Por Nicolás Poblete Pardo
Escritor, periodista y académico

“Las actuales políticas en materia de cultura tienden a formar escritores amateurs,
que escriben de acuerdo al establishment literario”.

Esta entrevista es sobre los temas que aborda su narrativa y las formas que esta adopta en títulos como Pensamiento delirante, Miedo, Voces en mi cabeza y Vivir atormentado de sentido.

Pensamiento delirante exhibe la angustia del cuerpo dislocado, que bordea el abismo de la racionalidad. Aquí vemos la amenaza de deshumanizarnos en un contexto social que se repudia por su feroz tratamiento de la salud mental, un asunto de dinero, un negocio rentable. En este laboratorio biopolítico salud y dinero son equivalentes. Algo semejante ocurre en Miedo, cuyo protagonista se halla extraviado principalmente por las drogas. Una de ellas toma la forma de la liberación de endorfinas en un gimnasio, también costoso.

Juan Mihovilovich, en su interpretación de Voces en mi cabeza hace eco de la idea de Erich Fromm, quien en Sociedad sana postula que el hecho de que millones de personas compartan las mismas patologías mentales que pasan por “normales” no hace que esta sociedad sea sana. Juan escribe: “Las voces en la cabeza de Daniel son una suerte de estilete continuo que hiere la conciencia de una sociedad acomodaticia y enferma. No es exclusivamente él quien padece de esquizofrenia: es la sociedad, agrietada desde su estructuración poderosa y dominante en un juego de posiciones antojadizas y ‘pensadas’ para que todo funcione de tal modo que lo esencial se mimetice en las ansias del tener y consumir…”.

La dificultad para mantenerse en un ambiente híper capitalizado es altísima. Lo vemos en Voces en mi cabeza y también en Vivir atormentado de sentido. Consumo y consumismo resultan en sinónimos que se intercambian para hablar de la cultura, y también de las vitrinas con medicamentos. Se consume el cuerpo que se puede adquirir; se consuma el crimen de la destrucción propia en beneficio de un sistema que dispone de los cuerpos como inversiones de largo plazo. No importa cómo, el cuerpo debe permanecer activo en su producción para perpetuar la alienación y el usufructo interminable que protagonizan las fauces detrás del mercado.

Vivir atormentado de sentido indaga más allá de las representaciones destacadas antes, pues puede leerse como un manifiesto en torno a la escritura, al proceso de escritura. Aquí hay un estudio metatextual que se plantea el autor, quien dedica reflexiones sobre el acto de escribir y sus aristas; orígenes, motivaciones, repercusiones que se manifiestan en el ánimo. “La escritura le ha dado propósito a mi vida y cada libro ha sido una expiación de pecados”. En otro momento expresa que “la escritura será su tabla de salvación”. Un arma de doble filo, eso es la escritura, porque actúa como bálsamo durante el proceso y como precarización en su postproducción.

  • Mucho hay que decir del pobre escenario en el que deben actuar las artes en nuestro país. En «Vivir atormentado de sentido», describes el frustrante proceso de postulaciones a fondos concursables de creación literaria. De ellos depende el trabajo del artista en el momento actual. Estamos en el momento en que la plaza Italia es la plaza Dignidad, ya se habla de «el merluzo haciendo campaña» y de la posibilidad de cambiar la constitución de Pinochet. Sin embargo, estas alegrías son prontamente desprovistas de esperanza futura: «En televisión aparece el Presidente pidiendo disculpas». Con varias publicaciones a tu haber y una trayectoria que te ha permitido observar distintas épocas y administraciones, ¿cómo evalúas la situación de los artistas hoy?

R. Creo que la literatura chilena ha tenido un espacio de expansión en temas juveniles y encontró ese nicho en editoriales independientes que las publicitan con portadas llamativas. Hay algunas excepciones, pero en general son derivadas hacia lo fantástico y es difícil encontrar espesor narrativo en esos textos. En las ferias de libros se observa que las editoriales que más venden son aquellas con harta ilustración como cómics y publicaciones infantiles.

