Javier Mosquera Saravia: narrador guatemalteco

Tenemos el gusto de presentar al narrador guatemalteco Javier Mosquera Saravia, quien fuera nominado en 2011 como uno de Los 25 secretos mejor guardados de América Latina por la 25ª. Feria Internacional del Libro de Guadalajara. El cuento ¿Cuándo florece el destino? forma parte de un volumen inédito a publicarse próximamente en España. La escritura de Mosquera se caracteriza por una fuerte densidad poética, una gran penetración sicológica de sus personajes y una observación enrarecida y original de la realidad.

¿Cuándo florece el destino?

Cierra las puertas del balcón. Recién termina el rito diario de poner agua a las plantas y revisar su estado. Aunque no debería tenerlas allí, después de tantos años como catedrático titular en la universidad, ya nadie le dice nada. Al principio de cada semana imagina cómo van a transcurrir los días y entonces elige las macetas que puede necesitar y las trae de su casa. El viernes las regresa todas, para cambiarlas por otras.

Quien no lo conoce bien, podría pensar que su especialidad es la botánica, no la historia. Las plantas, sin embargo, le han servido para desarrollar una ¿teoría?, ¿creencia?, ¿tontería?… Él cree firmemente que momentos claves en la historia de la humanidad fueron influenciados por algunos vegetales. Si hay agaves, por ejemplo, cuyas flores sólo aparecen una vez cada cien años, por qué no suponer, en los sitios más recónditos del mundo, la existencia de algunas plantas, tan raras y tímidas, que sólo son capaces de florecer una vez en un milenio. ¿Y si esa única flor arcaica no es casual? ¿Y si su aparición desencadena cambios en el devenir histórico de los humanos? Pero no es ingenuo. Jamás se lo ha comentado a sus colegas y sólo piensa publicar sus ideas cuando la vejez ya le haya cicatrizado el miedo al ridículo.

Y como lo que funciona en lo general, también debe funcionar en lo particular, piensa que toda circunstancia está regida por las plantas y sus flores. Si aquella especie en primavera estuvo esplendorosa, o esta otra, pobre, significará un diferente curso de los acontecimientos. Lo difícil es encontrar las leyes generales. Si alguna vez las descubre, podría comprender la historia, por no decir, predecirla. En eso ha estado más de veinte años.

Hoy floreció uno de sus cactus más esquivos, por eso está convencido de que algo va a suceder.

A media mañana llega una muchacha a pedirle ser el asesor de su tesis. En cuanto cruza la puerta del despacho, la mirada del maestro no puede apartarse de su imagen espectral. Si sus ojos no fueran tan siniestramente negros, lo primero que habría notado es el pelo. Liso, brillante, tan negro como aquellos y con el mismo aire de designios inciertos.

Lo saluda con una sonrisa tímida y él se fija entonces en el pequeño lunar debajo de los labios, del lado izquierdo. Hablan de las generalidades de la asesoría y luego ella se despide con el mismo enigmático gesto. En cuanto sale, él siente la necesidad inaplazable de hacer algo. Pero no sabe bien qué.

Y no lo descubre sino hasta que está acostado e intenta dormir. Entonces se levanta de prisa y va a buscar el papel de escribir. Revuelve cajones y recorre gavetas. Hace tanto que no le escribe a nadie…, y son tantas sus manías. ¿No podría simplemente usar la computadora? Ni se le pasa por la cabeza. Necesita el papel especial y además la pluma fuente con la que le sale esa caligrafía tan escrupulosa.

Quien sabe en qué siglo vive.

Como siempre, primero ensaya la redacción en cualquier hoja, hasta encontrar las palabras que expresen justamente lo que quiere y asegurarse de no haber cometido ni un solo error ortográfico. Entonces, con sumo cuidado, la transcribe en el papel correcto. La dobla con la misma meticulosidad y la mete en el sobre. Lo etiqueta con el nombre de la muchacha. La guarda adentro de una cajita de madera en la segunda gaveta del lado izquierdo de su escritorio.

Después de estudiar el caso, le comunica a la joven que está dispuesto a asesorarla (en realidad jamás lo dudó). Organizan juntos un cronograma de trabajo y acuerdan reunirse una vez cada quince días.

Las primeras reuniones no se desvían lo más mínimo de lo acostumbrado. Revisión de esquemas, delimitación de hipótesis, recomendaciones bibliográficas. Sin embargo, un par de veces, ella lo sorprende viéndola con una mirada diferente, inesperada. Él inmediatamente desiste y le señala cualquier cosa. Ella se inquieta, pero el gesto no le molesta. Él tiene cierta ternura escondida en los ojos, una fosforescencia pertubadora que la intrigó desde el primer momento; aunque en el fondo inofensiva, pues al final sólo la considera un accidente que hace más entretenidas las entrevistas con su profesor.

Las mañanas en las cuales tienen las citas, al mirarse en el espejo, lamenta aún más la calvicie, los párpados caídos, la sonrisa amarga, patética, conformista… Se levanta y se baña, como siempre. Al afeitarse, le duele nuevamente la aridez en su corazón. Guarda en el cajón de su escritorio otra más de las cartas que le escribe, sin falta la víspera, y sale al jardín y escoge la maceta con las flores más dulces y las promesas más luminosas.

