcan un inicio y un término: “quien te besa hoy / cuando hay silencio/ dónde estás” (Fuego).  O más bien dicho, un inicio y una forma de compatibilizar estados para acercarse a una manera de ver las cosas, que sería justamente el término de los ciclos, de sujetos y de situaciones al borde del colapso: “y la mente con sus trampas” (Trampas) o “en tono menor/ luces/ acompañan / este viaje/ (des) esperanzado” (Viaje para una despedida).  Desde este punto de vista, el hablante de estos poemas insinúa formas de acceder a la salvación y estas formas anteceden a otras estrategias para estar a salvo (a riesgo de quedarnos en el mismo lugar) “habremos de morir”, porque la vida y la poesía constituyen una constante reinvención para dar paso a situaciones nuevas, caóticas, exasperantes o sin sentido que priman sobre todo lo demás.