Los libros de autor, algunos de vasta trayectoria, se venden poco, a pesar de las numerosas exposiciones que se despliegan anualmente. Las librerías no constituyen un buen canal de distribución y me atrevería a decir que hay más editoriales que librerías en este país.

Las editoriales independientes optaron por vender en las ferias, donde los propios autores conversan de sus libros, pero el estallido social y luego la pandemia deprimieron ese mercado. Puede ser que la gente lea menos o lea principalmente lo que se publica en redes sociales que me consta, habiendo hurgado bastante, no es literatura de calidad y existe mucha poesía dudosa con profusas imágenes y música de fondo.

Con el antropólogo Cristian Cottet hicimos trabajo de campo, durante el estallido acudimos a diario a la Plaza Italia, entrevistamos a los de la primera línea y de verdad no existía coordinación salvo un odio parido hacia los pacos, una furia que no descubrimos su origen y supongo tendrá que ver con los abusos de empresas, de políticos, del mal funcionamiento de la justicia. Tampoco descubrimos de dónde venía el financiamiento y creo pasará mucho tiempo antes de saber sobre los orígenes de la quema del Metro.

Lo que sí es obvio, luego de la pandemia y los retiros de las AFP, es que las inyecciones de liquidez producto de los IFE (ingreso familiar de emergencia) produjeron una inflación considerable y el poder adquisitivo de los chilenos ya no fue suficiente para otros gastos que no fueran alimentación. La economía quedó rezagada desde entonces y el empleo todavía no retorna a los niveles previos al estallido social, menos hay dinero para cultura o para comprar libros. Las ventas de las ferias se deprimieron de forma radical y los ingresos de los escritores ahora dependen principalmente de los fondos concursables.

Convengamos que el monto de esos fondos es una miseria para un autor, cuatro millones de pesos suponen un aporte mensual de trescientas lucas, lo que implica que ese escritor debe obtener financiamiento por otras vías, tener un trabajo formal paralelo que lo aleja de su oficio y no le permite bucear en la realidad cotidiana.

Las actuales políticas en materia de cultura tienden a formar escritores amateurs, que escriben de acuerdo al establishment literario. El resultado son escritores a tiempo parcial y nula diversidad temática. No hay cabida a visiones feroces, cáusticas, se pretende que la literatura sea de entretención y para reforzar fórmulas añejas.

Obtener financiamiento de estos fondos es algo complicado. Primero hay que salvar la valla administrativa, luego la fundamentación del rechazo o del porcentaje insuficiente es para no creer. El autor se da cuenta de que no leyeron su libro, ni siquiera dos capítulos y en la justificación hay un despliegue de prejuicios. El examinador tras leer un capítulo expresa una opinión tajante que se basa poco en la calidad de la obra, sino en cuestiones anexas que son un compendio de las redes sociales.

Tengo una opinión crítica del actual gobierno. Esas mismas opiniones sin profundidad habituales de internet, se ven replicados todos los días en las palabras del gobernante. No hay sustento racional ni tampoco una ideología detrás. Observas a un sujeto al mando del país que se da volteretas todas las semanas, cambia de opinión según la red X, su visión de mundo corresponde al de un rockstar que “dice” leer muchos libros, pero que en la práctica hay pocas o ninguna idea detrás, puros lugares comunes, estupidez ramplona que no llegó a ninguna parte. Gobierna para las próximas 24 horas, no hay planificación siquiera de corto plazo y desde el ministerio de las culturas y de la mujer están preocupados del lesbianismo de Gabriela Mistral.

  • En Pensamiento delirante vemos el trasfondo de los estados mentales en la representación social que destaca un sinnúmero de denuncias, particularmente el rol tóxico del mercado, que pone a disposición sustancias adictivas que son transversales para los cuerpos. Vemos, por ejemplo, que el protagonista ha agotado sus recursos en una costosa clínica privada. ¿Es posible la dignidad disociada del mercado? ¿Qué alternativas vislumbras para una sociedad verdaderamente inclusiva?

