«‘El tiempo del ogro’ reúne piezas que tienen como telón de fondo la lucha clandestina contra el gobierno militar».
Por Camilo Marks
«Aquellos sujetos venían siguiéndolo sistemáticamente por semanas, quizás incluso por meses. Se dio cuenta cuando algunos rostros comenzaron a repetírsele: la persecución pudo comenzar muchísimo tiempo antes; nunca fue un buen fisonomista. A veces se apoltronaban en el interior de autos de parabrisas oscurecidos, o estaban apostados fumando en una esquina, o simplemente cruzaban su camino como por casualidad. ¿Cómo pudo demorarse tanto en percibir la vigilancia? Era un error imperdonable y él un rematado idiota. Ahora los veía, o creía verlos, por todas partes. En cada lugar que visitara, allí estaban ellos, contemplándolo disimuladamente. Eran bastantes, quizás más de veinte. Por eso era difícil advertir su presencia. Además, se disfrazaban: mudaban de ropa; se sacaban y ponían bigotes, barbas, pelucas, anteojos, sombreros. Mediante esa clase de estratagema se multiplicaban hasta llegar a cien rostros distintos. ¡Qué habilidad admirable! Habían de entrenarlos muy bien. Dispondrían de recursos gigantescos al lado de los suyos, que apenas tenía donde caerse muerto».
Este es el comienzo de «Peatón en la esquina», uno de los 21 relatos que constituyen El tiempo del ogro , de Diego Muñoz Valenzuela (1956), tal vez la más completa y abarcadora antología del autor en una larga carrera literaria, que se extiende por más de 30 años y que si bien ha sido destacada en el género novelístico – Todo el amor en sus ojos o Flores para un Cyborg -, resalta especialmente en el mal llamado género breve, ese engañoso arte de concebir buenas historias cortas y de decir poco, diciendo mucho. El tono general de las piezas incluidas en el presente volumen se refleja muy bien en el pasaje transcrito: jóvenes que se jugaron enteros oponiéndose a la dictadura; estudiantes que perdieron sus estudios por dedicarse a peligrosas actividades políticas; chicos y chicas que tuvieron que usar chapas o alias para encuentros furtivos con militantes que podían costarles la vida o la libertad; fugas contra el tiempo; cambios súbitos de vivienda; esperas angustiosas; huidas; trampas, en suma, toda esa vasta red de muchachos y muchachas que lo arriesgaron todo y que, en ocasiones, también lo perdieron todo y que, en la actualidad, parecen estar ausentes de nuestro panorama narrativo. Muñoz Valenzuela ha publicado 11 libros de cuentos desde 1984 en adelante, por cierto, que no todos con la misma temática de fondo, pero es evidente que para El tiempo del ogro ha escogido principalmente piezas que tienen como telón de fondo la lucha clandestina contra el gobierno militar. Es una elección que le honra y de paso también gratificará a sus lectores, esos lectores que no desean olvidar el pasado reciente, esos lectores que todavía tienen memoria.
«Auschwitz» es uno de los mejores cuentos de Muñoz Valenzuela y, por fuerza, tiene que estar presente en cualquier recopilación de obras de este autor. Con un comienzo banal, casi pedestre, el protagonista, un anciano que toma el metro, termina en una forma muy parecida a la que se aplicó en el campo de concentración del título. Metáfora de una sociedad sin salida, mantiene su vigencia mucho tiempo después de que viera la luz por primera vez. «Bajo el bosque» es similar en cuanto al tema del encierro, esta vez un encierro al aire libre, y, de paso, refleja la época en la que se leía La metamorfosis, de Kafka, se seguía a Antonio Skármeta y Carlos Olivárez, y se escuchaban los long plays de los Inti Illimani. «El vínculo», pese a su concisión, refleja esos encuentros momentáneos entre dos personas que nada saben la una acerca de la otra y basta con el saludo para dar la misión por cumplida (o al menos eso se daría a entender en el repentino final). «El visitante» es un hombre oculto en una casa a quien «al comienzo nadie se atrevió a preguntarle nada, era tan natural su comportamiento que todos lo creíamos invitado de algún integrante de la familia». Poco a poco, en medio de recuerdos, nos vamos dando cuenta de que es alguien más bien indeseado, que está poniendo en serias dificultades a sus anfitriones y que tarde o temprano tendrá que salir de ese refugio con destino incierto o desconocido.
«Lugares secretos» es una trama compleja acerca de un fugitivo que establece contactos en una basílica, recorre las calles de noche y logra llegar a su casa, «pero afuera están ellos, con los rostros ocultos detrás de los vidrios negros». «Foto de portada» podría ser la mejor crónica del volumen por varios motivos: es la más larga, pero no se nota; Muñoz Valenzuela deja a un lado el acento tan lúgubre, siniestro y levemente maniqueo de otros textos para entrar, con humor y gracia, en la picaresca universitaria de los 80; las protestas en la Escuela de Ingeniería topan más con la burocracia imperante que con la represión pura y dura, y claro, hay barricadas, asambleas, foros, festivales, votaciones, lucha callejera, sin que en ningún momento el prosista abandone cierta ligereza que, aunque teñida de impaciencia, otorga un sabor muy especial a este relato. «Luz y sombra» transcurre durante el plebiscito de sucesión presidencial de 1988 y es también un feliz intento por mostrarnos esa jornada masiva como un entrelazamiento de existencias individuales de personas que se comprometen, se enamoran, se ven, de un momento a otro, protagonizando sus propias acciones. Así, El tiempo del ogro resulta un saludable compendio de episodios bien armados y bien escritos.
En El Mercurio, cuerpo Artes y Letras
Domingo 31 de diciembre de 2017
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…