Andrea Boggiano Abarca, bibliotecaria (Valparaíso 1976).

por Andrea Boggiano Abarca

Me resisto a creer, que todo está vacío, y muerto. Me resisto porque como todas, tengo sueños.

A veces siento ansias de salir de aquí, de este lugar lúgubre, parece no avanzar con el tiempo, ni la edificación, ni el espíritu de estos hospitales avanza, y yo me resisto a seguir aquí un día más, siempre las mismas luces que chocan blancas con la murallas, la misma gente, los médicos rehuyendo de la locura. Estoy aquí a la espera, de un encuentro que no llega, ha pasado tanto tiempo, seguro las cosas están más aterradoras que antes.

La rutina aquí, es siempre la misma, unos cigarros, la comida, las visitas, nos reímos todas de cualquier cosa, como para tener excusa de una felicidad, que no nos sacia, las rejas están dispuestas de una manera quizás más sensible que una cárcel, sentimos una cierta protección, seguridad, pero es imaginación, cuando llega el día del alta es tan significativo que casi aplaudimos, nos vamos de una en intervalos de tiempo.

Me resisto a vivir esto porque amo, porque vivo, en ese punto donde fue el último encuentro, encuentro que aún me culpa, encuentro que me llevo, me alejo de este mundo, mundo que, aunque no quiero, me da esperanza, pero me condena a vivir esta culpa, mala y triste. Me afano porque pasen los días, las horas y todo el tiempo, para que mi pena sucumba, al estar aquí la pena crece, mi ansiedad me traga, ya casi ninguna de las cosas rutinarias me entrega un ápice de alegría.

Sé que lo espero con un afán dolido, de que las cosas cambien, y que nuestro punto de encuentro culmine, y sea otro quizás para guardarlo. Miro a mi alrededor y muchas compartimos el sentimiento, fuimos despreciadas, pero existe un sueño, que las cosas cambien, yo le busco una forma, alguna coherencia y nada, está todo tan vacío.

Aunque me resisto a buscarlo, sé que lo encontraré, reviviremos lo no vivido, lo no sentido y también lo no permitido.

Pero claro que en lo no permitido, seguro moriré, moriré en pausa, como la mujer que fui, ingresada al patio de la locura, marginal y extrema. Como una obra de un ser anónimo.

Mantengo una esperanza absurda, absurda porque el punto de encuentro era mi muerte, muerte que no cambia, aún vive en ambos ese punto, maldito y teñido de oscuridad, que está en mí y en él, no se borró de la retina porque sostuvimos tanta locura, desamor y frialdad. Tropezamos con todo, todo era pena en los dos, risas atenuadas, risas desmesuradas.

Aún muerdo mis labios azulados, en este lugar donde todos los sueños duermen, y los ojos chocan con fulgores de luz electrificada, como si fuéramos todas a parar a un laberinto, sabemos que si salimos de esto iremos a pelear, con las soledades del mundo, nos juntaremos por ahí con alguna compañera, tan triste y dañada como una.
Ahora puedo decir que me resisto a vivir un instante en ese punto de encuentro de desamor.