edmundo mourePor Edmundo Moure

 Me vine caminando al bar Marabú, para hacer hora, pues los parroquianos del dominó llegan a las 19:30 horas. Eran cincuenta cuadras. Llegué a tiempo, faltaba un jugador para el cuarto a dos parejas.

-Usted está gravemente deprimido- me ha dicho el psiquiatra, agregando que se debe a la acumulación de estrés, durante largo tiempo. (Mi padre gallego no creía en el estrés ni el el “surmenage”, como se decía hace cuarenta años; sostenía que el trabajo constante era la única posibilidad de vencer la angustia existencial. Y si eso no resultaba, el vino en todas sus variedades) -¿Cuántas horas trabaja al día? ¿Once?, mucho para su edad… ¿Bebe?, ¿fuma?… -Bebo, cerveza y vino tinto, sí, a diario, después de la jornada; puedo recomendarle el bar Marabú o El Quijote o el Amigo… -¿Qué deportes o ejercicios practica? Camino, sesenta o setenta cuadras diarias… -Caramba, eso está muy bien. ¿Y la actividad sexual? -Dos veces por semana, esté o no mi mujer conmigo.   -No haga bromas con eso. -¿Fuma? -No, nunca lo he hecho habitualmente, porque soy asmático, como Voltaire, como el Che Guevara… Marihuana, raras veces; no me produce mayor placer que un trago bien conversado, léase: un brandy entre amigos.. (Las propiedades alucinógenas del cáñamo índico me parecen una invención de don Ramón del Valle-Inclán). -Ese Valle-Inclán, ¿era español? –Gallego, para mayor abundamiento. El mayor genio de la Generación del 98.

 -Mi amigo, debe tomarse unas buenas vacaciones, de preferencia lejos de Santiago. La montaña le vendría bien, veinte o treinta días. -¿Y quién me paga?, ¿quién procura el sustento de la familia en el intertanto?  Sabe doctor, a mi tío Julio, que era leonés y jugador empedernido, le encontraron lo mismo, cuando cumplió los sesenta (yo voy para las siete décadas y dos años de yapa, en febrero próximo). El médico de marras le recetó una temporada en el Caribe, dos meses de arenas blancas y transparentes y tibias aguas marinas, y alguna mulata, si la fortuna le acompañaba, para revivir los agostados riñones… Mi tío se largó de casa, una tarde de enero, diciendo que iba a comprar cigarrillos (aunque tampoco fumaba). Regresó diez años después, encorvado y canoso, con un color tostado natural de playa permanente y una barriga generosa, sin un peso en el bolsillo, preguntando por la familia y los paisanos, como si hubiese partido hacía un par de horas. Sanó de la depresión pero quedó viudo de fémina viva, porque su mujer le puso de patitas en la calle. Tío Julio murió de cirrosis, dos años más tarde. Un clavo saca otro clavo, como bien dicen.

 -Bueno, termine con sus historias, que hay otros pacientes esperando. ¿Quiere que le curse una licencia por veinticinco días? -Sí, hágalo (y pensé negociarla, es decir, cobrar su exiguo valor y aprovechar esos días en otro trabajo adicional). -Tiene que visarla en el consultorio que corresponde a su domicilio, porque usted es “adulto mayor”, y esta anomalía psíquica –más que enfermedad- la cubre ahora el plan Auge… -¿Querrá decir usted que la locura está en auge y llegará pronto a su apogeo? -No siga con sus bromas de mal gusto. Usted tiene un humor más bien negro, propio de los deprimidos crónicos, maniaco depresivos o soturno-melancólicos… -Es la retranca, doctor, el humor gallego que heredé de mis ancestros paternos, herramienta que permite sobreponerme a las miserias cotidianas; si no, hubiese optado por el suicidio. -Pare, por favor, ni siquiera pronuncie esa palabra terminal y nihilista, propia de escritores derrotados, como Emil Cioran. -¿No me diga, doctor, que ha leído a Cioran? -Lo he leído, para entender o tratar de hacerlo, a ese género de individuos extraños que llaman o se hacen llamar “artistas”. Aunque nada nos aclara el rumano, salvo que la desesperación es corrosiva. -En eso estamos de acuerdo, doctor.

 -Voy a extenderle una receta. Los medicamentos se los darán en el consultorio, una vez que regularice su inscripción. Ah, y no puede beber, ni cerveza ni vino ni nada; de lo contrario, arriesga una reacción neuro-traumática de impredecibles consecuencias. -Doctor, con todo respeto, ahórrese los fármacos. Esto se cura con tinto del bueno, amigos y conversa hasta medianoche. -Entonces, ¿para qué vino a verme? -Para la licencia, que es dinero contante en este caso. -No me parece ético. -Mire doctor, de moral hipocrática ni hablar aquí. Atengámonos a los hechos: ¿padezco o no una depresión severa? -Ya se lo dije. Es así. -Entonces, haga usted lo suyo, que la mejoría la buscaré yo. Buenas tardes.

 Me vine caminando al bar Marabú, para hacer hora, pues los parroquianos del dominó llegan a las 19:30 horas. Eran cincuenta cuadras. Llegué a tiempo, faltaba un jugador para el cuarto a dos parejas. Estuve brillante. Jugué con Lito, el hombre eléctrico. Derrotamos en cinco rondas consecutivas a Manolo, el leonés y a su compañero Arturo, el parroquiano… Lástima que no se juega dinero, porque habría pasado al súper antes de llegar a casa, donde el refrigerador luce más vacío que las noches de luna en el desierto de Atacama.

 Llegué tarde. Mi mujer refunfuñó, soñolienta: -¿Cómo te fue con el doctor? -Bien, le dije, traigo una licencia por casi un mes. -¿Te vas a quedar en casa? No, tengo un nuevo trabajo, muy promisorio, como todos los que he obtenido en mi interminable vida laboral. -¿Te dieron remedios? Los rechacé, prefiero mi propia terapia… Algo verbal, no reproducible, estalló en el frío hálito de la noche.

 Dormí bien. Utilicé la técnica de mi padre contra el insomnio: Imaginar un camino de campo, en un lugar ameno (parajes de Santa María de Vilaquinte, al sur de Lugo), observar las pircas que lo flanquean, mirar los árboles, sentir la brisa en el rostro, adivinar el nombre de los pájaros que cantan… Soñé con el psiquiatra, bebiendo con él en una taberna aldeana. El médico estaba completamente ebrio y alegre, hablaba en un gallego con acento ferrolano, se llamaba Francisco Bahamonde (mi inconsciente tachó, de seguro, el primer apellido: Franco, ahorrándome con dos sílabas una virtual y atroz pesadilla). Junto a él, bebía café con destilado de orujo el primo Camilo,  que está bajo tratamiento en el Círculo de Abstemios de Chantada. -Camilo, le dije, sentándome a su lado, no puedes beber orujo; estás en cura contra el alcoholismo. Camilo me clavó sus ojos turbios, en los que entreví un ascua de desesperanza, para decirme, en su melodioso gallego: –Eu son alcólico de viño, non de augardente

 Desperté animoso. Bebí dos mates de hierba paraguaya, amarguita, y me lancé a la calle. Quizá el nuevo trabajo no resultaría más tedioso que los cuarenta y cuatro anteriores… Y queda a seis cuadras exactas del bar Marabú.

 

 Enero 2013