R. No sólo en “Pensamiento delirante” está presente la locura, ese describir el mundo desde un prisma distorsionado, en “Vivir atormentado de sentido” incluso se aborda el amor desde esta otra vereda. Es la realidad que me tocó vivir como alguien que sufre de un trastorno psiquiátrico. Existe la herencia genética que explica estos cuadros, pero cómo explicas el aumento exponencial de los problemas mentales en el Chile actual. El entorno tendrá mucho que ver y quizás esta sociedad individualista sea parte del problema. Pero culpar al sistema capitalista resulta una simplificación, más bien me enfocaría en la “propaganda”, ya sea publicitaria o política, el intento de manipular las mentes de los habitantes no es exclusivo del capitalismo. En los países socialistas de origen autoritario, esa propaganda es un veneno mortal para la salud mental. Peor que la publicidad subliminal será la vigilancia por parte de un Estado, lo que conduce a paranoia social y se amplifica en mentes frágiles.

Estudié ingeniería comercial y conozco perfectamente el rol del marketing. Todos esos mecanismos concertados para influir en los consumidores. Debo dejar en claro que mi cabeza funciona de forma distorsionada y la publicidad hace estragos en mis pensamientos. Genera múltiples adicciones a muchos productos que están conectadas a emociones que se detonan para contrarrestar la paranoia. El miedo a permanecer en una esquina cualquiera sólo puede ser amortiguado con una Coca-Cola en la mano. Una cerveza o varias pueden catalizar esa sensación de inseguridad y Escudo o Heineken surgen subliminalmente desde mi subconsciente. Siempre ando con el mismo polerón para pasar desapercibido, son tantos los estímulos en la calle que prefiero estar alcoholizado e incluso drogado para no experimentar agorafobia.

Percibo mejor que nadie el virus de esta sociedad consumista y creo que la publicidad mueve al sistema capitalista, pero entiendo a su vez que desestabiliza los centros de recompensa, apartándolos de las emociones genuinas y conectando con una necesidad enfermiza de bienes materiales. Es tan abrumadora la sensación, que prefiero no poseer nada, una cama y un computador bastan, no ambiciono nada, porque la lista sería infinita.

Apenas puedo escapar de las sustancias ilícitas, esas que me borran al experimentar placer sin límites. Luego viene la pérdida de ese estado y el sufrimiento, pero la droga está al alcance, con veinte mil puedes intoxicarte y matar neuronas. Una vez al mes pulverizo el miedo y la angustia de sentirme desamparado, es tan fuerte el shock químico que pierdo la salud un par de días, pero junto con sentirme como el demonio, las voces en mi cabeza me dan respiro por algunas semanas. En casi todas mis novelas está presente la droga, cuando se inicia un cuadro depresivo uno sabe que luego viene la psicosis y la cocaína te jala a la superficie y aleja el miedo de que caigas en lo peor del episodio mental. Por un lado, rescata de pensamientos suicidas y por otro, aleja esas malditas voces que te destruyen desde el inconsciente.

Soy hijo de un empleado público, mi padre trabajó primero en la CORVI que posteriormente se transformaría en SERVIU. Fue inspector de obras casi toda su vida y con la asunción de Allende vio cómo los funcionarios de la corporación pasaron desde cuatrocientos hasta llegar a la friolera de diez mil. En qué se notaba su impronta de empleado público, en que tenía ciertas libertades y siempre destinó dos horas para almorzar en casa. Un puesto de trabajo asegurado y tal como sus jefes lo asignaban a distintas obras, a cambio debía cumplir con la burocracia estatal. Daba lo mismo que existieran mejores maneras, de hecho, importaba sólo la suya.

