Por Yuri Soria-Galvarro
Han pasado veintitrés años desde que se publicó «Nombre de torero», primer libro de Luis Sepúlveda donde Juan Belmonte es el protagonista. Belmonte ha ido envejeciendo, vivir al sur del mundo y cerca del mar le ha cebado la nostalgia, podría pensarse que lo ha ablandado, que sólo es la sombra de lo que fue. Pero Belmonte todavía está en forma para enfrentarse a matones de cualquier calaña, sigue teniendo inteligencia, sagacidad, buenos amigos y algo bastante escaso en la actualidad: integridad y principios.
«El fin de la historia» es una novela que fluye y atrapa, una historia bien contada, violenta y lúcida, con esa prosa depurada y franca a la que Sepúlveda nos tiene acostumbrados. Mezclando realidad y ficción la trama se inicia en la Segunda Guerra Mundial con Trotsky, Lenin, los Cosacos y la Alemania nazi, cruza el siglo XX, retrata sin tapujos a los peores verdugos de la dictadura de Pinochet y se articula con el presente como el mismo Belmonte define “No importa el rumbo, la sombra de lo que hicimos y fuimos nos sigue con tenacidad de maldición”.
El tiempo ha pasado. La historia ha seguido rodando con su taxímetro de sueños. Cobrando la tarifa. El fin de la historia que anunció Francis Fukuyama no llegó y sólo da pie para el nombre de este libro. En el fondo toda novela es el fin de una historia. Y ésta en particular finiquita una historia personal de Luis Sepúlveda que tiene que ver con el horror y la esperanza, con el dolor y el amor. Por eso el libro está dedicado a Carmen Yáñez, su compañera.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.