Por Josefina Muñoz Valenzuela
Al leer este libro del profesor y dirigente Jorge Pavez Urrutia, recuerdo la inolvidable colección de Quimantú “Nosotros los chilenos”, dedicada a recoger el quehacer de chilenos en distintos ámbitos y, lo más importante, con su voz y sus palabras. Es decir, un archivo de memoria histórica que reivindica la capacidad de cada ser humano de hablar de sí mismo, de su trabajo, actividades, inquietudes, pensamientos, ideas, afectos, más allá de su quehacer y de su educación formal. Su relectura sigue emocionando, porque descubre la ausencia de la palabra humana de ciudadanas y ciudadanos que dan vida, construyen y crean en espacios “invisibilizados” en términos de su rol en el desarrollo de toda sociedad. A ello se suma el menosprecio por los conocimientos adquiridos desde la práctica, una de las mejores maestras y que, de paso, construye también sus propias teorías, siempre enraizadas en los contextos.
Sin duda, la memoria histórica es una oportunidad para conocernos mejor, para saber qué hicimos, qué dejamos de hacer, para recordar y recuperar esos momentos en que sentimos que “éramos otros” y deseamos serlo nuevamente. A través de las páginas de este libro hay dos ideas estructurantes de una concepción de país: se reconoce y extraña la presencia y palabras de los trabajadores y del mundo social, y de las organizaciones sociales en la construcción de la política. Sin duda, es un tema de gran centralidad al momento de imaginar cómo debería ser un país que de verdad incorpore a todos, una sociedad en la que reconozcamos que la gran mayoría somos trabajadores, contratados a cambio de un salario, dedicados a labores más o menos específicas, pero cada una de ellas necesaria.
Jorge Pavez Urrutia (1945) es profesor de castellano, estudió en el antiguo y recordado Instituto Pedagógico, destacado dirigente social, presidente del Colegio de Profesores entre 1995 y 2007, exmilitante comunista, uno de los fundadores de Fuerza Social y Democrática, con larga trayectoria gremial y política (AGECH, Asamblea de la Civilidad) y que por varias décadas ha orientado su quehacer y su lucha a señalar con fuerza y claridad la necesidad de cambiar el modelo neoliberal que instaló la dictadura, apoyada centralmente por la Constitución del 81 y la Doctrina de Seguridad Nacional.
Enfatizó también la necesaria unidad entre distintos sectores que coincidían en ser opositores a la dictadura, aunque con legítimas diferencias, pero privilegiando la urgencia de contar con espacios de encuentro participativos donde se fuera afianzando una estructura consensuada y democrática.
Las páginas de este libro concentran 50 años de deambular por esas décadas en los ámbitos profesionales, políticos, gremiales, familiares. Siendo un libro intensamente testimonial, es también un participante y líder que no pierde de vista la sociedad de ese medio siglo caracterizado por hechos históricos de profunda complejidad: elección democrática de Salvador Allende Gossens como presidente de un conglomerado de izquierda en 1970 y golpe de Estado y dictadura cívico militar en septiembre de 1973.
El libro está dividido en 4 partes: 1) La vida en cámara rápida, 12 capítulos; 2) Contra el olvido, 12 capítulos; 3) El pasado circular, 6 capítulos; 4) La raíz del problema, 6 capítulos. Cierra con “Epílogo en tres tiempos” y algunas fotografías desde el 86 en adelante. El título es muy significativo, en tanto nos hace preguntarnos si en realidad alguna vez fuimos otros, si el país fue otro, pero también nos muestra que sí fuimos otros y, quizás, podríamos volver a serlo… Relata desde lo propiamente humano, observa, analiza, describe, con una mirada crítica, la misma que lo llevó a dejar el Partido Comunista cuando vio que sus diferencias con la conducción política del mismo eran insalvables. Por otro lado, declara con fuerza su admiración y respeto por la figura de Allende, que se mantiene siempre viva y no duda en declararse un ‘profundo allendista’.
La lectura interesa desde la primera a la última página, ya que esta aguda mirada va desde lo político, los cambios de nuestra sociedad y la aceptación del modelo neoliberal, la educación sometida a un modelo mercantil, políticos y dirigentes que desempeñaron diversos roles en esas décadas y sus giros progresivos a avalar el modelo implementado por la dictadura. Desde el prólogo señala aspectos centrales de sus percepciones y de aquellos temas que inquietan a muchos, pero que no se abordan en las instancias públicas de discusión y parecieran no ser de interés de los actores educativos o los propios gremios. “Cuando salí de la órbita pública, por alguna extraña conjunción de astros asumí la dirección de un establecimiento educacional, arquetipo perfecto del actual liceo público: atendía a la población escolar más pobre de nuestro país. En Chile los pobres estudian con los pobres debido a la odiosa segregación social del sistema educativo”.
Sin duda, su visión de la educación que tenemos y de los procesos que fueron consolidándola, son muy críticos en términos de quienes colaboraron a esto: no solo la derecha sino también la Concertación y la Nueva Mayoría; también el gremio, al que critica por levantar solo demandas económicas, sin defender pensamientos pedagógicos, profesionales, respecto a la educación necesaria para el país y sus habitantes. Destaca un punto central en educación, el cambio de la ley de educación (LOCE), promulgada el 10 de marzo de 1990 -último día de dictadura militar- a la que nos rige actualmente (LGE), promulgada en agosto de 2009 por la presidenta M. Bachelet, celebrada por un amplio espectro político que no puso reparos al sistema mercantilizado que caracteriza nuestra educación hasta hoy.