En el trabajo obedecía a los jefes y en casa sus órdenes eran acatadas sin derecho a protesta, aun cuando a veces fueran irracionales. Durante la dictadura participó de los mismos trabajos y nunca se metió en política. Los almuerzos en casa seguían teniendo la misma duración y nunca nos enteramos de la represión y las delaciones. Jamás se habló del Golpe en la mesa y menos de asesinatos o desaparecidos. En el colegio uno se enteraba de la realidad del país, pero casi toda la enseñanza básica estuve enfermo porque este empleado público desde los tiempos de Allende no creía en la penicilina, ni en las vacunas, mucho menos en una cirugía de amígdalas. Todo cambió con los militares, ese trabajo seguro ya no era tan seguro y dependía de opiniones de los partidarios del régimen. Mi padre se cruzó en el camino de algún funcionario y le hicieron un sumario interno. Lo despidieron y estuvo muchos años cesante hasta que logró revertir el sumario y lo recontrataron en la misma institución con el mismo puesto, siempre dentro de la dictadura.

La mentalidad de un empleado público es jerárquica y muy servil a las jefaturas. “El que nada hace, nada teme”, parece una frase inscrita en bronce. Hay que respetar las formas, aunque el trabajo no produzca algo tangible. “El trabajo no sirve para nada”, fue la mentalidad que nos inculcó a los hijos. Y la capacidad de hablar mal de todos, siempre a sus espaldas, incluso de la familia, pero las paredes altas dejaron colar esas palabras mal paridas.

La experiencia de tener una familia y estar absolutamente a la intemperie. Los maltratos físicos y psicológicos desembocaron en enfermedad mental. Repetí un año por enfermedad, por la obtusa postura de una salud basada en métodos de curandero. En la universidad tuve un segundo episodio psicótico, peor al anterior y años después otro por cuatro años, momento en que diagnosticaron esquizofrenia.

Antes que ningún acceso o derecho a la salud mental está la familia. No es una cuestión de recursos, es el resultado de mentes poco educadas incapaces de comprender que sin la penicilina la expectativa de vida sería mucho menor a la alcanzada en estos tiempos. Antes de la salud pública o privada debe existir el mínimo consenso en los avances de la ciencia.

Aborrezco la mentalidad conformista del empleado público, uno le podría echar la culpa al sistema de gobierno, pero da lo mismo que sea capitalista o socialista. Durante la dictadura, el SERVIU volvió a su dotación anterior de funcionarios. Es la forma de ver el mundo donde las personas no producen bienes para la sociedad, sino que realizan trámites para el resto, a nosotros los hijos nos produjo un daño terminal. Podrá existir gente en el aparato estatal, pero la homogeneidad burocrática atenta con la salud mental de los funcionarios, si no cómo se explica que las licencias médicas sean más numerosas y de mayor extensión en los organismos públicos.

Ya en democracia no pude seguir trabajando en un empleo formal y la escritura fue mi tabla de salvación. Cuando sufrí el cuarto brote de esquizofrenia fui internado en la Clínica del Carmen, una antigua organización sin fines de lucro perteneciente a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, donde mi psiquiatra (director en El Peral) ordenó un mes de confinamiento. Leyó mi primer libro y prescribió sesiones de electroshocks. Los precios de esa institución eran razonables y yo estaba inscrito en una Isapre que cubrió el cien por ciento de la estadía.

Mi cuadro mental era grave. Escuchaba voces cada treinta segundos, voces que me inducían al suicidio, pero además en las noches tenía alucinaciones con espectros sin rostro que me inmovilizaban e invadían todo el cuerpo. La cotidianidad era un cúmulo de estímulos que hacían imposible desempeñar labores junto a otras personas. Tomaba medicamentos para soportar mejor la realidad, pero fueron los electroshocks los que aplanaron mi mente y borraron de un plumazo esos pensamientos inquietantes.

Declararon mi invalidez laboral por esquizofrenia y la pensión fue muy inferior a los ingresos del sector privado. Muy inferiores y de paso tuve que desafiliarme de la Isapre y en Fonasa tengo acceso al Auge, pero no cubre el cien por ciento y no alcanzo a cubrir el copago, a pesar de que el monto de la pensión es mayor que el promedio.

Requiero estar confinado cada cierto tiempo, pero ya no puedo y mi padre jamás me pagará una internación, ni siquiera la diferencia del copago, porque al final el principal culpable fueron las más de cincuenta amigdalitis, la mayoría sin antibióticos, provocaron fiebres muy altas, sufrí alucinaciones mucho antes de que las voces se instalaran en mi cerebro.

