Crónica literaria de Eddie Morales Piña
En el año 2004, con ocasión del centenario del natalicio del poeta Pablo Neruda, la Nueva Revista del Pacífico de la Universidad de Playa Ancha, le dedicó una edición especial a dicho acontecimiento. En esa oportunidad escribí un artículo que titulé Navegaciones en torno a Neruda en que realizaba una somera indagación desde la perspectiva histórico-crítica de algunas de las obras nerudianas que son casi una curiosidad bibliográfica. A partir de este escrito, redacté una crónica que se publicó en 2014. Sobre la base de esta, reescribo una nueva. Es un palimpsesto con motivo del cincuentenario de la muerte del poeta acontecido el 23 de septiembre de 1973, pocos días después del Golpe.
De las obras que comentaba hace casi dos décadas en la mencionada revista universitaria, estas tienen sin duda un carácter de curiosidades literarias, no sólo porque responden a las condiciones sociohistóricas en que emergieron, sino también por la naturaleza material de las mismas, es decir, como objetos libros. Lo anterior lo veo refrendado en la lectura de un estudio de Karin Littau titulado Teorías de la lectura. Libros, cuerpos y bibliomanía, en que se postula entre otras ideas que la relación entre el texto y el lector es también una relación entre dos cuerpos, uno hecho de papel y tinta; el otro, de carne y hueso. En otras palabras, que el formato del libro es significativo para su interpretación. Por otra parte, las innovaciones técnicas que experimenta el formato libro van dejando encapsuladas como curiosidades bibliográficas estas ediciones.
La Oda a la tipografía de Neruda fue publicada en 1956 por la Editorial Nascimento de Santiago de Chile en su primera edición. Según el colofón de dicho texto, “la Oda a la Tipografía se escribió en Isla Negra en el año 1955 (…)” En la portada, la palabra oda está en color azul cuyas vocales mayúsculas están encerradas en cuadrados; seguidamente, a la, en letras minúsculas de color negro, y el sustantivo tipografía en color rojo y escritas en sentido ascendente, descendente, ascendente. Inmediatamente, en letras que imitan la escritura arabesca, la autoría del texto: Por Pablo Neruda. En el nivel inferior de la portada y nuevamente en letras azules como enmarcando el discurso el año de edición: 1956. En las primeras páginas hay una dedicatoria del poeta: “A los que desde mi infancia entraron conmigo a las imprentas” (y viene la mención de los nombres). Se cierra este paratexto con la sentencia: “A los impresores y obreros de mi país y amigos que en tiempos peligrosos publicaron mis obras”. La oda está focalizada en la actividad tipográfica de las antiguas imprentas e imprenteros que iban dando forma a los textos con la configuración de las palabras y las frases mediante las “letras cabales, / finas/ como lebreles”. El sujeto lírico nos va comunicando como las letras modeladas por “las manos medievales” fueron “el alfabeto iluminado” hasta que el mundo se plagó de las letras que “levantó libros/ locos/ o sagrados”. El carácter social y materialista se hace presente al semantizar a las letras no sólo como bellas, sino que las vivifica, pues ellas procrearon “el himno ardiente/ que reúne/ a los pueblos”. El poema termina con una invocación a las letras y una declaración de amor de Neruda a Matilde: “Letras, / seguid cayendo/ como precisa lluvia/ en mi camino”.
En 1967 se publicó una obra sorprendente dentro del espectro de la producción poética de Neruda con 10.000 ejemplares. Se trataba de Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, catalogada como una obra dramática o como una cantata, pues fue musicalizada por el compositor Sergio Ortega. La obra tematiza al personaje de Murieta, un chileno, que habría llegado desde Valparaíso a California en los tiempos del auge del oro en aquel lugar, la denominada fiebre del oro. Murieta al parecer se convirtió en un legendario asaltante -una especie de Robin Hood- que además era un protestante y activista contra las injusticias laborales de quienes trabajaban en la búsqueda del preciado mineral. El texto nerudiano sobre el accionar de Murieta tiene resabios del teatro épico antiaristotélico de Bertold Brecht, a quien seguramente Neruda había leído. En esta obra dramática hay más de un rasgo del teatro brechtiano que, además, cumplía con los preceptos retóricos de una cosmovisión ideológica enmarcada en el realismo socialista. El libro tenía por subtítulo Bandido chileno injusticiado en California el 23 de julio de 1853 y la obra fue representada el mismo año de su publicación bajo la dirección de Pedro Orthus y la musicalización de Sergio Ortega, quien en los años posteriores se haría famoso por dos himnos relacionados con la Unidad Popular. En las palabras iniciales, Neruda escribe “Esta es una obra trágica, pero, también, en parte está escrita en broma. Quiere ser un melodrama, una ópera y una pantomima”.
