Por Lorena Pinto

Comentario de libro “Yo le doy mi nombre”, Viviana Ponce Escudero, Ediciones Altazor, 2021

“No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la viada desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada”. Su Johannes”. pág.146

La belleza, tal vez, menos visible de un vínculo es la palabra sutil, casi ingrávida que dice quiénes somos. Eso es lo que asalta después de haber leído esta obra “Yo le doy mi nombre”, escrita por Viviana Ponce Escudero, publicada el año 2021. Cuenta entre tanto y tanto imaginario momento, un encuentro entre un hombre y una mujer, ambos creando distintas brisas de existencia, y por qué las llamo brisas, porque no alcanzan a ser un viento desde cualquier punto cardinal.

Ella recuerda y presenta esta relación tan acostumbrada el día de hoy entre dos humanos a través de vías no tangibles, las redes acogedoras del anonimato, la ficción, la mentira con espacios también para la verdad no asumida, esa con olor y volumen… me refiero a la comunicación a distancia “… yo le doy mi nombre y usted mira lo que hay de mí en la red…”. De hecho, así lo refiere. Y habrá que ver si logran salir de esa esfera inalámbrica que no sufre corrientes de aire heladas, o el placer del viento que emana primavera polinizada.

Ella narra conversaciones, interpelaciones e interpretaciones y se basa para armar este leve movimiento de aire en su conocimiento de vocativos casi ya enterrados en nuestra memoria. Claro está, es una doctoranda humanista, es una narradora tan querible, tan parlante de tantas como ella, de hecho asemeja a su “interlocuaz” a un don Juan por las imágenes que él va recreando en sus diálogos, a veces extensos y otras tan breves como un -buenos días- con cierta maestría heredada del mundo masculino, que encierra el despojo muchas veces del reloj comprometido, del ser ni siquiera cierto en su nombre, y mucho menos cómplice de otra existencia que desea algo de él, de su verdad vívida de carne.

Algo reflejan estas palabras: “Para qué le voy a detallar lo que hago, le provocaría desilusión”. E intensificando en su actividad señala: “Me temo que eso la va a decepcionar …y no le cuadre, ni con su ética ni con la personalidad de este su humilde vasallo, al menos la que usted percibe desde mis epístolas”.

Y así se va armando la historia entre llamadas telefónicas, entre referencias de vida propia; separados; esbozados por sus propios caminos, quizá de gritos mudos, por mares de mensajes, juegos verbales que van creando una ilusión arraigada en la suave creencia de un algo, quizá que intenta existir entre dos, deseoso de cadencias, de sudores y sonrisas.

Tal vez hay más puertas para acercarse a ella y con esto, acercarse a la mujer que estudia; a la que enaltece el lenguaje; a la amiga; a la hija que llevamos todas. Y que no se precipita en las páginas de manera violenta, que va esculpiéndose lentamente, con un intelecto trabajado, en su propia danza de oxígeno en carencia: “Hola don. ¿Está por ahí?, le hablé un martes por la mañana desde la biblioteca. ¡Doña! Sí estoy, pero trabajando. Entonces le enviaba un audio con una nota cuando pueda”.

Los amigos tienen una incidencia relevante en la escritura de ese único nombre dado, claro, y no tardío. Ellos son los que esperan; los que invitan; los que anuncian lo que quieran en la gran ciudad, o lo ya cerrado, bajo esa atmósfera de tentadora autenticidad que a veces sentimos los humanos en un lugar común, con un cigarrillo o un trago que pareciera sublimarlo todo, hasta la más profunda sombra, porque en esta historia, sí hay sombras, que se quieren borrar, se quieren extirpar, o dejar, pero la verdad es que ellos son como nosotros, tan bien logrados en su imperfecta existencia.

La madre que en momentos desea tanto y hace lo que sus abuelas harían por ella, es de esos vientos que aparecen cálidos antes de la lluvia, esos que te desconciertan, porque pueden llegar a provocarte un halo de tibieza que no se olvida y que de alguna manera te recuerda que puede volver, cuando las gotas de lluvia te puedan mojar hasta adentro. Todo habla en ella de lo que es una historia anterior como todo lo que nos refleja desde antes. No necesita mucha presencia.

Se puede detener en el lenguaje de ambos interlocutores, los protagonistas, se puede ir aprendiendo de ellos, con estas recetas ancestrales que tienen un poder de calificación sostenido: ¡Don ¡Doña! Y por qué no decirlo, las palabras pueden intervenir en la propia imagen y más aún, las palabras tienen mucho más poder del que imaginamos, o del que ellos mismos imaginaban, de hecho, ella pinta un abanico de posibilidades con el que se puede estar o no de acuerdo si se quiere. Y en el caso de él es un creador, no sé si de mundos o de sí mismo en una ficción, que a veces, ni siquiera puede sostener.

El creer que se puede tener el control, siempre es una ilusión. Las palabras pudieron crear realidades entre estos dos seres, sí, hasta son los límites de cambios del ánimo; de expectativas, de desbordes de rabias, de hecho, declaradas y eso ya es sano. Sin embargo, cabe preguntarse si son solo fabricaciones leves y momentáneas. Tal vez en uno de ellos hay más certezas del poder de lo estático y el lector puede tomar la decisión de cuánto cambio real y de manera recíproca se fue construyendo, al fin y al cabo, los vínculos deben vibrar en la misma consonancia, pese a que se conformen verdaderas corrientes de aire entre ambos, porque eso permite entrar en la danza.

Se puede descubrir elementos de verdad ancestral y eso recuerda a cualquier lector lo verdadero que puede ser este encuentro de dos, las agonías y el peso de la evasión no necesariamente las hemos superado, entonces, que de vez en cuando se pueda tomar un libro de cómoda lectura, y edición amigable es una mirada al presente, que pareciera no estar reflejando la verdadera evolución del ser, teniendo tanto por expandirse en su naturaleza, no alcanza a crearse en su totalidad.

Se puede compartir una certeza, es una historia para ser leída y no acercarse raudamente al final, la razón se intuye, se refleja en el miedo que muchas veces no nos permite aceptar que un viento puede cambiar las circunstancias.

Y si volvemos a la entrada, a la analogía, es posible concluir si ellos crean una corriente de aire que se produce en sus vidas al cambiar las fuerzas o todo pareciera que fuera más suave en sus palabras, un soplo del mar hacia la tierra durante el día y de la tierra al mar durante la noche, pero que no cambia las circunstancias esenciales de lo existente. Tal vez la más hermosa señal es el intersticio, el pequeño bultito dejado ahí y esa carta, esa carta.

Agradezco en abundancia este placer desde las palabras, para tejer el puente a mí misma.