No tener acceso a buenos psiquiatras es el problema de la tenerlos monopolizados en la salud privada, es un problema que no haya suficientes especialistas, un problema que no pueda estar en una institución pública porque la lista de espera hace imposible la internación, con familiares despóticos estás desprotegido, durmiendo en un sillón porque un enfermo mental no tiene derechos cuando el episodio psicótico explota, quedas expuesto a la violencia de la familia.

Existe la creencia de que los adictos lo son por falta de afecto de sus padres y creo que es una explicación bastante certera. El problema es que cuando sufres de una enfermedad mental, la familia te excluye y no le interesan tus problemas. Eres un cacho y te tratan pésimo, entonces esa falta de efecto se ve agudizada y el acceso a las drogas es la única tabla de salvación para huir de ese desamparo.

Lo material, el acceso a prestaciones de salud mental, es deseable porque cuando caes en un episodio crítico pierdes tus mecanismos de defensa. Pero más que lo material, si la familia quiere hacer la vista gorda y maltratarte cuando estás con alucinaciones, simplemente estás en un entorno desprotegido. La crueldad, cuando hablan pestes de ti como si no estuvieras, es un verdadero infierno, tener un padre que no cree en los antibióticos ni en los fármacos que dan los psiquiatras, una pesadilla que nadie merece. A este señor no le importa que estés mal, sólo quiere que dejes los medicamentos.

  • La prostitución, el aborto, el sexo, las drogas, la pornografía, la inmigración: todos estos dramas son comentados con una aguda y angustiante percepción que desvela aspectos tanto claros como implacables, aquellas verdades que el sujeto medio desdeña con hipocresía o que es incapaz de enfrentar. En todas tus novelas se cruzan estas realidades. ¿Cuál es la postura de la voz narrativa al internarse en estos focos en los que conviven dolor, criminalidad y dinero?

R. El tener un trastorno mental puede ser invalidante, pero en caso de que puedas interactuar con otras personas, la situación igual es compleja. Puedes pasar desapercibido entre la gente, sostener una conversación ya sea porque tuviste acceso a educación o porque tu intelecto permite camuflar los estados alterados de consciencia. El problema del cuadro mental es que el paciente no tiene certeza de estar bien, siempre está el miedo a recaer o empeorar la situación. Eso cada cierto tiempo conduce a depresiones feroces, estados incontrolables. Y esa falta de control exacerba el miedo y se está más expuesto a consumir sustancias ilícitas para intentar aplacar ese miedo por un lado y por otro para suprimir los síntomas de un cuadro mental agudo.

Tu capacidad para empatizar con otras personas está alterada. Puedes sentir afecto por otra persona, pero será más sensorial que una emoción profunda. Por eso buscas las drogas, a las prostitutas y la pornografía como forma de encontrar “amor sucedáneo”, donde el placer es la única forma de relacionarte, de sentir que estás con esa otra persona. En mi familia, los padres no cultivaron afectos hacia sus hijos, no sé si eso fue primero, pero la verdad, no existen lazos afectivos hacia ellos de mi parte. Nunca supe lo que eran y quizás eso generó el trastorno mental. Mis emociones funcionan a niveles primarios y con las drogas y el sexo se disparan y brindan una sensación de estar vivo.

Habito en los límites de la sociedad, un lugar que muchos no conocen porque no lo necesitan. Y esos ambientes traen aparejados violencia, delincuencia y peligro. Desde que vas a una población a comprar cocaína te arriesgas a que te asalten, te roben o que salgas herido o detenido por la policía. Lo entiendas o no, muchos inmigrantes encuentran sustento a través del tráfico de drogas o la prostitución. Un mundo que funciona con dinero en efectivo y transacciones en las esquinas.

