Ediciones TVWA, Medellín, 2015, 2017, 12 láminas.
Por Diego Muñoz Valenzuela
El colombiano Daniel Ávila se llama en realidad Esteban Dublín (el seudónimo desde el cual dispara sus microrrelatos); esto para quienes lo conocemos en el mundo literario. Este es su segundo “libro” del género narrativo brevísimo, donde deben destacarse formato y contenido, aun cuando forman parte de un diseño integral, en colaboración directa con el ilustrador Pablo Zamora. El objeto-libro es artístico: una caja negra de tapas duras, que contiene un repositorio de tarjetas postales donde vienen los microrrelatos y sus ilustraciones en diseño impecable. Un acierto que el título se esté difuminando. El autor y el diseñador se desempeñan en el mundo de la publicidad; eso explica parte del logro; lo demás es arte.
Sabemos que la minificción se presta desde su nacimiento para la experimentación con formatos originales, reflejo o consecuencia de su propio experimentalismo. Libros objetos tales como sobres de diversas formas, frascos, cajas, figuras caprichosas, texturas especiales, son protagonistas usuales de nuestras lecturas del género. Este justamente es el caso del libro de Dublín, agregando la perfección estética del diseño y factura, que ejercen un primer encantamiento del sorprendido lector. Felicitaciones especiales a ambos autores por la integración artística expresada en este singular volumen.
Entrando de lleno al contenido, debe decirse que también obedece a un concepto nítido: la lucha contra el olvido de una amplia variedad de seres: fantasmas, monstruos, ángeles. Cómo no ser olvidado frente al implacable transcurso del tiempo; misma lucha que el escritor ejerce al escribir, intuyo.
En esta primera minificción, Esteban Dublín habla más de la soledad que del silencio, como anuncia el título. La soledad humana de la convivencia, el abandono del amor -desgastado por el tiempo- y transformado en silencio. Con lenguaje muy poético, trazos delicados -pinceladas narrativas ejercidas con destreza- el autor nos va sumergiendo en ese mundo donde la palabra ha sido relegada a los cajones olvidados.
Intérpretes del silencio
Durante los últimos meses, el que más frecuenta esta casa es el silencio. En ocasiones, es ella quien se despierta para preparar desayunos con café como denominador común. Algunos domingos, soy yo el que recoge la loza y se ocupa de la limpieza de la cocina. Nos cruzamos por los pasillos, nos sentamos en la misma mesa, dormimos en la misma cama. Cualquiera que sea el tiempo o el espacio, nuestra conversación se limita a los suspiros. Aquí las palabras quedaron guardadas en los cajones, escondidas entre las cartas de amor que nos enviábamos en plena necedad adolescente. Los diálogos se refugiaron en los compartimentos, cubiertos por los regalos que siempre esperamos estrenar en alguna ocasión especial. Las promesas se esfumaron con el olor del salitre, evaporadas en los anhelos de un tiempo mejor que jamás llegó. A veces pienso que quiere volver a hablarme e interpreto las listas de mercado que suele dejarme sobre la mesa de noche como pistas de un posible acercamiento. Hasta ahora, no he logrado descifrar ninguna.
Bella evocación del padre constituye el siguiente microrrelato, muy imbricado con la literatura y en especial la lectura. Un texto entrañable donde se confunde el ejercicio del acto de leer con la imaginación del lector activo: el primero que hace sus anotaciones en los libros (el padre), las cuales son leídas y analizadas años después por el hijo para alcanzar una interpretación y la develación de un misterio insondable.
Las narraciones alternas
Cuando de niño visitaba a mi padre, solía quedarme en la biblioteca del segundo piso. Durante horas, devoraba los volúmenes que arrumaba en sus repisas y, con frecuencia, caía rendido después de largas horas de lectura. Pero lo extraordinario no eran las historias de cada libro, sino los resaltados fosforescentes sobre los párrafos que revelaban una pista determinante de la narración y, sobre todo, las notas que mi padre escribía sobre las márgenes en blanco. De repente, las ficciones alternativas que descubría alrededor de las de García Márquez, Flaubert y Steinbeck me resultaban más fascinantes que las de los mismos clásicos. Rebuscaba indicios en los libros, revisaba las frases destacadas, escudriñaba las anotaciones en lápiz y, en más de una ocasión, me obsesionaba con las fechas desparramadas al azar en las páginas que indicaban las horas y los días de la acabada lectura. Incluso, estaba convencido de que las puntas plegadas sobre los textos y que los verbos encerrados en rectángulos con esfero establecían secretos que yo me veía obligado a develar. Cada señal evocaba en mí una nueva razón para cazar las estelas que mi padre dejaba con el fin de que yo encontrara su narración oculta. Adulto ya, curtido en el arte de encajar misterios después de años que ya no podré recuperar, lo visité de nuevo y le entregué el manuscrito con la resolución de todos los arcanos. Me miró con recelo, ojeó mis folios y los arrojó sobre la mesa del comedor. «No se lo digas a nadie», musitó.
Con un título que anuncia el contrapunto entre lo terrenal y lo celestial -los dos modos fundamentales con que ejercen su oficio centenario los poetas populares, herederos de trovadores y juglares del medioevo- el siguiente texto propone una dialéctica dentro de nuestro mundo cotidiano: la noticia central de un noticiero televisivo.
De lo humano y lo divino
Del asfalto hirviendo emerge un humo gris, consecuencia del roce seco con los neumáticos del deportivo. A unos cuantos metros, un camión se acerca a ciento diez kilómetros por hora. Simultáneamente, un ángel vuela raudo hacia el punto de encuentro, fiel a su condición de guardián. El deportivo queda inmóvil en medio de la carretera después de dar un último trompo. Cuando alcanza a verlo, el conductor del camión pisa el freno hasta el fondo. El ángel desciende presuroso mientras algunas de sus plumas se desprenden en el vuelo. Los buitres observan. El camionero fracasa. El querube también.
Finalmente, en este texto con el que cerramos esta selección, adquiriremos una nueva visión de los ogros, monstruos constantes del imaginario infantil y los cuentos de hadas (y más allá, como en la saga del Señor de los Anillos). Dulce, humano poético y pleno de ternura.
Apología de los ogros
En estos tiempos, cuando tanto se propende por la igualdad de las especies, hay una que aguarda ser reivindicada de manera definitiva. Escondidos en sus cuevas, humillados en medio del hedor de los pantanos, los ogros esperan. Temidos por sus gigantes fauces, juzgados por su incapacidad de dialéctica y despreciados por habitar entre el légamo, los ogros lloran desde las profundidades de sus grutas. Condenados a la soledad, mientras degluten cervatillos, suplican la aceptación social desde su torpeza. Acurrucados en la oscuridad que les destinó el repudio público, sueñan con desmitificar su fama de seres atroces para ser conocidos, de una vez por todas, por su extraordinario don de la ternura.
En resumen, una experiencia estética deliciosa el examen (tacto, lectura, manipulación)de Tácticas contra el olvido. Historias humanas, profundas, inquietantes que van dejando huella en el lector, algo que permanece, persevera en la mente y el recuerdo, haciendo honor al título, y rozando el cuadrante de la poesía desde su bello lenguaje.
Justito hoy leí un artículo acerca de lo poco que reconocemos y divulgamos a nuestras y nuestro autores. Este "valdiviano"…