2018-06-12Por Pedro Alfonso Araya*

¿Quién es Manuel? ¿Todos somos Manuel? Apenas supe de la existencia de este volumen, que hoy nos convoca a todos, no pude dejar de pensar en estas dos interrogantes que emanan de un título que aparenta una cuidada elección y dedicatoria.

Seguramente Gabriel Canihuante, periodista, académico, escritor, lector y flamante autor de este libro, tiene muy clara la respuesta. Pero antes de que él pueda responder, me permito jugar con la imaginación y completar lo escrito, que es el deber, creo, de todo lector que se precie de tal.

“Cuentos para Manuel” esboza la idea de un destinatario especial, que puede ser o no, directa alusión al cronista Manuel Concha, quien inspiró el bautismo de este Fondo editorial de la Municipalidad de La Serena. Y aunque esta sea la explicación precisa y lógica, mi fiebre lectora insiste en decir que no. Que esta es una invitación abierta. Que el cariño que exudan estos relatos tiene como objetivo a todos los “manueles” y “manuelas” por doquier, algunos de ellos expectantes por conocer esta obra de ficción.

Y la palabra “obra” no es antojadiza. Tal como Huidobro habló de un pequeño Dios, en lo personal, siempre he creído que todo escritor o redactor de historias, es ante todo, un arquitecto a pequeña escala, quien armado de oraciones, reflexiones, adjetivos y demases, es capaz de levantar, sin terreno ni mano de obra extra, construcciones que permiten perpetuar la mirada de su autor, y así ponerlas al servicio imaginativo de quien desee deslizarse por sus páginas.

Yace en estos once relatos, entonces, un nuevo refugio y/o habitación. Una nueva morada para hacer un alto en el trepidante camino del día a día y detenerse a oír los “Cuentos para Manuel”, que constituyen una clara evidencia impresa de lo dicho por el escritor y guionista de cómics, Neil Gaiman: “los cuentos son como ventanas diminutas que nos permiten asomarnos a otros mundos, a otras formas de pensamiento, a otros sueños. Son vehículos que nos transportan hasta los confines del universo y nos traen de vuelta a casa a tiempo para cenar”.

En este nuevo vehículo obrado por Gabriel Canihuante existen las ventanas, ventanales y tragaluces precisos para iluminar nuestros corazones durante el viaje. La luz penetra de forma precisa y rítmica, y se desliza a lo ancho y largo con holgura y prestancia.

En el interior de este transporte, y tras dar unos primeros pasos, nos encontramos con “El cuento para Manuel”, un relato que ficciona el mundo de la selección editorial, con especial atención al certamen que precisamente permite esta publicación. Más allá, y correctamente instalada en dirección poniente, está una ventana especial, llamada “Doctor hambre”, que devela la obsesión y apasionamiento de un profesor, ciudadano de a pie como cualquiera de nosotros, quien subraya la obtención de un grado académico como la única vía para brindarle un bálsamo a una vida, que al parecer, se ha ensañado con él.

En un segundo piso de esta morada se ubica otro rectángulo de vidrio que permite observar cómo la amistad y los ideales, al paso de los años, chocan de frente con la cruda realidad de una nación individualista y que no ha sabido crecer en armonía. “Reconciliación” es el nombre de esta ventana, que antecede a otra de similar espesor denominada “Estadio nacional”, donde se funden deporte, política, juramentos y un pequeño gran homenaje a esos instantes que se marcan a fuego en la memoria de todo niño o niña, por obra y gracia de un padre que ama a los suyos.

En un sitio medio, y quizás constituyendo motor y/o estructura central, y siendo más que un mero tragaluz, se ubica el relato “A mano armada”. Al asomarse a observar en él, el lector o lectora apreciará un paisaje más que familiar, y que parece extraído de la crónica roja de los noticiarios. La delincuencia y sus extrañas motivaciones se enfrentan acá a los últimos estertores del estilo de vida bucólico y amparado en la paz que caracterizaba a La Serena en tiempos pretéritos.

Con la mano firme al timón de este lozano transporte, con ventanas estéticamente bien situadas, se sitúa Canihuante como un cronista de ficción, que toma lo habitual, y aparentemente prescindible, para traspasarlo a su mente alquimista de pluma y creatividad. De esta forma, nos brinda trozos de nuevas posibilidades; es decir, con trozos de observación social, ficción, recuerdos y afectos, erige este espacio con aroma a viento del Valle de Elqui y a las calles que demarcan espacios a menudo tachados de esta conurbación, como el sector Antena, por ejemplo.

Que en gran parte de estas páginas aparezcan fotografiadas esquinas y sitios familiares no son una mera casualidad, pues como reza una de las máximas de la escritura, Gabriel redacta sobre lo que conoce. Y aún mejor quizás, desliza su pluma sobre el papel en base a lo que conoce bien: lugares transitados y episodios vividos por él, en algún instante pretérito de su existencia real y literaria.

La escritura de Gabriel goza de la pulcritud, ritmo y precisión de quien se ha forjado en las calderas del periodismo, sabiendo que lo dicho de forma justa y sin elementos sobrantes, será siempre un deleite para un lector o lectora. Al respecto, cito a Jorge Luis Borges, quien dijo alguna vez que prefería escribir cuentos porque así se obligaba a resumir para conservar la unidad del relato, mientras que si se enfrentaba a construir una novela, se vería en la obligación de rellenar.

En “Cuentos para Manuel” se nos muestra un conjunto de historias que se complementan con la cadencia adecuada para moldear un nuevo todo, una nueva unidad indivisible que puede ayudarnos a completar, en nuestra mente y corazones, lo que aún nos falta por ser o imaginar; tal como señala la antropóloga Michele Petit: “(…) escuchando una historia, el caos del mundo interior se apacigua y por el orden secreto que emana de la obra, el interior podría ponerse también en orden. El mismo objeto libro, hojas pegadas reunidas, da la imagen de un mundo reunido”.

En suma, y volviendo a las primeras líneas de esta presentación, siento que al acabar las hojas de esta nueva creación, mi interior, y también el de vosotros, perfectamente puede ponerse en orden, permitiendo así capear de manera cálida los crudos inviernos de esta y otras vidas.

Ustedes o yo, entonces, ¿somos o no los “manueles” a los que van dirigidos estos relatos? Quiero creer, y estoy seguro que es así. Algo allá dentro me grita que así lo es.

No teman recorrer esta obra, pues si ponen sus cinco sentidos y se entregan mansamente a la orden de cada una de estas historias, podrán transportarse hasta los confines del universo y volver a casa justo a tiempo para cenar.

De esta forma, el Manuel que todos llevamos dentro se sentirá más completo en su ser. Las vueltas por el universo pueden ser gratuitas. Leer también. No se arrepentirán de tener a la mano a “Cuentos para Manuel”.

           

*Pedro Alfonso Araya es periodista residente en La Serena. Es autor del volumen de cuentos “De soliloquios y fantasmas obsesos”, Fondo Manuel Concha, Municipalidad de La Serena, 2011.