Alzheimer
De lo último que estuvo enterada fue que un día de noviembre había perdido la memoria; el pasado y el futuro dejaron de existir y comenzó a vivir una supervivencia extraña, distante, peligrosa.
Mi madre está hoy encerrada en una o dos palabras que la detienen, le cierran el mundo, clausuran su viaje dentro de casa.
- Palabras cerrojo.
- Palabras sótano.
- Palabras oscuridad.
Nos produjo gran desconcierto cuando desconoció a mis hijos (sus propios nietos).
Se sentaba frente al balcón que daba hacia los parronales durante horas.
Cuando le llevé el desayuno preguntó por qué una desconocida entraba a su habitación.
Me mandó que fuese a buscar a su hija y su marido a quiénes creía la habían arrojado a ese horroroso asilo de desmemoriados.
La miré a los ojos. No tenían fondo. No sólo la tristeza y la soledad la habitaban sino también el pánico de olvidar para qué servían los objetos sobre la bandeja del té
-¿Usted quién es? –me dijo enfadada y empuñando su mano.
No supe qué decir.
-¡Llévele esta carta a mi hija! – me ordenó, entregándome un sobre vacío.
Juicio Final
Fue justamente un Viernes Santo cuando nos visitó Jesús. Aguardaba en el primer piso. Hacia frío y yo iba – en duermevela – a buscar frazadas para cubrirme cuando mi abuelo me detuvo en el corredor
-¡Jesús está aquí. Habla con él! – me rogó – ¡Dile que todavía me quedan tres cosas por hacer y enseguida me iré adonde él diga. Inmediatamente corrió a encerrarse a su cuarto.
La casa donde vivíamos era un verdadero potrero y es muy probable que el buen hombre hubiese entrado por cualquiera de las muchas puertas que rodeaban la propiedad del abuelo.
No tenía más alternativa que dar la cara.
Crucé el corredor y sin prender las luces sentí su presencia.
Me acerqué. Asomé la cabeza.
Jesús leía una Mecánica Popular que el abuelo había abandonado sobre la mesa.
-¡No sacas nada con ocultarte… te he visto! – me señaló sin dar vuelta la nuca
Parece que eso de que él estaba en todas partes y sabía de nuestros pensamientos era cierto.
-¡Ven aquí! – dijo con voz grave y dura.
Me acerqué yendo como al patíbulo.
Jesús era chico, guatón y llevaba puesta una casaca de cuero negra. Tenía varios días sin afeitarse.
-¡Le llegó la hora. Dile que venimos a buscarlo!.
Me devolví rápidamente escaleras arriba a decirle que el famoso Jesús no era como lo pintan sino una especie de narco o delincuente común venido a menos.
La sorpresa fue tremenda: el abuelo había huido por la ventana dejándome una nota:
“ Querido nieto, perdona abandonarte pero con ese desgraciado de Jesús no se juega”
Resignado bajé ante Jesús. Se le habían unido tres más que le protegían las espaldas.
-¿Y éstos quienes son? – pregunté
Se hizo a un lado y los nombró indicándoles con el arma: Mateo, Juan y Lucas
Después subieron al cuarto del abuelo y lo registraron todo.
Los espíritus de mi infancia
En mi niñez temía hallar engendros bajo la cama, por eso no me atrevía a bajar en las noches por pánico a que alguien me tomara de las piernas y me arrastrara a un infierno monstruoso o una dimensión siniestra.
Hasta el día de hoy no me atrevo a descender por las noches.
Mi mujer no entiende cómo el trauma persiste.
Por eso es ella quien baja y regresa con un arsenal de aventuras que escucho atentamente
L a P u e r t a
Daniel vive dentro de una terrible pesadilla. No consigue escapar de ella. La puerta de su habitación está cerrada. Todo el cuarto gira repetidas veces y Él está angustiado y con la cabeza abombada.
Mira hacia la puerta.
Continua cerrada.
Sabe que el intruso escarba dentro de su cerebro, que no es real sino imaginario. Pero su razonamiento no es suficiente para vencerlo.
Después de muchas horas alguien abre la puerta.
Daniel ha desaparecido.
Fue atrapado por el asesino que, en plena madrugada y a desparpajo, había alojado horas antes en su inconsciente.
Ni un rumor en la oscuridad
Acurrucaron al niño en su cuna. Se durmió rodeado de peluches y sapitos saltarines.
