Por Gonzalo Robles Fantini
La poesía chilena joven suele estar adherida a ciertos cánones generacionales que representan a sus autores. Al alero de talleres literarios de creación poética surgen escritores que, de forma patente o tangencial, poseen la impronta de sus maestros, muchas veces éstos también poetas, si bien reconocidos, aún de una generación incipiente, que nace como reacción a la de sus padres literarios.
En este panorama resulta un contrapunto la poesía de Malena de Mili (1989). Sin adscribirse ex profeso a escuela poética alguna, el estilo de sus poemas no se asemeja al de sus compañeros generacionales. En este sentido, destaca de entrada la originalidad de sus creaciones, en comparación con las tendencias actuales en boga.
El libro Lacrimal (2014, MAGO Editores) reúne poemas escritos entre 2004 y 2014, una etapa de vida adolescente en la que, como es de suponer, el amor y la sensualidad juegan un rol preponderante. Con un estilo sencillo y a la vez elaborado, Malena construye un poemario de estilo enunciativo gótico y elegante, con dosis de ironía, referencias cultas a la mitología clásica y leyendas universales, y una cierta idealización tanto de la figura masculina como de las relaciones afectivas.
Dividido en las secciones Lo profano y Lo sagrado, la primera inicia con una visión del erotismo contaminada, haciendo un claro preámbulo al título del acápite: “Tómala,/ eres libre./ Pero está maldita” (Belleza). Esta sensación de impureza en el amor se hace patente a lo largo del desarrollo de esta sección: “Pero no me pidas el corazón.// Prometo hacerte infeliz,/ porque sólo en la infelicidad/ puede amarse correctamente” (Prometo, propongo).
Persiste, justamente, una concepción del erotismo como una inmolación de las verdades inmaculadas, sacrificio que debe suceder necesariamente para alcanzar el placer. Es en la expresión de este sentir que Malena hace un muy buen empleo del estilo gótico, con refinamiento: “Por la misma razón/ por la que vierto lágrimas de lacre sobre esta carta/ y hago fluctuar mi vida junto a esta vela menguante/ y se entintan mis dedos de premoniciones crepusculares” (Rito).
Ahora bien, la concepción del erotismo impuro nace de la profunda sensibilidad de la poeta, del temor a ser herida: “Mírala… mi piel es pálida y tersa;/ sin marcas, sin nombres./ Incólume./ Con cada ciclo se regeneran mis tejidos,/ despertaré virgen de nuevo cuando acabe el invierno.” (Las cicatrices).
En esta vulnerabilidad es que surge en la hablante lírica la posibilidad de disfrutar el erotismo como simple diversión, para olvidar el amor verdadero, un sustituto: “Pero no olvides que si en ti puedo permitirme/ este lujo de perder el orgullo/ y cometer un par de bajezas/ -ya ves que bien ingenuas-/ es porque se supone que tú no tienes corazón” (Placebo).
Otra forma en que se resuelve este miedo a la intimidad, en las operaciones lingüísticas del poemario, es mediante el recurso del desplazamiento: “Acordamos tácitamente/ movernos al ritmo de la ambigüedad,/ dirigirnos la palabra sin mencionarnos,/ respondernos sin nombrarnos.” (Ambigüedad). Y en este largo poema la desconfianza en el lenguaje es justamente el desenlace que determina la solución: “y te daré a probar dos reservados favores:/ te silenciaré/ con uno de mis dedos sellando tus labios/ y levantaré mis ojos/ hacia ti”.
Sin embargo, esta opción en el enunciado no es la única. También hay un canto a la preservación de la memoria del ser amado, para que la distancia no lo esfume, como en el poema Detalles. Y la sensualidad también se hace patente, con un erotismo directo, genital, en el que persiste una idealización de la virilidad, mas no de los referentes ni de las figuras literarias: “y en el silencio absoluto/ alcanzar a percibir/ el vibratto al interior de tus testículos/ en toda su pureza,/ tu semen en punto de ebullición/ desgarrando la luz de las cuerdas” (Vibración).
