Por Josefina Muñoz Valenzuela

Discurso leído por Josefina Muñoz en la Ceremonia de entrega de la Distinción Letras de Chile 2018 a la poeta y narradora Alejandra Basualto, realizada el 06 de diciembre de 2018 en la librería del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM).

Agradezco representar a Letras de Chile en el acto de premiación de Alejandra Basualto, amiga, gran escritora, que se ha mantenido siempre en un camino creador de sus propias obras, pero también en el de tantos que encuentran en sus talleres apoyo y estímulo, siempre necesarios, y que implican mucha generosidad de tiempos, de ideas, de lecturas, relecturas y comentarios, en el largo camino a descubrir sus propias voces.

Con Alejandra nos conocemos desde hace muchos años, no solo porque pertenecemos a la misma generación, sino porque nuestros pasos nos fueron llevando por caminos similares. Desde distintas historias y lugares, nos encontramos en los años 80 en el Departamento de Literatura del campus La Reina de la U. de Chile. Creo que gracias a que una querida profesora, Teresa Lira, sopló nuestros nombres, fuimos parte de los talleres de José Donoso, en aquellos años de dictadura.

Recordando esa experiencia después de varias décadas, y más allá de lo propiamente creativo y de lo que pudiera significar estar con un escritor como Donoso, sin duda lo más profundamente rescatable es que se constituyó como un “espacio de libertad”, en un contexto de años terribles en que todo lo negaba.
Y, en una última coincidencia, amamos los gatos y ellos también nos aman.

Narradora y poeta de alto vuelo, Alejandra ha mantenido desde muy niña y sin titubeos, su opción por la escritura y la lectura, por esas palabras que construyen y mantienen nuestras vidas, que sostienen incesantes conversaciones con nosotros mismos y con otros, con ese mundo que queremos entender, pero también cambiar, porque la literatura cumple un rol fundamental al contar y mostrar algo que buscamos confusamente, pero con la seguridad de que en algún recodo nos espera. Y, gracias a la literatura, podemos ponerle nombre, sacralizar su existencia, hacerlo nuestro.

Autora de numerosos libros, su obra ha sido traducida al inglés, danés, francés, italiano, mapudungun, entre otros idiomas. Su nombre está presente en numerosas revistas, antologías de cuento y de poesía, tanto chilenas como de EE.UU., Canadá, México, España, Dinamarca. En 2009, como parte de mi trabajo en el Ministerio de Educación, hice una antología de cuento y poesía dedicada solo a escritoras chilenas, que titulé “Mujeres de palabras”, en la cual está Alejandra con un bellísimo cuento, El pez dorado.

Alejandra ha participado como jurado en innumerables concursos de prosa y poesía, tiene a su haber muchos y merecidos premios por su obra; se ha desempeñado en tareas académicas en universidades del país y del extranjero. Como parte de Letras de Chile ha participado en proyectos realizados en escuelas públicas del país, con talleres orientados a estimular la escritura y la lectura de jóvenes estudiantes.

Durante más de tres décadas ha mantenido activos sus talleres generosos, realizados en su maravillosa casa, con tantos árboles y con tanta historia, por los cuales han transitado innumerables “aprendices de escritor”. Desde los años 90 su editorial La Trastienda ha publicado y sigue haciéndolo a muchos de sus pares, y también a sus talleristas, en bellas y cuidadas ediciones.

Como narradora, ha incursionado con éxito en el cuento, el microcuento y la novela. Entre sus libros de cuentos están La mujer de yeso, Territorio exclusivo y Desacato al bolero.

Su novela Invisible, viendo caer la nieve, cubre un largo periodo histórico del país, desde los inolvidables, épicos y utópicos sesenta, hasta los noventa; desfilan por sus páginas la elección de Salvador Allende y la Unidad Popular, la dictadura, la democracia, al fin, aunque “dentro de lo posible” …

Los personajes discurren en medio de esos avatares, porque la vida continúa siempre, a pesar de todo. Despliegan sus voces en una especie de sinfonía desacompasada, que se expresa en monólogos que van y vienen, que se entrecruzan y superponen, cada uno entregando una visión y una versión, desafiándonos a contrastarlas con las nuestras.

Al ámbito de la poesía pertenece su primera publicación, Los ecos del sol; otros títulos son El agua que me cerca, Las malamadas, Altovalsol, Casa de citas, Antología personal 1970-2010, Cuchillos.