Durante la noche oyeron pasos extraños entrando a la gran casa.
Estos caminaron al cuarto del bebé.
El padre y la madre atemorizados y víctimas de un pánico indecible, no hicieron nada. Transcurrieron siete minutos. Luego escucharon la puerta que daba a la salida posterior. Creyeron sentir cómo el viento se colaba sorpresivamente y levantaba los objetos livianos.
Finalmente regresó la calma.
Al amanecer su hijo no estaba en la cuna ni en el patio posterior ni en ninguna parte.
En esos tiempos oscuros no tan sólo retiraban el alma sino también el cuerpo de los afligidos.
El empleado del mes
González era un actuario de lujo. Hasta que se murió en la oscuridad y vacío de una oficina recargada de trabajo. Fuimos a su velorio a casa de su madre en la vieja calle Catedral.
González fue un solterón empedernido, sin ambiciones ni deseos. Hizo bien en morirse.
A nadie servía ya con sus setenta años acarreando carpetas y legajos que no agilizaban las causas en tribunales.
El pobre no dejó de faltar ningún día a la contaduría, lloviera, tronara, etc. Siempre estaba allí a los pies del amo. Corría a la Corte todo el día. Él no sabría que Don Juan Edmundo Concha no fue a su funeral y tampoco le mando flores a su madre. Su muerte pasó inadvertida para él, fue el resultado de una vida insignificante en estas cuatro paredes. Así es la jornada laboral de los abogados. No tienen tiempo de dedicarse a otra cosa más que a sus propios expedientes y a la recaudación de dinero.
Yo se lo advertí muchas veces pero él no me escuchó.
-González, no te quemes las pestañas trabajando tanto que no ganas nada
-González ¿tan vacía es tu vida? ¿ tienes que trabajar todos los fines de semana?
-González, Don Edmundo no hará nada por gestionar la pensión de vejez de tu madre
-González, ve al doctor que ese grano en tu nariz puede terminar en un cáncer
Sin embargo, me he dado tiempo en escribir esta tarjeta de despedida para ese pobre infeliz.
Satán
Cuando Dios abandonó la aldea desde donde había construido el universo y los animales que lo poblaríamos;
Cuando hubo separado la luz de las tinieblas, diferenciado el bien y el mal y otorgado la libertad a los primeros hombres;
Yo
ya estaba allí esperándole para verle morir.
Seguiré en esta misma posición los siglos que sea necesario hasta que se borre de la mente humana la existencia de este desdichado que lo pretende todo por ser
Max Valdés Avilés
Novelista, cuentista, editor, antólogo. Es Magister en Edición de la Universidad Diego Portales y Máster en Edición de la U. Pompeau Fabra de Barcelona. Con postgrado en estudios de Arte mención Escultura de la Universidad Católica de Chile y Diplomado en Diseño de Estrategias Metodológicas y Evaluativas basada en Currículo por Competencias. Ha publicado los volúmenes de cuentos: Mimí agoniza en la buhardilla de los bohemios; Ni un rumor en la oscuridad y las novelas: Una mañana de más; El ciervo herido; Manuscrito sobre la oscuridad; El ladrón de cerezas. Publicado en antologías y muestras literarias en Chile, España, México, Argentina, Francia, Croacia, Perú, Bolivia y Alemania. Finalista del Premio Municipal de Literatura en 2015 en literatura juvenil con el libro de relatos: La sombra que arrastra el cochero. Primer Premio Pedro de Oña en novela corta. Primer Premio novela Juegos Literarios Gabriela Mistral 2000. Mención honrosa genero cuento Juegos Florales 1998. Finalista 2021 Juan Bosch de la Universidad Austral de Chile. Dos menciones honrosas concurso de cuentos Manuel Rojas de la Fundación Bescow y editorial Mosquito Comunicaciones. Premio y medalla de honor concurso Yasunari Kabawata del Instituto chileno-japonés por el relato Concierto en Hiroshima, entre otros. En el 2018 publicó la novela negra: Fragmentos de un crimen, dos veces merecedora de la beca de creación otorgada por el Ministerio de las Culturas y seleccionada por este para su publicación. En el 2020 publicó la biografía novelada: El verdugo de Satanás y en 2021 la novela distópica El sonar del murciélago. En preparación se halla la novela teatral La violencia de las horas.
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Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.