Por Josefina Muñoz Valenzuela
María Eugenia Brito A. es autora de dos libros de cuentos: “Con todo respeto” (2004) y “Para que sepas” (2012), y de un volumen de poesía, “Que no se diga” (2017).
Los cuentos de “Para que sepas”, en general, son breves, con un grado de condensación muy bien logrado. Una de las características de los microrrelatos es que las lecturas pueden ser tan diferentes como cada lector lo es. Si bien en toda obra literaria el lector “completa” lo que lee, la brevedad de lo explícito en este tipo de relatos hace imperioso que cada lector acuda a sus personales archivos de implícitos y complete la historia desde allí, descubriendo sus múltiples sentidos, enriqueciendo los niveles de interpretación en relación a historias y temas de la vida cotidiana que podrían parecer muy simples, pero por los cuales transitamos, o lo haremos alguna vez, con desarrollos y finales sorprendentemente distintos.
El primer cuento, Semáforos, resume en cuatro líneas una situación de profunda precariedad, que alude a un proyecto de vida anterior que no fue posible. La escena la hemos visto todos, seguramente: detenidos en el semáforo, jóvenes solitarios o parejas que hacen todo tipo de piruetas, a veces arriesgando sus vidas por unas monedas escasas. El protagonista dice que era pianista, pero que ahora le duelen las manos, porque debe lanzar al aire a su compañera y espera que nunca se le caiga… ¿Llegará a ser pianista alguna vez? Ese es la dramática indefensión que rara vez advertimos, porque vemos una silueta al pasar, y solo la literatura -la invención y la imaginación- es capaz de transformar eso en algo real que pasará a ocupar nuestros pensamientos y nuestra imaginación.
Nunca más relata el desgarro de una hija a la que su madre no reconoce; El día más esperado describe a un hombre enfermo rodeado de familiares que esperan su muerte por largo tiempo; La primera vez que no te vi, gran título, ya condensa una realidad que no podrá ser cambiada y que, de una u otra manera, todos los seres humanos vivenciarán alguna vez. Si bien la lectura de la mayoría de estos relatos toma pocos minutos, porque describen un momento, una situación fugaz, sus protagonistas llegaron allí después de recorrer una larga cadena de sucesos y experiencias. Las grandes y pequeñas tragedias de la vida cotidiana se traslucen en estos relatos, pero solo luego de que nuestra lectura nos permita separar los múltiples velos que las envuelven y desplegar sus sentidos. Los temas del amor y el desamor, el engaño, la violencia, la muerte, el tedio, las penas de la maternidad, el abuso, circulan por estas páginas con soltura.
A menudo, los relatos breves son catalogados como de lectura fácil, razón por la cual se los cree apropiados para lectores iniciales o no lectores. Sin embargo, son relatos que requieren lectores avezados, que manejen un conjunto de destrezas que les permitan “vestir” estos textos fuertemente condensados, con contextos, conocimientos y lecturas previas, experiencias, manejos lingüísticos, capacidad de hipotetizar y conjeturar acerca de algo que no está ahí de manera explícita, pero que es parte constituyente del relato. De otra manera, el relato se leerá solo con lo que está allí, lo explícito, quedando fuera sus múltiples implícitos (que no son “inventos” del lector, sino posibilidades ocultas en las pocas y escogidas palabras) que son los que hacen posible la óptima comprensión de su riqueza. Si bien en toda lectura se establece un diálogo activo entre texto – autor – lector, en este tipo de relato quien lee debe ir descubriendo todo aquello que desplegará esos espacios de silencio y de sombras, transformándolos en sonoros y luminosos.
M. Eugenia Brito entrega un muy buen libro de relatos breves y, seguramente, continuará enriqueciendo su escritura en próximas publicaciones.
El viernes va a estar en la Biblioteca de Paillaco, junto a su esposa.