La carnicera
Cerró temprano la carnicería y salió a comprar los ingredientes para la cena de cumpleaños de papá. Desde la muerte de mamá y, a pesar del mal genio y las golpizas, Dolores siempre se había esmerado en prepararle sus platos favoritos para esa fecha.
Hoy se cumplía un año desde la última vez que papá llegara por sus propios medios a su indiscutible lugar de patriarca en el comedor. En aquella oportunidad le sirvió palta reina como entrada. Él se llevó media palta a la boca y enseguida la escupió gritando que esa porquería era incomible. Por primera vez en su vida, Dolores no agachó la cabeza pidiendo perdón: “Malagradecido”, le contestó. Él se levantó furioso, dispuesto a castigarla, pero resbaló con comida que había rechazado. Al caer, su cabeza se azotó con tanta fuerza en el suelo, que la cerámica se quebró. Dolores se entretuvo largo rato mirando fascinada las figuras que dibujaba la sangre sobre el piso.
Dejó de lado los malos recuerdos y cinco minutos para las ocho (a papá le gustaba cenar a las ocho en punto), llevó el carro de dos ruedas con que trasladaban las reses hasta el freezer. Abrió la puerta de la derecha, sacó a papá y lo llevó hasta la cabecera de la mesa, donde lo sentó en su silla preferida.
Nuevamente el ingrato no quiso comer, pero ella sí.
Sin rencores, mientras lo devolvía al freezer, le cantó el cumpleaños feliz.
Silencio culpable
¡Mírame cuando te hablo! gritaba el amante celoso mientras un par de vecinos lo desarmaba. Estoy harto de tu silencio culpable. ¿Crees que me conmueves mirando al techo? Siguió increpando a su novia al tiempo que una mano piadosa cerraba los ojos de la víctima.
Manda cumplida
Desde la muerte de su pequeña hija, desangrada después de una violación, Aminta sólo vivía para cumplir su manda.
―Cariño ―susurró depositando un pene sanguinolento sobre la tumba―, si es del que lo hizo, dame una señal. Te traeré cuantos sean necesarios hasta encontrarlo.
Una vez más no hubo respuesta.
Pan amasado
Está contenta. Valió la pena hacer el aseo a la pieza de su nieto. No es mal cabro, trajo tres kilos de harina, justo cuando se había acabado. La tenía debajo de la cama el muy desordenado.
Lleva bolsas a bolsas a la cocina, prepara la masa y deja listos los panes para hornearlos al día siguiente. En la feria sacaría sus buenos pesos.
Como todas las tardes, va donde la vecina a tomar un cafecito. Ella ya no puede bajar la escala. Están en lo mejor de la copucha cuando la balacera las interrumpe. Los tiroteos son habituales en la población, pero el de ahora parece que lo tuvieran encima. “Creo que viene de su casa, abuela”, le dice la hija de la vecina.
Encuentra la puerta abierta y la casa patas arriba. Carabineros vociferando órdenes, un perro olisqueando todo. Su nieto ensangrentado sobre los panes, con las manos enharinadas. Quiere acercarse al muchacho. No la dejan. “Está muerto, señora. Y usted viene con nosotros”, le dicen a la anciana, que no sabe en qué momento la esposaron.
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Estos textos fueron leídos en el Carrusel de microcuentos negros, en el marco del Segundo Festival Iberoamericano de Novela Policiaca “Santiago Negro»), 5 al 9 de octubre de 2011.
Ana Crivelli
Nació en Córdoba, Argentina.
Ha participado en el segundo y tercer Encuentro Chileno e Internacional de Minificción, SEA BREVE POR FAVOR.
Sus cuentos breves y microcuentos aparecen publicados en diversas antologías de Chile y España.
Ha escrito una novela (en etapa de edición) que se enmarca en la Narrativa Negra.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.