Dentro del poetizar de Malena, también aparecen las alusiones a la literatura clásica, donde ella juega con la ironía del sentido épico de los poemas medievales y renacentistas: “Y por tu falta de heroísmo te maldigo:/ Porque más que rodar por tierra,/ más que el sabor amargo en la boca de la polvareda,/ lo que humilla es levantarse con el corazón intacto” (Cantar de gesta).
El sentimiento de erotismo impuro persiste en esta sección del poemario, el placer espurio como condición necesaria para hacerse efectivo: “Invocaré al fuego del averno/ para incinerar el maleficio de tus facciones;/ los labios labrados que me dieron tanto placer” (La hoguera).
Del mismo modo que con los mitos literarios clásicos, Malena también emplea las leyendas y mitos griegos para crear sentido poético: “Espoleados por tu furor/ se vuelven sierpes/ mis cabellos” (aludiendo al flagelo sexual de Poseidón a la Gorgona) y “Tanto tememos/ acabar fulminados/ que para mirarnos a los ojos/ necesitamos un espejo”, en referencia, por cierto, al poder de la Medusa, título del poema al que se cita.
Asimismo, una leyenda antigua es empleada por la poeta para expresar los riesgos de amar a una mujer sin prever las consecuencias, en exaltación al poder femenino: “Debías haberte cuidado de mis melodías. Debías haberte vendado la vista.// Eso, ahógate, amor mío…/ Por imprudente” (Canto de sirena).
En suma, en esta sección titulada Lo profano, la culpa, la impureza es sentida al punto que sabotea el deseo (“desde hace muchas generaciones/ me persiguen las Furias/ ¡y estoy cansada de correr!”), y es justamente este remordimiento una manifestación del miedo a intimar, con el cual el sujeto poético lucha (“me estoy volviendo/ una experta en huidas/ y comienzo a tener miedo/ de mí misma”), versos de un poema que en su título resumen la ansiedad por superar este conflicto: “Átame”.
La oposición en el título de la segunda parte, Lo sagrado, alude a una redención de la hablante lírica en la idealización del ser amado. Por cierto, los poemas reunidos en este acápite son una elegía a la ausencia del sujeto al cual se depositan los nobles sentimientos y esperanzas.
Esta purificación funciona en la tristeza (“Lloro lágrimas de encaje”), e implica una disolución de los límites corporales para adquirir el tono inmaculado: “Voy tomando el imperio del blanco,/ me envuelvo en un velo nival,/ y aguardo extinguirme/ entre la niebla” (Éxodo de niel).
Y tal como lo señala el título del anterior poema, hay un sentido de dejar huella en la transfiguración en la niebla, tanto por su pureza alba como por su estado vaporoso. Niel es un labrado en piedras preciosas, que en la composición que inicia el capítulo es representada como el curso de éxodo, y en el poema Labrado de lágrimas también alude a la evasión en virtud de la metamorfosis en otra materia: “Me confío a la complicidad del alba/ y sus neblinas/ para ocultar mi extravío por el bosque”.
También en el siguiente poema está el elemento de la bruma (Cánticos de neblina) y continúa otra imagen que sostiene narrativamente esta sección del poemario, el bosque. El conjunto arbóreo, el follaje, es el espacio lírico en que el sujeto poético añora a su amado y el posible regreso de éste, y marca la distancia tanto física como nostálgica por su ausencia: “Marcha al Oeste,/ a las tierras allende el mar,/ donde en recordar hallarás consuelo/ y la luz no es más que un resplandor.// Ya no puedo dejar de escuchar/ la profecía forestal del ruiseñor”. (La amenaza del sol).