En mis novelas, la voz narrativa no cuestiona estos lugares subterráneos. Simplemente lo describe de forma descarnada y el peligro es un ingrediente más, pero también hay espacio para una buena conversación, alcoholizarse y drogarse en compañía. Así como en el ámbito diurno hay buenas y malas personas, en la noche no todos los gatos son negros. Son otros códigos y por otro lado, la droga desinhibe y las cuestiones morales tienen otra graduación. Es un mundo sumergido donde no puedes respirar a tus anchas, sino que debes tener dinero para acceder a esa atmósfera. Sin dinero eres un paria, pero con dinero puedes relacionarte con estas personas. Me gusta cuando una prostituta me invita a su casa o departamento, es la máxima señal de confianza, algo así como que eres una persona normal.

  • El cine es un tópico recurrente en tu narrativa y funciona como tabla de comparación, así como de salvación. En tus novelas encontramos innumerables referencias a este arte y resulta evidente una selección que conforma un punto de vista crítico. Más allá del poder de denuncia que cada película contiene, háblanos del modo en que seleccionas las referencias a la hora de organizar tus escritos.

R. Desde la época del colegio me atrajo la oscuridad de las fiestas. Iba de un bar a otro y por lo general sin compañía. Entrar a un cine de los antiguos era maravilloso, sobre todo si era función de trasnoche y no había otra persona en la sala. Cuando estaba entre los amigos también me observaba desde arriba, algo así como que estaba y no estaba presente. Jamás vi besarse a mis padres y su relación era distante entre ellos y con sus hijos. A través de las películas aprendí sobre las chicas, a besar, a buscar esos silencios cómplices. La realidad del cine siempre fue atrayente, hasta el lugar más miserable tiene lo suyo. Observo con esos ojos la realidad, si no fuera por el cine no hubiera aprendido a relacionarme con otros.

No sólo iba a ver películas de James Bond. Conversaba con los proyeccionistas y acudía a ciclos de cine francés, italiano y sobre todo alemán. El cine sueco y el polaco fue lo que más me impresionó. Acostumbrado al cine arte seguí la filmografía de excelsos directores. Los guionistas y los compositores se repetían entre películas. Recuerdo el año y la persona que me acompañó a ver un filme de David Lynch. Pero en general iba solo y al final leía los folletos del cine Normandie. No sólo el cine, la música también fue importante durante mi adolescencia. Las letras, los conciertos, las discotecas, todo era ecualizado por mi cerebro. Un buen vino, una película y esa mujer tienen muchas texturas y eso depende de la realidad paralela, el cine es ese universo. Una sensación de algo conocido para sentirte seguro. Incluso en las peores psicosis, en esas alucinaciones extremas, una sala de cine viene a ser como una iglesia para el creyente.

Cuando escribo las referencias son instantáneas, es algo visceral, de inmediato surge la escena para dar estructura a un cuento o un capítulo. Creo que las conexiones están alojadas en mi inconsciente, se podría decir que mi sintaxis narrativa muchas veces es parecida al montaje cinematográfico.

Para mi mente evasiva, no siempre racional, el arte expresa muchas veces lo que siento. No hay traducción a palabras, a pesar de que soy escritor y encuentro la palabra precisa para describir atmósferas y la psicología de los personajes. La esquizofrenia hizo imposible seguir trabajando y el arte fue la única salida para explicar lo interno. Antes aplacaba el descontrol con actividad física, hasta que destrocé mi espalda y escribir se convirtió en algo que podía realizar incluso estando deprimido, paranoico, escuchando voces. Escribir es un ejercicio solitario donde sólo me acompañan los libros, la música y las películas que conjugan todo lo anterior.

  • La lectura de tu narrativa no resulta fácil o entretenida en un sentido banal, partiendo por la angustia y el dolor psíquico que retratas en tus novelas, comúnmente pronunciadas de modo directo por una primera persona. Esta técnica interpela al lector, lo desestabiliza, lo intimida. Las crisis son compartidas en la experiencia de lectura y la voz narrativa documenta los estados alterados investidos de una percepción aguda. Esto es vívido, por ejemplo en el caso del insomnio, aquel infierno real («espera a no dormir tres días y no quedará una gota de emoción en tus venas»), y la línea de vida parece muy precaria, dependiente del exorcismo creativo: «Escribir es conversar con ese alguien esperando conmoverlo. En algún lugar del mundo llegará el mensaje a otra persona que estará conmigo», leemos en Vivir atormentado de sentido. ¿Qué inspiraciones y estímulos quieres compartir con tus lectores?

