por Rodrigo Barra Villalón

—¡Despierta!, huevón, despierta. Me agita el hombro un policía, lo reconozco por el arma.

Cansado, me quedé dormido con dolor en la espalda. Palear caliche todo día no es fácil. ¿Pero?, ¿Dónde estoy? Tengo hambre y el aire está pesado. Un olor como a cebolla concentrada me hace pican los ojos. Se están manifestando los compañeros, los escucho, conozco ese ruido acompasado. Pero tengo que comer algo.

Me meto la mano al bolsillo y saco unas fichas. Entro a una pulpería de barrio. Le pregunto si tiene harina tostada.

—Queda algo. A $500.- el medio kilo.

Pienso que me da el precio equivocado, le pago.

—¡Esta ficha vale mucho!, soy coleccionista ¿Sabe?

Me pasa un billete raro, pero dice Banco Central de Chile y aparece Arturo Prat así que supongo es válido. Le pido un vaso, agua y me hago un ulpo. El tendero me mira con desconfianza.

Al terminar le devuelvo la cuchara.

Camino por una avenida con el suelo gris muy plano y los que van a la marcha me dicen que quieren que el presidente renuncie. Les pregunto si no les dan miedo los militares.

—Ya no — me contestan.

Son cabritos que se visten raro. Yo les cuento que estaban disparando contra los trabajadores y dejaban los cadáveres en una fosa común, en el desierto, tirados.

No me creen y siguen conversando. ¿Y esas escaleras? —les pregunto— ¿Dónde bajan?

—Es el Metro, parece que usted fuera un recién llegado.

Me explican que es el acceso a las estaciones y están cerradas porque han estado protestando con evasión (putas la palabra rebuscada) y que se paga con una tarjeta donde te van descontando la plata que en el mes ganaste. Eso yo lo conozco —les digo—, es la misma cosa que la ficha con que ando.

Me meto la mano al bolsillo para mostrárselas, pero me doy cuenta que se la quedó el almacenero y solo me encontré ese billete azul extraño… me miraron con cara de loco.

¡No les miento! —les dije— allá uno no ve nunca plata, trabaja y se rompe el lomo todo el mes para que le descuenten víveres y enceres de la mesada. No ve que el dueño de la Salitrera también lo es del almacén y de las casas. No quieren que nuestros hijos estudien porque así tendrán trabajadores para perpetuarlo. Y los curas trabajan para ellos, porque después de hacer la misa se van a comer a sus casas.

Los nuevos amigos salen arrancando cuando vemos un tremendo camión que viene tirando agua, yo no alcanzo y me botan con el chorro. Me agarran y me meten adentro de esa máquina. Me patean hasta que pierdo el conocimiento.

—¡Despierta!, huevón, despierta. Me agita el hombro un policía, lo reconozco por el arma.

Te “vay” a ir caminando a la fosa común y nos “vay” a ahorrar el cargarte.

Me meto la mano al bolsillo, el Arturo Prat de la imagen me pregunta si valió la pena lanzarse al abordaje…