federico garcia lorcaPor Isabel Rodríguez Cachera

Cuando fusilaron a Federico García Lorca en Víznar, Leonard Cohen tenía dos años y dos meses y balbuceaba pasos sobre el suelo de Montreal.

Las pisadas de  Lorca y Cohen se cruzaron  sobre la tierra, un, dos, tres, take this waltz,  durante veintidós meses  en la cuadratura del  tiempo. Huella sonora. Pero no sólo vibró el compás del tempo también hubo un espacio, un único lugar  en el que convergieron: la Universidad de Columbia de Nueva York.

En junio de 1929 Lorca se marcha a Nueva York y se matricula en la Universidad de Columbia hasta enero de 1930. Allí escribe su poemario Poeta en Nueva York en el que refiere su descubrimiento de una ciudad y un mundo radicalmente opuesto al español.

“Escribo un libro de poemas de interpretación de Nueva York” – manifiesta en una carta a sus padres – “Yo creo que todo lo mío resulta pálido al lado de estas cosas que son en cierta manera sinfónicas como el ruido y la complejidad neoyorkina”.

En sus versos denuncia la injusticia y la alienación del hombre en este nuevo modelo de sociedad moderna e industrializada.  Iluminado por Walt Whitman, Lorca anhela una condición humana en la que prevalezca la libertad, la justicia, la belleza y la armonía.  

En 1956 Cohen comenzó sus estudios en la misma Universidad de Columbia. El saber no ocupa lugar. O sí. Este lugar sí ocupa saber. Un saber anudado. Un nudo gordiano cuyos lazos se traban por no se sabe qué afinidad.

A partir de aquí el nudo lorquiano: el que no se deshace ni con la aquiescencia de Zeus. Ni cortarlo ni desatarlo. El nudo lorquiano es el que se agarra en la garganta como un nudo, en el estómago como un nudo, en el espíritu  como un nudo permanente que marcará  la cadencia de los pasos de nuestra vida.

Un dos  tres, un dos tres, un dos tres, Take this waltz… Es una de las canciones más conocidas de Leonard Cohen  y sin embargo él mismo reconoce que “traducir el Pequeño vals vienés me costó 150 horas de trabajo y una depresión”. Cohen fue atrapado por la voz de Lorca muy joven. “A los 15 años –cuenta – abrí un libro de Lorca por casualidad en una librería de Montreal. Su mundo me resultaba muy familiar. Tenía la sensación de que allí estaba la razón de ser del lenguaje. Era como la música folk bañada por la luz de la luna”. Fue tan hondo el impacto que le produjo el poeta granadino que Cohen quiso perpetuarlo definitivamente en su descendencia llamando a su hija Lorca.

En su intervención tras recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011 Cohen insinuó su inmensa gratitud al poeta y la plasmó en la lectura del siguiente poema:

 

Lorca vive en Nueva York

Nunca volvió a España

Se fue un tiempo a Cuba

Pero ha vuelto a la ciudad

Está cansado de los gitanos

Y está cansado del mar

No soporta tocar su vieja guitarra

Sólo tiene un tono

Supo que lo habían matado

Pero no, mira

Vive en Nueva York

Aunque no le gusta.

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Publicado en la revista Standdart, dedicado a Leonard Cohen. Madrid, 2012.