R. La primera incursión en narrativa fue a través de la novela “Fear”, publicada en 2007. La escribí en terminales de buses, allá por el año 2000, mientras era perseguido por sujetos sin rostro huyendo por ciudades y pueblos mexicanos. La psicosis arreciaba y me ausenté de mi puesto de trabajo en Chile para esconderme en provincias y cruzar la cordillera, en un viaje por muchos países latinoamericanos. No era capaz de una lectura lógica de la realidad, de hecho, sólo percibía enemigos alrededor, aunque la familia y los gerentes no sospechaban de mi cordura. Los moteles eran lugares de refugio, pero después me albergué en hostales para estar fuera de radar. Lo hacía registrándome con nombres falsos y caminaba todo el día para estar seguro de que nadie me reconociera. Dormí en buses durante los trayectos por Uruguay y Brasil. Me acosaban a toda hora, compré un pasaje de avión a Ciudad de México y me interné por pueblos olvidados. Hablaba con alguien y de inmediato los veía conversar sospechosamente con otros. No soy católico, pero en las iglesias cesaban las voces despiadadas. Incluso las salas de cine empezaron a asustarme porque existía una única salida. La oscuridad no era suficiente, compré un cuaderno y registré las características de mis celadores. Estaba tan asustado que no era capaz de escribir sino en primera persona. Terminé esa novela en el diván del psiquiatra, que le daba algún sentido a lo sucedido, todos los lugares donde intenté esconderme, incluida una favela e incluso Chiapas. Presentía que estaba en peligro, pero era incapaz de discriminar entre los lugares.

Esa voz narrativa estaba muy cerca del autor, casi no había distancia, la angustia de lo narrado era genuina y terminé el manuscrito sumergido entre voces que seguían mis pasos y me conminaban a acabar con mi vida. Ese dique entre escritor y narrador era delimitado por esa memoria fotográfica que imponía el miedo. Recordaba todo, cada día, cada pueblo, cada nombre de boliche. Hablaba con contadas personas, también sus nombres quedaron registrados en la novela. Mi cerebro no sólo eran mis emociones, sino también una especie de cámara que filmaba todo a cada instante, las aves se dispersaban cuando abandonaba un hotel, estaba tan asustado que no prestaba atención al clima. Sólo premunido de una mochila y una muda de ropa, aparte de un personal estéreo que adquirí en Montevideo. Todo el día escuchaba voces descalificatorias y ponía la música a todo volumen con la esperanza que se fueran. Las letras de las canciones eran una bitácora de cosas por hacer, experiencias de terceros que hacía mías.

No era una técnica narrativa, sino un desahogo o grito de auxilio de alguien que lucha por su vida. Por eso el miedo se transforma en terror y las voces interiores son tan oscuras, no hay escapatoria posible y por eso la angustia de mi literatura. Es simplemente pánico traducido en palabras. Y obvio que este narrador próximo al autor, relata la historia de primera fuente y en un claro estado alterado de consciencia. Una voz narrativa desquiciada, sólo después de un año el psiquiatra desnuda mi psicosis y diagnostica esquizofrenia.