Recuerda que en 2001 las críticas del PC se profundizaron por su activa participación en la creación del movimiento Fuerza Social y Democrática (creado por dirigentes y militantes comunistas) y la visión del país deseado, plasmada en el documento “El Chile que queremos”, que enfatizaba que el sistema imperante no permitía avanzar en las necesarias transformaciones para tener una sociedad justa y solidaria. Llamaba de manera urgente a construir una “fuerza político-social de carácter nacional, democrática y solidaria, que definiese cuál era el Chile que queríamos y convirtiera sus conceptos en una alternativa al bipolarismo”.
Como dirigente del ámbito de la educación, activo participante también en la AGECH, es un tema que toca en profundidad, sin perder de vista la sociedad. Sin duda, educación es uno de los temas centrales de todo país, pero estas páginas van más allá, en tanto describen un tránsito desde la gran esperanza del gobierno de la Unidad Popular, hasta la dictadura y su huella indeleble, apoyada de manera fundamental por la Constitución del 80, que cambia una concepción de derechos humanos por la de “libertad para elegir”, solo que esa libertad implica pagar, generando una profunda desigualdad. De alguna manera, siendo lenguaje, genera también una visión de imágenes de la época, en la que quienes la vivimos desde diversos espacios vitales podemos reconocernos y completar nuestras propias imágenes e interpretaciones del país anterior y el actual.
Quiero destacar algunas citas del libro que destacan la importancia de no olvidar acontecimientos, organizaciones, movimientos, personas que, a través del tiempo y en épocas muy difíciles, fueron quienes abrieron posibilidades de cambios necesarios que no deben desaparecer de nuestra memoria histórica.
“Es necesario que las nuevas generaciones de profesores sepan de la AGECH, ese gigantesco esfuerzo tan injustamente olvidado. También es importante rescatar del olvido a la Asamblea de la Civilidad, traicionada por quienes después se apoderaron de todo” (p. 14).
Aprovechando que la dictadura había legislado para acabar con los colegios profesionales y transformarlos en asociaciones gremiales, “el 10 de diciembre de 1981 se ratificó en el Diario Oficial la creación de la Asociación Gremial de Educadores de Chile, AGECH”, y Jorge Pavez asumió la presidencia, iniciando un trabajo a través de todo el país, que describe así: “En la AGECH recorríamos el país como apóstoles, predicando la necesidad de organizarse”. A fines de marzo de 1985 fueron detenidos varios profesores desde la sede de la AGECH, colegios y otros lugares; entre ellos, Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino, todos militantes del PC, quienes fueron secuestrados, torturados y asesinados por agentes de la DICOMCAR, y encontrados el 30 de marzo tirados en un camino al aeropuerto Pudahuel, lo que conocimos con horror como ‘el caso degollados’.
El capítulo VI, La Asamblea de la Civilidad: un sueño que no fue, recuerda el fallido atentado contra Pinochet en el Cajón del Maipo y los posteriores asesinatos de comunistas y miristas como José Carrasco, Abraham Muskablit, Gastón Vidaurrázaga, Felipe Rivera. Luego, la negación del PC de cualquier responsabilidad en el atentado, el descubrimiento de los arsenales de Carrizal Bajo, otras decisiones políticas de los diferentes partidos opositores a la dictadura, hasta la creación de la Concertación de Partidos por la Democracia. “Así y todo, los dirigentes de la Asamblea intentamos proseguir el camino de la movilización social” (…) pero “La Asamblea agonizaba y era imposible su resurrección. Muchos y variados hechos habían coincidido para que la alianza de mayor amplitud que se había construido para hacer política desde el mundo social feneciera definitivamente. Las cartas estaban echadas y cada cual jugó sus fichas en nuevos tableros y con nuevos compañeros” (p.166).
En el Epílogo II aborda el momento actual: “Los líderes universitarios de las movilizaciones del 2011, que dieron origen al Frente Amplio, generaron un cambio generacional en la política, pero a la vez son una continuación del orden elitista”. (…) “Sin la presencia de los trabajadores en el gobierno y con una CUT silente o tal vez muerta, pareciera que la izquierda -con la cual siempre se identificaron los trabajadores- está pasando por una crisis histórica. No se escucha palabra ni se conoce convocatoria alguna del mundo del trabajo, a pesar de ser la CUT la misma organización refundada en dictadura, que fue capaz de luchar a partir de un programa y líneas de acción emanadas de su discusión interna” (p.210).
Para terminar, regreso al inicio y cito la parte final del Prólogo: “Tengo aún esperanza de que recogeremos experiencias pasadas, no repetiremos errores y construiremos un Chile en que valga la pena nacer, sea bueno vivir y morir, si fuera necesario”.
Es un libro interesante y valioso de leer; permite revisar y entender mejor 50 años de nuestra historia a través del análisis crítico que recorre los hechos y su propio testimonio del camino seguido, que nos ayudan a revisitar un contexto que a veces no es fácil recrear, entender, interpretar. Leerlo es una invitación a continuar pensando el país y a nosotros mismos; pensar ese país que queremos (y necesitamos) para una vida mejor del conjunto de quienes vivimos en él.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…