Por Josefina Muñoz Valenzuela
Estas ediciones se han agrupado bajo el nombre común de Joyas de literatura contemporánea china, realmente lo son, y nos llegan especialmente traducidas para lectores del mundo hispano. En el caso específico de la literatura, novelas a las que quienes no conocemos el idioma solo podemos acceder gracias a las traducciones, podemos leerlas con extraordinaria y asombrosa fluidez, como si hubieran sido escritas en castellano, sin presencia de nada que sea un “escollo lingüístico”.
Por eso, el primer sello a destacar es la delicadeza y precisión en la traducción, en este caso, a cargo de Javier Martín Ríos, dotado del talento y la rara perfección de escoger las palabras que, como lectores, percibimos como las mejores.
Luego, el traductor es también autor de la Introducción y de varias notas; en este caso, la Introducción aporta elementos fundamentales para adentrarse en “LA NARRATIVA CHINA DESDE EL FIN DE LA GRAN REVOLUCIÓN CULTURAL HASTA PRINCIPIOS DE LOS AÑOS NOVENTA”. Así, nos ayuda a entender este tránsito desde la literatura realista socialista, la reforma estructural del Estado, los diferentes gobernantes, desde Deng Xiaoping hasta ahora, consecuente con un gran cambio en lo social, cultural, económico y político.
El escritor y autor de esta novela-reportaje Liu Zhenyun (1958), estudió Filología china y, como otros de sus colegas de las últimas décadas del siglo XX y del actual, han tomado periodos de su propia historia para crear esta nueva literatura, difícil de relacionar con otras, pero absolutamente contemporánea en su mirada, sus interpretaciones, sus modos de decir.
En este caso, se retrocede a 1942-1943, año de una gran hambruna en Henan (tierra natal del escritor) provocada por la sequía y una plaga de langostas que destruyó los cultivos de arroz, alimento fundamental pero que, como siempre, no afectó por igual a todas las personas, parte de los descubrimientos del personaje principal. Murieron tres millones de personas y treinta millones fueron afectados de manera profunda. Es coincidente también con la invasión y dominación japonesa en zonas de China, Henan entre ellas. Es inevitable recordar las películas de los años cincuenta, provenientes de EE.UU. en las que los chinos eran los malos y su territorio había sido ocupado y atacado por los japoneses, apoyados por los norteamericanos y encabezados por Chiang Kai Shek, enemigo acérrimo de Mao Tse Tung, el líder comunista.
La mirada a la historia se hace desde otra perspectiva; se necesita hacerla porque ya no se cree en una versión única e indiscutible, sino en el valor de los relatos hechos por diferentes personas desde los contextos en que estaban. El personaje busca la verdad y para ello se apoya en las preguntas realizadas a familiares y conocidos, y en un reportaje del periodista estadounidense Theodore White y libro de este mismo, “En busca de la historia: una aventura personal”, relato de su viaje a Henan en 1943 con su colega Harrison Forman, del diario The Times. Lo percibe como escrito desde la objetividad, sin prejuicios, una respuesta a su deseo de saber, más allá de toda consigna.
El relato está construido desde testimonios orales, de múltiples voces que, al ser interrogadas, recuerdan y reviven lo que significó ese momento histórico para sí mismos y para sus familias, incluidos familiares del propio autor. El narrador se mueve como un periodista que busca versiones en personas que vivieron ese periodo directamente, o supieron después porque eran pequeños en ese momento, o se enteraron muchos años después. Se encuentra también con grandes sorpresas cuando una abuela le cuenta inocentemente que debió prostituirse, secreto familiar que desata amenazas ataques para el mismo narrador. La reunión de muchas versiones sobre un acontecimiento refuerza la convicción de que no hay verdades únicas.
El nombrado periodista White entre otros tema, resume lo que vio: animales alimentándose de incontables personas heridas y muertas, abandonadas en la huida por todos los caminos; personas alimentándose de otras, ya muertas o asesinadas; trueques y venta de personas, especialmente mujeres y niños.
El capítulo 7 y final es desolador; el autor recalca que su texto no se centra en las langostas. Describe las variadas formas en que lucharon contra las langostas del 43 y busca las razones de haber sobrevivido en ese momento histórico y ser ahora la segunda provincia más poblada de China. Sorprendentemente, afirma que sobrevivieron gracias a los japoneses, que habiendo cometido “crímenes monstruosos, mataron a la gente como a moscas, fluyó la sangre como ríos y no cabe duda de que son nuestros peores enemigos. Pero en la zona del desastre de Henan, desde el otoño de 1943 hasta la primavera de 1944, algunos de estos agresores asesinos salvaron la vida de no pocos paisanos de mi tierra natal. Nos dieron muchos víveres del ejército. Comimos los víveres del ejército japonés, lo que ayudó a mantener y fortalecer la vida. Que los japoneses dieran los víveres albergaba absolutamente una mala acción, porque no tenían un buen corazón y había una intención estratégica, una conspiración política para comprar al pueblo, ocupar nuestras tierras, conquistar nuestros ríos y montañas, violar a nuestras mujeres, pero a pesar de todo salvaron nuestra vida. (…) Las autoridades [chinas] se desatendieron de su responsabilidad hacia nosotros. Bajo estas circunstancias, para sobrevivir, quienquiera que me amamantara se convertía en mi madre, y por eso nos comimos los cereales de Japón, vendimos al país, y fuimos unos traidores”. (p. 109)
Hay que leer con mucha atención este capítulo final, porque muestra de manera descarnada aspectos centrales de la vida humana que la historia recubre para contarla ocultando los aspectos más miserables. Que tampoco es la historia, que no puede contarse a sí misma; que tampoco la cuentan los pueblos como hemos querido creer: simplemente la cuentan quienes están en el poder en ese momento y de la manera más conveniente a sus propios fines.
Ahí reside el gran valor de este libro, necesario de leer (y releer) y tener en la mente en cualquier etapa de la vida. Saber que cada uno de nosotros, desde el lugar en que nos tocó nacer y vivir y trabajar y pensar, sin estar en los círculos de poder propiamente tales, podemos agregar nuestras miradas y palabras e interpretaciones para estar presentes y actuantes en una historia que nos reconozca como parte de ella y, por tanto, nunca podrá ser una sola y para siempre.
Un comentario de Toño Freire: “En 1972 el Festival de Viña casi no se realiza por falta de dinero y…