Juan Cristóbal Villalobos
Colección vidas ajenas
Ediciones Universidad Diego Portales
Por Max Valdés Avilés
Juan Cristóbal Villalobos es periodista de la Universidad Diego Portales y ha investigado y luego escrito un notable libro sobre Helena Jacoby de Hoffmann, más conocida como Lola Hoffmann. ¿Cómo surge el interés por profundizar en la biografía de Hoffmann?; casi por azar, un día recibió un fajo de documentación de su madre, Estela Lorca, quien fue amiga de Lola Hoffmann, diciéndole que podría ser del interés de su hijo. Asimismo, Teresa Rojo transcribió todas las entrevistas y solo faltaba el impulso para entrar en el mundo de esta mujer quien vivió —antes de venir a Chile— en Letonia y fue una niña que presenció los ataques a Riga (su pueblo natal), la entrada de las tropas del káiser alemán en 1914 y las ambiciones ancestrales de los rusos. Atrás quedaba la prosperidad económica de los habitantes de Riga. En la memoria de ellos quedó muy grabada la Batalla de Navidad de 1916, cuando los fusileros letones vencieron al ejército alemán: un mes de luchas sangrientas y devastadoras. Sin duda, esto cautivó al autor quien dedica más de 200 páginas a narrar el periplo de Lola Hoffmann desde ese mundo entreguerras y lo que ocurrió posteriormente en Chile.
Una biografía requiere fascinación por parte del investigador, la búsqueda de datos, relacionar archivos, realizar constantes entrevistas y ser capaz de vincular todos esos elementos. Responder a la pregunta: ¿Qué quiere contar de su vida? ¿hasta dónde puede llegar, qué priorizar? Lo más complejo es hallar “la voz biográfica” y lo que se cuenta debe llegar a un punto central en donde el comienzo y el final deben obtener esa finalidad. Incluir voces corales para completar el paisaje de la vida de su investigada: “la mirada de los otros”; sin lugar a dudas el autor en esta biografía titulada Una aventura radical, el camino de Lola Hoffmann, lo consigue y con creces.
El autor nos relata que Hoffmann nació en el seno de una familia de origen judío, acomodada e intelectual, de habla alemana, que profesaba la religión luterana. El ambiente familiar acogedor e intelectual fue muy importante en su evolución personal e intelectual. “Mi infancia fue muy feliz. Muy cuidaba”, confesaba. Según el autor aquí puede estar el origen de su búsqueda de experiencias místicas y de certezas religiosas que la acompañaría hasta el final de su vida. En 1919 la familia Jacoby decidió partir a Friburgo (Alemania) después de los duros años de la Primera Guerra Mundial, de la Revolución Rusa y de la persecución que sufrió su padre. Es así como Lola se matricula en la Facultad de Medicina de Friburgo y permanece en ella luego de la partida de su familia a Riga. Su vida cambia bastante, se integra a un grupo de estudiantes bálticos que llamaron la “Cofradía Báltica” y que fue liderado por Constantin Stamani.
En sus trabajos de investigación conoció a un médico chileno, Franz Hoffmann, que realizaba un postgrado en Fisiología. Trabajaron juntos, se enamoraron y cuando Franz -en 1931- regresa a Chile, deciden hacerlo juntos.
Esta decisión tendrá consecuencias salvadoras para Lola y para su familia directa -padres y hermanos- que viajarán a Chile en 1934, escapando del destino de deportación y muerte en los campos de concentración nazis.
El primer año en Chile lo dedicó a aprender español y a empaparse de la cultura chilena, de su paisaje, conocer a su gente. Una vez segura con el idioma, comenzó a trabajar: primero, en el Instituto Bacteriológico, y en 1938, en el recién creado Instituto de Fisiología de la Universidad de Chile, como asistente ad honorem de su marido. Investigaban, publicaban y viajaban juntos. Permaneció en el Instituto de Fisiología desde 1938 hasta 1951.
Después de más 20 años de trabajo experimental en fisiología, a los 46 años de edad Lola sintió que su entusiasmo en el trabajo decaía y llegó la depresión. En esa época relata que tuvo un sueño al que le dio mucha importancia y que poco a poco iría facilitándole el darse cuenta de su vida y de sus necesidades. En el sueño se veía en el laboratorio, abriendo el esternón de un perro con una gran tenaza; una vez que lograba abrir el tórax puede observar el rítmico latido del corazón y los pulmones que se inflan y desinflan. Inesperadamente, desde el interior del perro surgen los brazos de una mujer que se mueven con desesperación; luego, una cabeza, y ve el rostro ensangrentado de la secretaria de su marido, Margarita Engel. En su sueño ella sólo podía pensar que había matado a Margarita, a quien quería tanto y que se había convertido en una asesina. Decidió no matar nunca más a un animal.