Durante esa huida permanente dormía bastante poco, durante el último año disminuyeron las horas de sueño porque despertaba bruscamente en un estado de alerta. La falta de sueño agudiza la paranoia y engaña al cerebro que ya no distingue realidad de ficción. Todo conduce a planes descabellados para huir del miedo y encontrar un lugar apartado donde desaparecer. El insomnio es un infierno real, yo no sabía de la efectividad de los fármacos, aparte que mis padres nunca acudieron a psicólogos durante las crisis porque no creían en los médicos. El ser humano se adapta a las malas condiciones, es parte del instinto de supervivencia, pero en mi caso estaban tan alterados los sentidos, que adaptarse creaba espacios subhumanos y la verdad no me daba cuenta. Un año de psicoanálisis y recién acepté que lo vivido había sido producto de alucinaciones. Lo mejor de todo fue descubrir el Dormonid, un tipo de benzodiazepina que rescató mi capacidad de dormir. Seguí un año con voces paralelas, pero aprendí a no prestarles atención. Eran dos realidades hasta que llegado un minuto las voces me dejaron tranquilo.

En ese primer libro incluía las voces a la narración, demoré años en convertir el manuscrito en algo comprensible. Pero en los próximos tres libros busqué refugio en la tercera persona con personajes siempre surgidos de la realidad cotidiana. Una joven ingeniera seducía con su cuerpo de infarto y escalaba puestos en la universidad y el mundo empresarial. Primero fui su jefe y un brote esquizofrénico provocó una internación hospitalaria. Volví de la licencia médica y ahora esa practicante era la amante del director de la empresa. Intentó hacer un infierno del trabajo y escribí un libro en venganza. Más tarde leería algo de filosofía y me incorporaría a una corriente espiritual. Las antiguas voces encontraron nuevas explicaciones y canalizaron el miedo a caer nuevamente en otro brote esquizofrénico.

Creo que lo vivido en años de psicosis no se olvida jamás y he seguido escribiendo tanto en buenos o malos momentos. La escritura fue mi tabla de salvación, ese exorcismo creativo que me transformó en mi propio psiquiatra. Comencé mis escritos con esa primera persona desnuda y le añadí profundidad con el tiempo. Uno está bien solo cuando arrecian las voces, gastas tus energías para que el resto de los mortales no se dé cuenta. Escribo de lo que ocurre alrededor buscando que mis palabras ayuden o me acerquen a otro ser humano. No tengo que preocuparme del qué dirán y no emito juicios morales acerca de ninguna persona. Todos sienten de diferente forma y tendrán sus razones. En los márgenes de la sociedad habita gente que te acepta, aunque sea por dinero.

He sentido el menosprecio de mi familia, mi padre creo que sobrepasó todos los límites. Cuando busco refugio en las crisis, ellos abren mis cartas, me dejan viviendo en un sillón del balcón, les importa un bledo mi dolor de espalda, a cada momento amenazan con echarte de la casa. Esa crueldad la entiendo dentro de la miseria, donde el dinero guía los destinos, pero que tu familia te vea como un desecho es doloroso, que un gobernante como Trump quiera deportar a todo el mundo, aprovechándose de la indefensión, me recuerda mucho a mi padre y su colección de bienes raíces.

Mencionas que en mis libros observas una percepción aguda de la realidad. Respondo que padecer de un trastorno mental no te convierte en un imbécil, simplemente eres un paria de la sociedad y la familia te trata como a Gregorio Samsa. Un ser al que le abren las cartas y silencian cuando su opinión no es la misma del resto. Me interesan las cuestiones tipo Banco Central, al fin y al cabo cuando escasean los recursos, al igual que cuando abundan, la gente muestra su verdadero rostro. Observar la realidad desde el sótano brinda una perspectiva diferente. Mis emociones hacia la gente y la familia no serán muy afectuosas, la verdad es que nunca me han ayudado a salir de escenarios inconfortables. He pagado mis internaciones, los remedios y las piezas que he arrendado. Estar enamorado supongo que era una construcción a partir de la experiencia cinematográfica, pero observo la realidad cuando todos creen que estoy muerto, sin prejuicios, es la mayor empatía hacia el entorno, puedo comprender a la gente desde la precariedad y eso implica una percepción aguda de la realidad.

El mundo es muy violento, todos creen tener derecho a hacer mierda al desprotegido. Los profesores de universidad son violentos, la familia es violenta, los jefes serán violentos si no haces lo que piden. No importa que la conducta sea moral o no, si una persona está en posición de abusar a otra, lo hará.