En 1971 con motivo de que a Neruda se le otorgara el Premio Nobel de Literatura, la Editorial Quimantú, publica el libro Poemas inmortales, en una edición de 30.000 ejemplares, como un homenaje de la Patria a “uno de sus hijos más apasionados”. Se trataba de una antología realizada por el académico Jaime Concha, quien escribe también el prólogo. El libro reproduce en la portada las pétreas puertas de Macchu Picchu como invitando al lector a entrar en la poesía nerudiana. El nombre del autor y el título están escritos en letras color rojo haciendo alusión a los versos de Alturas de Macchu Picchu y que complementan el diseño gráfico de la portada: “Hablad por mis palabras y por mi sangre”, como también el color que identifica al Partido Comunista del que el poeta era militante. En la contraportada, el libro nos muestra una imagen de la cabeza de Neruda y su perfil con los ojos entrecerrados y en actitud meditabunda, en una fotografía diría que coetánea al momento histórico de la producción del texto. La imagen y las palabras de presentación de libro están puestas sobre un fondo rojo. Luego se indica que la obra pertenece a la Colección Quimantú para todos. Los poemas seleccionados están agrupados en diversas secciones sin indicación de los poemarios de que fueron extraídos dando una muestra selecta de la creación nerudiana destinada a ser leída por una gran cantidad de lectores de acuerdo con el proyecto editorial y cultural de Quimantú. En la presentación Jaime Concha escribía refiriéndose a Neruda que “desde 1954 adelante, este hombre es, en una misma persona, poeta y militante a la vez, y vive realizando las tareas más concretas, que fundan justamente su valor en su alcance preciso y contingente, mientras escribe poemas inmortales”.
En febrero de 1973 circuló en una edición de 60.000 ejemplares y editado por Quimantú el poemario Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. El libro en sí como objeto es un texto que en su portada pone en evidencia que se trata de una obra de batalla. La portada contiene sólo el nombre del autor y el título en una combinación de sólo tres colores sobre un fondo blanco. El nombre de Neruda está escrito en letras color verde que era el color distintivo de la escritura nerudiana. En la contraportada de color morado, se reproduce parte del prólogo de Neruda que él llama Explicación perentoria, escrito en enero de 1973 en Isla Negra. Este poemario como lo ha sostenido la crítica nos es más que un libro de batalla “que hace inútil e inadecuado el intento de comprenderlo solamente desde los criterios estéticos”. Efectivamente, los cuarenta y cuatro poemas no son más que la muestra palpable de cómo el poeta se pone al servicio de la causa política, alcanzando, a veces, el discurso poético un tonalidad panfletaria y propagandística. Neruda era fiel al dogma del realismo socialista de que “el arte es arma de clases”. Esta obra publicada a pocos meses del golpe militar del 1973 no fue más que su contribución en defensa de su patria, asediada por la oligarquía chilena y el gobierno norteamericano de ese entonces. Sin embargo, la crítica ha destacado el contrapunto final que se establece entre el habla poética de Ercilla en la estrofa de La Araucana que comienza con el verso Chile, fértil provincia señalada…, y la voz poética de Neruda, construyéndose entonces un parangón entre las luchas de Arauco en contra del imperialismo hispánico en los tiempos de la conquista, y las nuevas batallas del pueblo chileno en ese momento histórico de la enunciación poética que presagiaban el fin de la revolución que el poeta intuyó.
Durísimo cuento. Atento a las obras de este autor valdiviano.