Por Omar López, Puente Alto, 29 de diciembre 2022

De repente… uno se acuerda de los amigos: surge en aquellos momentos donde la preciosa ociosidad nos otorga la posibilidad de ser una burbuja de errático vuelo que acuarela el aire sin pretensión alguna. Y se comienza a elaborar un “inventario” de amistades ya lejanas o decididamente, evaporadas por el sol implacable llamado tiempo o años acumulados de ausencias, circunstancias o distancias.

Y todos y cada uno de ellos, en ciertos momentos fueron personas que estuvieron ahí para darnos una mano, un apoyo o para compartir juegos, aventuras, paseos, militancia o trabajos. Y también, nosotros fuimos escucha, respuestas, abrazo para alguien que estaba afligido o desorientado frente a un determinado problema. Luego, tal como dice una canción… “los caminos de la vida / no son los que yo esperaba” y se impone casi sin darnos cuenta, un estilo de ser y estar, alejado de toda comunicación presencial y afectiva. Los compañeros de curso en nuestra enseñanza media fueron, precisamente por ser “media”, arquetipos de una incógnita interesante que idealizamos en función de una sociedad distinta y donde nuestro protagonismo iba a ser, de todas maneras, decisivo para que las cosas anduvieran bien o, por lo menos, con un sentido de mayor justicia social. Luego, en el ámbito ya profesional o en las contingencias laborales, agregamos más amigos al calor de las exigencias del momento y en la adaptación a un rol productivo mercantil que nos permitía fundar familia o asumir responsabilidades con nuestra descendencia.

Entonces, el país de los amigos está ahora invadido de una urgencia permanente: no queda espacio para la conversación bajo ningún parrón o en la orilla de un río de aguas musicales y transparentes. Es un país con desertificación anímica y pareciera que la utopía, si no muerta, está enferma de soledad o desamparo. Algo así como una avanzada de termitas nocturnas y eficaces ha comenzado a roer los sueños y el entusiasmo y nos atrincheramos (con toda la herencia de una publicidad grosera y alienante), en una “privacidad” metálica, pero inútil.

Pero la evocación inicial de estas líneas, va más bien por el lado sentimental. Aquellos amigos ya diluidos en el horizonte pétreo del pasado o incluso ya no habitantes de este mundo, se recuerdan con la nostalgia quizás idealizada de la memoria espejismo que suele recrear una vejez bien recibida y merecida. Esos niños, esos muchachos, las amigas y las muchachas que nos encantaron ayer y que hoy, habitan otras latitudes siguen o seguirán haciendo visitas en cualquier tarde soñolienta, así como ahora, de improviso y sin pedir permiso a nadie.