En sus propias palabras, Alejandra dice que “La poesía llegó conmigo junto a la magia y al desarraigo” (…) “La magia y el desarraigo forman parte de mi proceso creativo como el corazón y los pulmones tienen que ver con el cerebro. La interacción entre los tres aúna lo que soy, lo que fui y lo que seré”.

Quién podría negar que es un acto de magia construir ese edificio de lo que reconocemos como poesía, como literatura, solo con palabras, siempre dispersas, pero que quien escribe las convoca y las ordena de la manera precisa para que se conviertan en significados que volvemos propios, porque resuenan en ellos nuestras propias vidas, iluminando esos rincones que aún no habíamos descubierto.

La poesía de Alejandra ha ido siempre por un camino de creciente profundidad y gran condensación poética; de ahí su capacidad de despertar múltiples lecturas y asociaciones, en tanto toca temas centrales de nuestras vidas.

Quiero terminar este merecido reconocimiento y celebración de Letras de Chile a nuestra querida Alejandra, leyendo algunos breves textos de su autoría. El primero muestra un rasgo presente en muchas de sus obras. En líneas generales, estamos entrenados para leer como poesía aquello que está escrito en líneas cortas, y como prosa, aquello que ocupa el ancho de la página, independiente del “tono” que predomine en el texto.

A menudo, Alejandra desafía, y con éxito, esta separación en géneros, entregándonos una literatura fresca y libertaria, que deja en nosotros la decisión de cómo leerla. Con este texto ella hizo el doble ejercicio: escribirlo como poema y como microcuento. Va como cuento y ustedes podrán armar el poema.

Príncipe azul

No desmontes de tu brioso corcel, ni me tomes en tus brazos, ni roces mis labios con tu boca delicada, porque si te miro de frente con mis ojos de bruja verde, y te beso como se debe, y me sueño todo el cuento entre tus sábanas de Holanda, mucho me temo que desaparezcas.

Y otro cuento breve, que nos habla de la continuidad y la prolongación de la vida en otras formas:

Botánica

Se desangraba en la acera. No habría otra luna para él, ni estrellas, nunca más. No quería dejarse ir, pero la oscuridad se le agrandaba en los ojos.

Su mano tocó la fría masa de acantos que bordeaba el antejardín. El cerebro comenzó a penetrar en el verde hasta el fondo. La savia ululaba entre sus dedos. Los apretó y restregó contra la piel rugosa de la planta. Entonces sucedió: sintió el rocío en la cara como una llovizna de oro en un campo de yuyos. El vientre dejó de doler. Los ojos se acostumbraron a la penumbra, pero ya no eran sus ojos, sino pequeños tentáculos que se arrastraban por la tierra tras el reguero de sangre. En la boca, un sabor amargo y leve de hierba. Tentó sus raíces firmes y agradeció las alas verdes que le nacían de los hombros y se curvaban con la brisa.

Y, finalmente, para cerrar, un poema bellísimo que nos habla de la muerte y el amor, siempre juntos, esa muerte que ya ha tocado a seres tan amados y que ronda invisible por ahí…

SI MUERTE FUERA

Si la palabra MUERTE abrigara un hombre bajo el poncho,
manso de actitudes / dulce de palabras / bello
como los caquis en otoño / que me endulzara la boca
con su áspero sabor a macho en celo;

si MUERTE fuera un muchacho fuerte y juguetón
como un cachorro sin destetar,
que mordiera mis tobillos y me robara la ropa interior,
los zapatos y las medias;

si ese MUERTE que tal vez ya me observa
-centinela del siglo que asoma sus encías inmaduras-
mostrara un rostro de barba negra y cariciosa,
un resuello de varón maduro
y sienes clareando en la penumbra;

entonces sí me gustaría encontrármelo de frente
aunque fuera en un callejón oscuro,
o en la mitad de un verano bajo los árboles de mi casa
en un domingo cualquiera
de esos que nadie halla motivos para recordar.

Me abrazaría entonces al mentado muerte convencida
de que es mi último caballero andante,
el olvidado príncipe azul o un valiente filibustero
que viene a rescatarme / a seducirme
a llevarme consigo
para que por fin juguemos
un último juego
de esperanza.

Gracias por su presencia y un gran aplauso para nuestra querida Alejandra Basualto.