por Aníbal Ricci
Lonely world inunda el aire. Winston acaba de terminar el corte de pelo y debo reconocer su destreza con la tijera. Ni tan corto ni tan largo y la pelada pasa piola. Me dice que la música proviene de un mix de blues para relajarse. La voz de Freischlader es atmosférica y los acordes de guitarra sublimes. No está mal para una barbería de Ñuñoa. Cuatro sillones hacen innecesario pedir hora, la chica de la recepción da cuenta de los valores. Es bastante costoso, pero mi mente ha sido sacudida por pensamientos alocados. Llevo una semana con flashes de prostitutas y transexuales. Representan el aquí y ahora para escapar de la angustia ante el futuro. Mi cerebro contiene su propia película porno y entre medio converso con Winston acerca de que he plasmado ideas muy complejas en mi último libro. Unos cuentos existenciales que permitirán que otros vean el caos al interior de mis neuronas. Despilfarrar unas lucas para rasurar la barba es mejor que gastar ese dinero en droga. Ya es tarde, creo que he sorteado un nuevo día sin inhalar ningún gramo.
Winston es venezolano y me habla de algunos de sus compatriotas que viven en su edificio del centro. Todas las noches suben la música a todo volumen y arrojan la basura a la calle desde el quinto piso. Gana bien en este local y el dueño le arrienda el sillón por hora más un porcentaje por cada cliente. Le respondo que me parece una mierda que todo sea dinero y comisiones, pero que le alcanza para el arriendo y mandar unos dólares a Caracas. Allá lo espera una mujer y su hijo, aunque planea traerlos a Chile dentro de unos meses. María Gabriela atiende un salón de belleza y quizás en este país podrían independizarse. El vecino del quinto apenas lo deja dormir y hay otros chilenos que lo quieren echar, pero al parecer tiene contactos en el bajo mundo. Le da rabia cómo los chilenos del edificio lo miran en las escaleras, está seguro que lo confunden, pero las explicaciones de extranjero darían lo mismo.
La máquina corta el exceso de barba. Me ofrece una cerveza y medio confundido se la acepto. Blues in my bottle, con Willisohn al piano, cantante alemán menos atmosférico, pero igualmente relajante. La música de Freischlader parecía sacada de una película de David Lynch, mientras lo de Willisohn mezcla saxo y piano y se parece un poco al Us and them de Pink Floyd. Recuerdo al chico trastornado de The Wall, esa idea de que el individuo debe confundirse en la masa al son de consignas fascistas o comunistas, para el caso, da lo mismo. Mis ideas son afiebradas, veo a las mujeres paseando por la calle y les tengo miedo, miedo de esas madres que inculcan ideas extrañas, que ahora son feministas, pero que en el pasado te protegían hicieras la barbaridad que hicieras, mientras le pegaban a tu hermana por no entender la lección del colegio. La nana, la madre, las profesoras contra una niña cursando sus primeros años. No se adapta al colegio, decían, mientras mis compañeros de media eran realmente unos salvajes. Mostrándole el pene a una compañera poco agraciada, pero eran hombres y podían hacer lo que quisieran, o desnudar a sus compañeras en el patio del colegio. La culpa sería de las chicas, qué heavy esta enseñanza donde sólo sobrevive el más apto, el más duro, o aquel que entiende todo en clase y hace la vista gorda. Maldita educación chilensis donde sólo sabes de memoria algunas cosas y tienes que arreglártelas con tus emociones. Estoy pasando por una psicosis de mierda y todo tiene connotación sexual. El porno eterno de mi cabeza que sólo puedo acallar un par de días con una fuerte dosis de droga.
