por Sancho Recabarren V,
julio – octubre 2020

Ayer, el candente sol del verano,
en ardiente otoño prolongose.
Su dorado en hojas convirtiose
de árbol citadino, asolado.
Atrapado el calor demoníaco,
como miedoso o hipocondríaco
por baños de alcohol gel capturado.

Sofocante estío que perdura,
cautivo ayer en sol de abril…
En poblados, calles toda anchura,
multiplicado por diez, cien o mil,
como si fuera un brote viral
en incauta y manejada ciudad,
de señor mezquino, sediento… vil.

Fértil siembra de oscura semilla,
cultivaron mentes de mascarilla.
Ayer el sol, certero, alumbraba…
Mil hojas por viento desperdigadas:
sembrado miedo de mayor pobreza,
igual que miedo a perder riqueza,
a sombras codiciosas infectaba.

Próximo como dictada sentencia:
viene el frío… el calor se aleja
de cruentas caras de moneda vieja.
Ayer el sol de mayo dio clemencia.
Dejó la castigada arboleda.
Igual que la ciudad que se entrega
mísera, a tejer sobrevivencia.

Ya el otoño oculto quedaba.
Por el enlutecido firmamento.
Por huérfanos hijos, sordo lamento.
Fría lluvia que vidas lamentaba…
Ayer sin sol, generosa ofrenda:
llanto del cielo por perdida prenda…
cual avaro, su moneda lloraba.

La ciudad lloró dignidad, cordura,
clamó flores y fin de la negrura.
Entre llanto frío y arrebol,
un mensaje dio San Juan fulguroso,
dando aire de respiro piadoso:
“Voy de vuelta ―dijo ayer el sol―,
como primavera: renovador”.

Un nuevo ciclo vino a nacer:
Árbol desnudado ya recargándose,
humana resistencia ya gestándose,
trenzando los hilos para tejer.
Para superar tan loca pandemia
y siembra avara de la endemia…
Todo eso trajo, el sol ayer.