Gustavo Gac-Artigas. Poeta, novelista, dramaturgo y hombre de teatro chileno. Miembro del PEN Chile, correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y miembro titular de la Academia Universalis Poetarum y de la Academia Tomitana de Constanza, Rumania.

DIÁLOGO DE EXILIADOS: TRES TEXTOS INÉDITOS

por Gustavo Gac-Artigas

Al regreso del “Segundo Congreso de la Academia Tomitana y de la Academia Universalis Poetarum” en Tomis-Constanza, octubre, 2024, una tormenta se desató en mi mente.

Ovidio, 2000 años desde que fuera exiliado asaltó mis recuerdos, trajo mi pasado al presente, y a orillas del mar Negro, depositó mi futuro a mis pies.
Guardé silencio, asumí el dolor ajeno, asumí mi propio dolor, mis versos se exiliaron sabiendo que jamás tendrán una tierra donde descansar.

Lo que sigue es un diálogo de exiliados, de Ovidio al que está caminando en la selva del Darién llevando un poema a cuestas, al que antes de morir arroja al mar un poema para que viva en libertad, el verso en boca del poeta se confunde con el grito de un niño en Gaza.

Tres textos, no leídos, que pongo en tus manos, ¡oh, lector exiliado en este mundo!

I. A Ovidio: Teatro romano – ciudad de Ovidio

Cada vez que entro a un escenario, guardo silencio para escuchar la voz de aquellos que me precedieron, inclino mi cabeza en señal de respeto
luego les pido permiso a las voces del pasado para que me indiquen el camino.

Hoy pisé Tomis, Ovidio, triste, nos recibía,

“lanza tu poema, tu verso quizás llegue adonde tú no puedes entrar,

pequeño libro, irás, sin que te lo prohíba ni te acompañe, a Roma, donde, ¡ay de mí!, no puede penetrar tu autor.

Parte sin ornato, como conviene al hijo de un desterrado, y viste en tu infelicidad el traje que te imponen los tiempos”.

Para mí pasó el tiempo del regreso, llegó el tiempo de recorrer nuevos territorios.

Reclamaba Ovidio la calma del vate para escribir:
el vate necesita hallarse libre de temores,

temía Ovidio:

Y yo, humilde hacedor de versos
temo
temo regresar a pisar mi tierra
temo el ver el primer paso de un pasado que regresa
el de un amigo
el de un amor
colgado en el muro de los recuerdos

temo callar por no tener palabras
no aprendí a hablar en futuro,
en un presente que me confronta

temo que no aprendí a leer el corazón de los otros

temo que lean mi corazón
y que yo siga analfabeto del amor

Decía Ovidio:
“Los cantos son partos de un ánimo sereno, y súbitas desgracias ennegrecen mis días; los cantos reclaman el sosiego y la soledad del escritor, y yo soy juguete del mar, los vientos y las sombrías tempestades”.

A mí
me tocó aprender a navegar por aguas tormentosas y ello alimentó mi verso, me tocó transformar el grito de dolor en canto.

En ellos me busco sin encontrarme

en ti, Ovidio, busco mi camino

no fue la condena al exilio
fueron los recuerdos
los que encadenaron tu alma, poeta

regresaste en sueños a tu tierra
aunque del exilio jamás se regresa

solamente el amor puede llevarte de regreso

el amor y la nostalgia
el temor a que el recuerdo se desvanezca

2000 olas lavan tus lágrimas, poeta
2000 olas te traen el abrazo de los ausentes
2000 versos cabalgan en el mar esperando no ahogarse en la nostalgia

mientras un caballito de mar se aleja en lontananza

II. A la sombra del poeta: a Mihai Eminescu

Al borde del mar y a la sombra del poeta

el mar mi compañero
lavó los pies de los humildes de mi tierra

acarició los míos para sanar las llagas dejadas por los caminos recorridos
recorridos en busca del ser humano
del amor
del dolor
en busca del primero y del último verso.

Reclamaba Ovidio la calma del vate para escribir:
“el vate necesita hallarse libre de temores”.
y arrojaba Ovidio sus poemas al mar esperando llegaran a los suyos

Deseaba el poeta
y de Eminescu me hago eco
el descansar
el entregar su último verso
y esconder su alma en el alma de un bosque

esos bosques
los primeros
los salvajes
los que nos enseñaron a cantar
a caminar
a salir a conocer el mundo
y a uno mismo

hoy
a orillas de este mar
acercándome al final de mi recorrido
espero la ola amiga que me tome en sus brazos
y que el escarabajo de la luna en los bosques de Chile
entregue mi último verso a las nieves eternas de mi lejana cordillera

III. El exilio, la gran condena de mi vida

50 años más tarde me veo dando mis primeros pasos en tanto exiliado en una fría noche de invierno por las calles de París.

Atrás había quedado la cárcel, aunque aún la llevaba sobre mis hombros y era a través de los tres barrotes de mi celda que se deslizaban de mis párpados convertidos en estalactitas cristalinas que observaba París.

Las luces comenzaban a iluminar la ciudad luz y mi mente, al amanecer las páginas de los libros alineados al borde del Sena secaron mis lágrimas, mis recuerdos saltaron a las páginas de los libros buscando explicación, buscando sentido.

Víctor Hugo, Molière, Proust, Batiste, ¡háblenme!

El horror se replegó, lentamente, cincuenta años le costó, pero se replegó, me habían condenado a vivir y entendí que debía aceptar el desafío, o me arrojaba al Mapocho o navegaba el Sena y su historia, afrontar el eterno desafío del exiliado: o viviría mis raíces aprisionándome o escaparía liberándome de los barrotes que me encerraban.

Me costó liberarme y en esa liberación alimentarme,
me costó olvidar sin olvidar, me costó asumir la vita nova, me costó entender que el recuerdo per se, amarra, limita, mata el pensamiento, que se retrocede a vivir en las sombras, que la luminosidad del pensamiento se aleja.

Pensé en los que habían quedado atrás, mis compañeros de celda, pensé en los tres barrotes de la ventana de mi celda, en los barrotes de mi mente, pensé en mi pueblo condenado al exilio, no el de las fronteras que exigen un pasaporte para atravesarlas, las otras, las del exilio interior, las de un pueblo, o parte de un pueblo al que le cortaron sus sueños.

En ambos casos no fue fácil el liberarse, el construir el recuerdo del futuro, el liberarse más allá de las celdas o la muerte, el volver a ser feliz y no sentirse culpable, el sonreír y no sentirse faltando el respeto a la memoria, el romper las cadenas de la mente.

En ambos casos nos condenaron a vivir.

Hoy, cincuenta años más tarde, doy un nuevo paso, cada día es un nuevo paso, cada verso es un nuevo paso, cada cara que se borra es un nuevo paso.

Cada libro me asalta, como aquella primera vez en París, hace 50 años, cuando dejé de ser exiliado en mi tierra

y comencé a vivir el exilio de este mundo.