Cuando la depresión llegó y ya nada le interesaba, su marido le propuso hacer un viaje por Europa y ella, sin mucho entusiasmo, aceptó. Mientras esperaba la salida del barco en Buenos Aires, se fijó en un libro La psicología de C. G. Jung, de Jolande Jacobi. Evocó aquellas incomprensibles charlas a las que había asistido en Berlín y le llamó la atención la coincidencia del apellido de la autora con el suyo de soltera. Compró el libro para leerlo en la travesía. Y aquella lectura -confiesa- le dio algunas pistas de lo que le estaba sucediendo.
Sin duda y tal como señala el autor, Lola Hoffmann fue una adelantada a su época. En aquellos tiempos era extraño hacer una crítica del patriarcado. Ella afirmaba que el hombre es el enemigo de la mujer y que convierte a éstas en prostitutas o madres. Fue símbolo de la cultura alternativa de la época. Una terapeuta polémica que no creía en la institución del matrimonio. Una estudiante ferviente de los postulados de C.G. Jung, quizá su mayor aporte y aquel que deslumbraba a sus pacientes (entre ellos: el escritor José María Arguedas, el músico Juan Pablo Izquierdo, el poeta surrealista Ludwig Zeller y John Murra, entre otros) fue la interpretación de los sueños. La primera traducción del I Ching, el oráculo predictivo, la realizó ella. En su entorno cercano compartió con Claudio Naranjo, Francisco Varela, Humberto Maturana y Gastón Soublette. Además creó Iniciativas Planetarias para el Mundo que Elegimos con el fin de evitar un colapso ecológico o nuclear. Fue criticada por los sectores de oposición al régimen de Pinochet pues veían en ellos una falta de preocupación por la situación de dictadura que azotaba al país. Ellos se defendían diciendo que el cambio social y político no era duradero si no había un cambio interior en la persona.
Ella no sólo fue terapeuta hasta el año de su muerte, sino que es considerada por sus múltiples discípulos y pacientes como una gran maestra. Durante los últimos 14 años de su vida organizó varios grupos de estudio y experimentación: sueños, I Ching, símbolos.
Cuando contaba con unos 60 años comenzó a padecer glaucoma y, después de varias operaciones, finalmente fue necesario extirpar el ojo enfermo, pero comenzó el mismo proceso en el ojo sano, de manera que pronto estaba casi ciega.
Sus últimos cuatro años los pasó en Peñalolen en la parcela de su hija Adriana. Allí le construyeron una réplica de su casa y colocaron sus libros en los mismos estantes y espacios, sus fotos, sus esculturas tal como estaban en la casa anterior.
Unos cinco años antes de morir, en 1983, enfermó gravemente. No reconocía a nadie, deliraba, se peleaba con todos, convivía en otro tiempo con sus parientes rusos.
Ella cuenta que una noche se despertó con un profundo golpe en su cuerpo, a lo largo de toda la columna, se dobló en arco hacia atrás y sintió como una caricia gigante y amable la masajeaba. Se volvió a dormir. Sin embargo, volvió a experimentar un segundo golpe más fuerte que el primero. Sintió que el corazón se detenía y que volaba por encima del planeta. Luego se vio tendida en una cama y sintió una presencia a su lado de la que emana cada vez más amor. Se preguntó sobre esta presencia tan intensa, sobre si sería Dios o no. Ella muchas veces había cuestionado la existencia de Dios. Cuenta que de pronto se oyó preguntar «¿Me perdonas?», y desde su propio interior sale como si fuese un collar de perlas, todos los acontecimientos más importantes de su vida como enhebrados unos a otros. Ella se sintió feliz y comprendió el significado de esos acontecimientos y cómo habían ido cambiando su vida. Cuando esta experiencia terminó, ella se levantó como si no hubiese estado enferma gravemente y se sintió «renacida».
Los últimos meses de vida estaba muy débil, pero siguió atendiendo a sus pacientes hasta una semana antes de morir. Al levantarse, una noche, se cayó y se quebró la cadera. Días después, a los 84 años, murió. Su hijo Francisco recuerda que: “A mi mamá no le gustaba que la tocaran, y si lo hacía me rechazaba. Siempre mantenía la distancia física. Cuando la vi muerta tenía las manitas juntas en el centro del estómago. Me nació hacerle cariño, tocarla, pasarle la mano por frente. Como a los diez días de enterrada me puse a llorar como un loco porque me di cuenta de que solo muerta la pude tocar. Esa era doña Lola”. Para él y todos aquellos que vivenciaron su experiencia se volvería inolvidable, hasta convertirse en un legado que persiste y sobre el cual generó muchos discípulos.
El presente texto biográfico merece ser leído pues no solo representa la vida de una persona si no una generación muy particular que sigue latiendo y generando atractivo.
Felicitamos al autor pues este texto; junto a los anteriores, escritos por Malú Sierra y Delia Vergara servirán de base para la memoria de “doña Lola”.
Durísimo cuento. Atento a las obras de este autor valdiviano.