En una de las reuniones, cuando la asesoría ya va bastante avanzada, ella le muestra un capítulo en donde se descubre un audaz giro en el trabajo. En él aconseja el estudio de los hechos aparentemente mágicos de la historia universal. Ésos, tan menospreciados por la academia. Más explícitamente, propone analizar a los videntes, capaces de predecir el futuro. Insiste en profundizar en sus técnicas y no desecharlos así porque sí. E insinúa que si los hubo antes, ¿por qué no puede haberlos ahora? Claro, ofrece un estudio serio, libre de profetas y charlatanes de iglesia barata. A él le causa ternura el atrevimiento y, muy a su pesar, le aconseja que elimine esa parte.

Ella se siente un tanto decepcionada. El profesor entonces se atreve a describirle detalladamente su teoría del florecimiento. Pero le confiesa que, aunque ha escrito innumerables ensayos al respecto, probablemente nunca los enseñe a nadie, y si lo hace, será cuando ya esté mucho más anciano. La comunidad es despiadada en esos asuntos. A ella le brillan los ojos al oírlo hablar. Me gusta, me gusta muchísimo.

¿Le gusta?, ¿la teoría o él? De pronto se siente desbordado. Ha perdido su acostumbrada tranquilidad. Está nervioso. Le cuesta concentrarse en sus clases y a veces se descubre sonriendo. Se critica a sí mismo por la debilidad. De sobra sabe que para él las ilusiones son un accidente que ya no puede volver a presentarse en su vida.

Algunas semanas después, mientras le muestra alguno de los errores en el manuscrito, por casualidad, roza uno de sus dedos. Ella se sonroja y él se retira. Se disculpa. Ella le dice que no hay cuidado y le toma la mano. Tiene unos dedos muy delicados, licenciado. Por eso sus flores son tan bonitas. Ahora quién se sonroja es él. No sabe cómo reaccionar y da por concluida la entrevista. A ella le da mucha ternura y le besa la mejilla, cuando se despide.

Empieza a costarle dormir por las noches. Mentalmente inventa escenarios en donde imagina la última entrevista. Ese día, de pronto, cambiará el tema, le mostrará las cartas y luego aclarará que entiende lo ridículo de la situación y lo impertinente del atrevimiento. Pero así como ella cree posible predecir el destino, él de alguna forma entiende que es correcto amarla, muy a despecho de su racionalidad. Y ya secuestrado por la locura, la sueña sonriendo y paseando la oscuridad de su mirada sobre las letras, y después… ¿Después de leer las cartas, qué?

¿Y si de verdad logra encender una luz en la noche de esos ojos? ¿O si, por el contrario, no sucede nada de lo previsto y ella le arma un escándalo y lo denuncia? Allí es donde sus fuerzas se doblan. Entonces reacciona. Abre los ojos y se convence de que nunca le dirá nada.

Un día antes de la última cita, no puede mantenerse en su oficina. Imagina que de alguna forma ya nada será igual. Todo dejará de tener sentido. Camina por los jardines. Va a tomar café y luego decide ir a buscar un libro en la biblioteca. Cuando entra, la descubre caminando hacia las estanterías en compañía de algunas amigas. Sigilosamente, va al corredor contiguo a donde están. Quiere escucharla, simplemente. Sí, mañana es la última reunión, por fin. ¡Qué alivio! Él se niega a interpretar sus palabras. Las amigas se alegran mucho y le dicen que ya era hora. Una, bromeando, le insinúa que en todo caso va a extrañar al «viejito». Y ríen sin hacer mucho escándalo. Y otra, le pregunta si antes de terminar la tesis se va a acostar con él. Ya cállense. Sólo imaginarlo me da asco…

Esa tarde el profesor se reporta enfermo y se va a su casa. Sale al jardín e intenta aliviarse el alma entre sus plantas. Se da cuenta de que la cicuta ha florecido por la mañana y sonríe resignado. Busca y encuentra algunos de sus frutos verdes. Luego recoge algo de tejo, semillas de ricino, nuez vómica, belladona y muchas semillas de beleño. Con todo ello se prepara una infusión siguiendo una receta que encontró en algún viejo libro de bebedizos.

Se sienta en su sofá preferido. Enciende la chimenea, aunque es verano y no la necesita. Pone un disco con el tercer movimiento del Trío de Ravel en el aparato, tira al fuego sus ensayos junto con las cartas y después de los primeros compases, saborea su bebida y sueña de nuevo sus teorías y mira como las letras se mezclan en una danza macabra, abrazadas por el fuego.

Javier Mosquera Saravia, nació en Guatemala en 1961. Bachiller en Ciencias y Letras por el Liceo Javier y Licenciado en Letras. Vivió exiliado en México, D.F. entre 1981 y 1991. Ha publicado los libros de cuentos Dragones y escaleras y otros… cuentos (2002); Angélica en la ventana (2004, 1ra. Reimpresión 2008, Libro popular en la primavera del 2005 en la Biblioteca Pública de Nueva York); Laberintos y rompecabezas (2005, libro popular en el invierno del 2006 en la Biblioteca Pública de Nueva York). Y la novela Espirales (2009). Todos editados por el sello F&G editores de Guatemala. La versión gallega de la novela Espirais fue publicada en Galiza por Rinoceronte ediciones en el 2011 y la editorial Sibirana, de Zaragoza, España, prepara la publicación de Conversación improbable con Laura, una colección de relatos. Elegido como uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina en la XXV edición de la FIL de Guadalajara.

 

Sitio de internet: www.javiermosquerasaravia.com