Se introduce otro elemento poético al simbolismo, la relación cardinal entre este y oeste, y la luz en el sentido del alba y el ocaso. Malena se refiere a un desencuentro, a un coexistir con el ser amado en otro lugar o escenario, objeto de deseo ausente y cuya ontología se construye por el propio anhelo: “Hermoso mío/ desde mi vereda yo te seguiré besando/ en la ilusión infinitamente verídica,/ infinitamente compasiva de mi imaginación”. (Lluvia sobre la ciudad).
Un momento cumbre, tanto de este acápite como del libro en general, es el poema Amor cortés. El título alude a un concepto literario medieval que, en pocas palabras, significa el cortejo noble y caballeresco a una dama, el cual no es lícito, el varón no debe poseerla, pues no es bendecido por el sacramento del matrimonio, y de ahí su carácter secreto, de idealización femenina, y, para algunos teóricos, incluso la condición de amor platónico.
La protagonista del poema Amor cortés es una muchacha que, al igual que las mujeres cortejadas en esta usanza en el medioevo, aguarda el galanteo desde la cima de una torre, doncella cautiva que espera el regreso de su caballero. Ahora bien, aparece en esta composición otra imagen importante, que bautiza el libro: “Me despierta el sonido rítmico y regular/ de las gotas al caer:// Es la clepsidra/ marcando los besos/ que faltan para tu regreso”. La clepsidra es un antiguo reloj de agua, y en este poema también es llamada “clepsidra lacrimal”, en clara alusión de las lágrimas como las gotas que dan curso al reloj.
La joven en la torre también es presa de la monotonía lánguida (“si les hiciera caso y les lanzara la escalera…/ ¡oh, a quién quiero engañar!/ no soporto a esos tediosos pretendientes,/ tan aburridos, cielo santo”), y siente la armonía con el ocaso, en el punto cardinal donde se esconde el sol y aparece su amado (“En dulce languidecer/ recuesto los brazos en la barandilla/ con la mirada extraviada en la puesta de sol”). Finalmente logra el Serenum con la aparición del astro, símbolo del adviento del objeto de deseo: “que todo cuanto te deseo/ sea el lucero que brille en tu firmamento”.
Surgen nuevamente las imágenes del amanecer y el ocaso, y entre ellas, como obstáculo para el amor, el bosque: “Tú me aguardas desde la mañana,/ mientras que es en el crepúsculo/ donde yo me abandono a evocarte./ Es una noche y un día/ lo que nos separa” (Amaneceres), y en el poema Luz: dulce agonía: “Se destilan en largas cuentas de luz/ sobre las últimas cuerdas tensadas del sol (…) aunque tal vez me sientas/ o presientas,/ que es por tu armonía/ que agonizan mis latencias en el bosque”.
Y el desenlace de esta segunda parte del poemario está fundada en la esperanza, en la venida del astro. En el poema Ashtar (el cual es el dios del lucero del alba en la mitología semítica occidental, homologado a Venus que, como sabemos, en la tradición heleno- romana es símbolo de fertilidad), la poeta se pregunta “si a la mañana/ cuando despierte/ seguirás brillando/ en mi firmamento”, como un sentimiento imperecedero. Asimismo, en el poema La estrella de la tarde, Malena sella su compromiso en la idealización del ser amado: “Es tanta la belleza de tu rostro, Ashtar,/ que llega a doler// Tanta,/ que me quedaré con los ojos cerrados/ hasta que no sea un beso la distancia”.
Este acápite tiene la virtud literaria de la fluida coherencia, tanto narrativa como en el eficaz empleo de las imágenes, en los elementos referenciales que se desenvuelven con elegancia en las distintas poetizaciones de las composiciones presentes en él.
Malena de Mili construye un original poemario en Lacrimal, con depurados recursos poéticos, incluyendo imágenes góticas y referencias intertextuales a conceptos literarios clásicos y del mundo de la mitología y las leyendas, abordando la temática del amor, el erotismo y el deseo sin tropezar con los lugares comunes ni el sentimentalismo, en una entrega que augura un promisorio sendero de creación.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…