Winston tiene una familia, algo que está vedado para un loco. Uno puede jugar a la cordura y elaborar algo similar al amor, pero a la vuelta de la esquina me encuentra la esquizofrenia y ya no puedo lidiar con la oficina. Esas secretarias de mierda que hablan a tus espaldas y me dan una licencia y los psiquiatras experimentan con nuevas dosis. Sertralina para hacer ver el mundo mejor, Quetiapina y Trazodona para dormir, debido a que el insomnio es el infierno en la tierra y cuando crees que tus ideas son cáusticas, espera a no dormir tres días y no quedará una gota de emoción en tus venas. Las emociones son útiles, si no son como esperas, al menos en las películas te enseñan su graduación. De un día para otro no quieres trabajar porque desconfías de tus compañeros de trabajo y empiezas a trabajar desde tu ordenador desde un café o de la casa, y luego ese idílico departamento que habitas con la mujer de tus sueños se convierte en una jaula. Son tantas las noches en que quedé atrapado en mi propio cuerpo, un ser con un rostro demoniaco sale desde el techo y no puedo moverme, solo girar la cabeza y ver a mi mujer durmiendo que no se entera de que convivo con los dementores de Harry Potter. Estos extraen las emociones que dan vida a un ser humano, pero ya venía cuesta abajo y este espectro no tiene nada que extraer de mi cerebro, sólo me infunde miedo, no tan diferente del miedo a la oficina, a mi jefe y de todas estas mujeres que pasan a mi lado. Mi señora era tan comprensiva, nos llevábamos bien en la cama y en las conversaciones de restoranes, aunque el problema siempre fueron los tiempos muertos. Subo el volumen de la radio, acelero y la música rock acelera el jazz urbano y me traslada a este blues nostálgico que transcurre a dos kilómetros por hora. Acelero y visualizo mi corazón a punto de detenerse. Estaciono en el sótano del edificio y subo al octavo piso. Toco el timbre y converso como si todo estuviera normal, pero escucho a los estacionadores de autos de Plaza Ñuñoa que me dedican insultos irracionales. Más tarde iremos a caminar con Magdalena y todas estas cosas demenciales, unos meses más tarde las acallaré con drogas huyendo por la Panamericana Sur.
Winston tiene esposa e hijo, no vive en un lugar muy groso y los dueños le cobran por minuto. Pero tiene una mujer que confía en él, no es el maldito lunático que ahora le conversa y que por estos días vive entre droga, porno, putas y travestis, en distinto orden o mezclado, pero definitivamente en un mundo donde el dinero le permite por lo menos vivir un presente, extraño, con emociones al límite, pero emociones a fin y al cabo.
If a had money, es la siguiente pieza de los Blues Delight. Vuelve la guitarra acompasada, estos blues son muy ambient, sólo un remedo del gran Muddy Waters. Pero estos blues relajan mientras Winston coloca espuma en mi rostro y comienza a rasurarme con navaja. El banco se llevó mi departamento y si tuviera dinero viviría en una casa, al interior de la cual pudiera sentirme a gusto con mis delirios. Dos veces la meditación oriental me ha salvado de la locura extrema, pero cada nuevo episodio es peor y voy por la vida coleccionando personalidades. Viví como monje algún tiempo, ya en la anterior crisis una mujer histérica me lanzó al vacío. Después de eso me enamoré de un transexual. Iba a su casa cerca de laguna Sausalito y lo pasaba genial. Yo con cocaína y ella con pasta base, cada uno con sus vicios. Pero era divertida y no siempre tenía que salir a ofrecer sexo en las calles. De nuevo me encuentro en caída libre y no puedo aquietar la mente, meditar o encontrar algo de paz. Me gustaría tener a alguien a mi lado, pero soportarme diez años fue un calvario para mi mujer. Si mi vida fuera escribir, conversar con ella, hacerle el amor y caminar tranquilo por las calles, eso bastaría, pero soy un paciente que necesita de contención en todo minuto. Estos tiempos muertos me están matando. Soy una carga demasiado pesada para una mujer y como dije, la hipoteca se llevó mi departamento. Quizá debí venderlo a tiempo, pero mi cabeza era un desastre y mis familiares le encontraron razón al banco. Uno necesita raciocinio las veinticuatro horas, no sirve que durante dos horas tu cabeza esté en Marte. Fui quedando solo y por miedo a un nuevo brote no consumí alcohol durante años, pero tampoco salí a ninguna parte y me dediqué a escribir en una pieza arrendada. Escribí de películas, de política, cuentos, una novela, pero de repente no pude seguir meditando y la mente se tornó agotadora. Mantener la compostura cuando vas cuesta abajo requiere pensar todo lo que haces para que la gente no se dé cuenta y te aparten como a un leproso. Pero ese esfuerzo es a nivel intelectual, mientras desaparecen las emociones humanas más básicas. Al final, unas tazas de café son lo único que te mantiene al otro lado de la cerca, hasta que un buen día ya no quieres más café.
Winston coloca unos paños calientes sobre mi rostro y el blues ha obrado como esas meditaciones que echo tanto de menos. Son los últimos retoques con la navaja, me enjuagan el pelo y salgo a la calle con una incontrolable pulsión por ir a la población Santa Julia. La droga me espera y no puedo escapar, ha suplido a la meditación y me permiten un aquí y ahora que deja atrás las atrocidades cometidas en cada nuevo brote de esquizofrenia.
Ahora son las cinco de la mañana y los pájaros horadan mi cabeza con esos cantos que impiden dormir. A veces pasa, hay días en que la mezcla de Trazodona y Quetiapina no me salva del insomnio. Las voces interiores volverán a aparecer y estos malditos pájaros me denostarán hasta transformarme en un animal en esta caverna de sombras.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.