por Omar López, poeta y gato

La amistad, contrario a la idea que se tiene, no es una relación fácil y momentánea. Menos si tiene borrosas señales utilitarias o acomodaticias. La amistad, la verdadera y educada al calor de años e instantes a veces dramáticos o en circunstancias señeras en la vida de cada uno, es precisamente una escuela compleja, misteriosa, exigente en su constancia y cuidado. Como alguien dijo por ahí, los buenos amigos son hermanos elegidos y muchas veces depositarios de secretos y confianzas como única vía de escape para nuestra conciencia. El prosaico refrán “tener buenos amigos es mejor que tener plata” me consta que es absolutamente cierto. La amistad, como toda acción de creatividad humana genuina, sin dobleces o disfraces nos insta a ser mejores, a compartir incluso la soledad de un hoy negado de optimismo.

El mundo actual tiene en este momento una máscara inquietante, y una grieta de preguntas necesarias e incómodas, que parecen escritas en el cielo. Y no existen dioses ni fantasmas, ni invasores extraterrestres o un diluvio universal que invocar para nacer de nuevo. En estas condiciones, el diálogo, la conversación, la carta, el mensaje constituyen un parque de juegos mentales interesante. La cercanía física está impedida por razones de fuerza instintiva, una cautela que impuesta o no, es la conducta recomendada y tal vez, la más obvia para combatir el virus. Entonces, la amistad puede convertirse en viento o el aire más liviano y transparente transmitir el cariño del recuerdo, con la misma belleza de un gato que lame su pelaje o el mismo ritual de un pájaro trinando en el amanecer interno. La casualidad de haber encontrado a un otro simpático, cálido en la recepción y generoso de su tiempo es en buenas cuentas, una buena suerte o una eventual amenaza a la sombra de nuestro egoísmo, si ese otro, sin pedirlo, requiere ayuda. Es decir, la amistad queridos amiguitos, es un gran compromiso ético y moral. Necesita ser tallado con paciencia y lentitud de otoño; busca enraizarse en el gesto anual de un saludo de cumpleaños, por ejemplo, o estar ahí para convertirse en refugio humano.

Es otra instancia de reflexión el valor de la amistad, incluso aquella nacida entre una persona y su perro, su gato, su caballo o su cabra… o su piano, su guitarra, su jardín, sus libros…, es decir, este valor está en nosotros para cultivarla y comprenderla. Saber cómo establezco una relación de afecto con la ternura por medio; con la curiosidad que establecen las diferencias y por los caminos que en el instante compartimos van construyendo algo así como un museo de nuestra personal historia natural. Fuimos fundadores de algo y luego, baúl de otro algo, repleto de abrazos y fotografías.

Sea usted amigo de la vida y la naturaleza. Ella silenciosa y anónima estará agradecida.