Un hotelucho con un nombre imposible, lleno de consonantes, pero que tenía, junto a la puerta de entrada, una pintura representando una ballena verde saltando del mar. La ballena era desproporcionada, como un dibujo de niño, con una mueca, casi una risa, que la volvía simpática.

 

El hotel de la ballena verde, de Ana Vásquez-Bronfman. AQUÍ.